viernes, 23 de diciembre de 2011

Música de cigarras


Hoy no tengo ganas de escribir sobre política, ni sobre la siempre desgarradora problemática social, o sobre cualquiera de esas cosas densas que acostumbran instalarse en los resquicios de esta columna, sábado tras sábado.
Hoy paso de predicciones agoreras acerca de lo mal que le irá a la economía paraguaya en el 2012.
No me vengan con más cuentos de ciencia ficción sobre el Metrobus, ni me digan dónde hubo un nuevo brote de dengue o de fiebre aftosa, ni me revelen qué previsible pre candidato presidencial se sometió a un lifting del cerebro.
Hoy no quiero que me hablen de siniestras conspiraciones para impedir el ingreso de Chávez al Mercosur, ni de privilegiados sobrinos presidenciales que siempre ganan licitaciones de obras públicas.
Hoy no deseo que me muestren a cuántos infernales grados subió el termómetro de la esquina, ni que me anuncien a cuántos desdichados usuarios más la Ande nos dejará sin energía eléctrica en el momento menos pensado.
No es que quiera evadirme de toda la realidad tan real que padecemos en esta orilla del mundo.
No.
Sucede, simplemente, que en pocas horas más será Nochebuena… y el recurrente lata parará de los francotiradores mediáticos no nos permite detenernos a escuchar y apreciar la música de las cigarras.
Hoy quiero el aroma de los cocoteros en flor y la frescura del ka’avovei inundando la noche.
Quiero risa de niños correteando con brillo de estrellitas en las manos.
Un largo y cálido abrazo de reencuentro con el hermano que llegó de lejos.
La dulzura de un villancico en la voz sin tiempo de Los Tres Sudamericanos.
Los deliciosos chismes y chistes en la mesa familiar, enredándose con el aroma del asado a la parrilla.
La grotesca figura del tío Juan disfrazado de Papá Noel y su bolsa de regalos.
Hoy quiero humorísticas anécdotas salvadas del olvido por una ronda de amigos.
Quiero llamadas telefónicas de larga distancia y lágrimas de techaga’u en los rostros.
Un nombre querido saludando en la pantalla de la notebook desde otro lado del mundo.
Hoy quiero saborear la memoria de mi pueblo natal en los trozos de frutas del clericó.
Cerrar los ojos por un instante y sentir que está viva la esperanza, y que todo esto nos dará claridad, energía y fuerzas para seguir construyendo el país mejor que le vamos a dejar a nuestros hijos.
Hoy quiero una copa de estrellas burbujeantes contra las lucecitas del pesebre.
Y un abrazo cálido y fraterno que se va engendrando entre estas letras... hasta abrazar al mundo.
¡Feliz Navidad!

domingo, 27 de noviembre de 2011

Porqué no voy a ir a ver a Il Divo...


Me moriré de ganas de ir a disfrutar del concierto de un muy buen grupo de artistas como Il Divo en Paraguay… pero no lo haré.
No por creer populistamente que, en un país subdesarrollado como el nuestro, el pueblo no tenga el derecho a disfrutar de un número de excelencia musical universal como el de estos artistas –o el de muchos otros que existen a nivel mundial, al igual que el de nuestros artistas nacionales-, subsidiado de manera transparente con fondos públicos… sino porque creo que realmente se están haciendo muy mal las cosas, hay demasiadas cuestiones pendientes sin resolver en el plano de la seguridad ciudadana, de la lucha contra la pobreza, de la marginalidad social, del saneamiento contra la corrupción... y considero que en esta particular coyuntura es un grave error político destinar una cifra tan alta del dinero de Itaipú (nuestro dinero, al fin y al cabo) en un mega festival, que en su sola enunciación ya provoca aún más profundas divisiones y enfrentamientos en la propia comunidad artística y cultural local, y polariza posturas de la misma sociedad.
No me iré a ver a “Il Divo” (aunque lo sienta en el alma), porque no me pienso someter, además, a la hipocresía de ir a retirar mi entrada para el millonario espectáculo, a cambio de llevar un paquetito de alimentos perecederos “para las familias pobres”. Esa imposición “susanística” (por Susanita, la amiga de Mafalda) de calmar nuestra conciencia con un acto de pura caridad asistencialista, ofende aún más que el derroche de fondos, y contradice al espíritu de acción solidaria con los más humildes, que reclaman con mucho acierto otras instituciones de este mismo Gobierno, como la Secretaría de la Niñez y de la Adolescencia.
Yo sí creo que “no solo de pan vive el hombre”. Estoy convencido de que la cultura, la música, la poesía, el teatro, el cine, la literatura, la plástica y toda forma de excelsa expresión artística creadora deben llegar a volverse “tan indispensables como el pan” para todos los habitantes del país. Pero también creo que ese estado ideal debe ser alcanzado en un proceso de construcción ciudadana participativa, y no como una dádiva paternalista o populista, decidida entre cuatro paredes, con generosa disposición de nuestros fondos públicos.
No reprocho, ni mucho menos condeno, a quienes si decidan asistir al mega-festival. Probablemente los envidie, porque realmente me gusta la música que hacen los cuatro chicos de “Il Divo”. Pero por esta vez me conformaré en seguir admirándolos desde un buen concierto en DVD, o desde los archivos en mp3 que atesoro en el pendrive.

sábado, 8 de octubre de 2011

La patria más allá de las fronteras


Fotocollage: Enzo Pertile

Hay un Paraguay que palpita más allá de un desteñido y polvoriento hito fronterizo.
Más allá de las correntadas grises de un río con orillas de distintas banderas.
Más allá de los atestados andenes de una terminal de ómnibus.
Más allá de las asépticas plataformas de un aeropuerto internacional.
Más allá de las madrugadoras filas para obtener pasaportes.
Más allá del seco golpe de un sello de salida en la ventanilla de Migraciones.

Hay un Paraguay que reparte canastos de chipá crujiente en los corredores de la Estación Retiro de Buenos Aires.
Hay polca jahe’o y cachaca pirú resonando en los recovecos de la Villa 21.
Hay una foto de Nelson Haedo y un banderín albirrojo colgado en un bar de Nueva York.
Hay voces conversando en guaraní en los andamios de una obra en construcción en el puerto de Barcelona.
Hay un pabellón tricolor colgado de una ventana en un piso de Madrid.

¿Qué es la patria…?
¿Solamente la que habita en estos 406.752 kilómetros cuadrados de geográfica fatalidad?
¿Dónde dejamos entonces al Paraguay que sintió dentro de sí aquel gran poeta compatriota, desterrado y condenado a morir bajo cielos distantes?

“Caminando bajo nubes distintas
sobre los fabricados perfiles de otros pueblos
de golpe te recobro
por entre soledades invencibles
o por ciegos caminos de música y trigales
descubro que te extiendes
largamente a mi lado
con tu martirizada corona y con tu limpio
recuerdo de guaranias y naranjos.
Estás en mí: caminas con mis pasos
hablas por mi garganta
te yergues en mi cal
y mueres, cuando muero, cada noche.”.
(Herib Campos Cervera, “Un puñado de tierra”).

No nos define ser paraguayo o paraguaya el solo hecho de vivir aquí, o de pagar aquí los impuestos, sino ese sentimiento intangible de compartir con los nuestros la sangre, el afecto, la lengua, la cultura, la comida, un particular modo de ser... Todo un manojo de sueños y esperanzas en un destino común, que nos llevan a reconocernos en el otro… aunque a veces nos sintamos separados por miles y miles de kilómetros.

Hay una media familia de compatriotas por el mundo que quieren seguir siendo parte de nosotros.
Muchos fueron condenados por razones políticas a ser árboles con raíces en el aire... y muchos siguen siendo forzados por razones económicas o sociales a salir a pelear el pan más allá de las fronteras.
Hoy nos piden un gesto de solidaridad para que conquistar el derecho a votar en las elecciones desde el extranjero.
Este domingo 9 de octubre es el gran día del histórico referéndum.
¡Yo me ubico entre los que vamos a decirles que SI...!

jueves, 22 de septiembre de 2011

Palabras y canciones para otro mundo posible


Ricardo Flecha, junto a su gran amiga y maestra Mercedes Sosa, con quien grabaron la canción Víctor Libre, de Carlos Noguera y Maneco Galeano, en homenaje al recordado Víctor Jara.

Cuenta una antigua leyenda aborigen que en los tiempos en que nuestros ancestros guaraníes eran los únicos dueños de la tierra, los karai señalaban el camino con su palabra luminosa.
Magos andariegos, sabios y humildes, sin más destrezas que el lenguaje, eran recibidos con alegría en cada tava, aún en aquellos pueblos ensombrecidos por la guerra.
En la profundidad de la noche, transfigurados por el resplandor dorado del tataypy comunitario, los karaí compartían su verbo primigenio: No hay que desesperar ante las penas de este mundo, porque otro mundo mejor espera en algún lugar, en dirección a donde nace el Sol. Cantando y danzando, en una peregrinación sin tiempo ni distancias, ellos marcaban el rumbo hacia el yvy marane’y, la tierra sin mal donde las flechas vuelan solas en busca de su presa, donde las frutas y la miel son siempre abundantes.
Aquellos magos palabreros de la cultura guaraní, que fascinaron a los primeros exploradores europeos y despertaron la admiración de grandes antropólogos americanistas como Pierre Clastres y Bartomeu Melià, no han desaparecido con la extinción de los bosques, ni con el sistemático acoso a los pueblos originarios.
Los karaí siguen prodigando su palabra resplandeciente, hoy convertidos en trovadores cantautores o en poetas profetas.
Desde este Paraguay mágico, en donde la búsqueda del yvy marane’y es una antigua utopía cotidiana, Ricardo Flecha Hermosa, heredero de aquellos legendarios karai, solidario cantador de voz potente y cristalina, incansable soñador de tiempos nuevos, inició la quimérica cruzada de convocar a sus pares hombres y mujeres, a los karai y las kuñakarai del canto popular y de la cultura universal, para que sus palabras y canciones resuenen por toda la tierra, en el guaraní dulce y ancestral, en la misma lengua madre en que se encendieron los sueños originarios del monte.
Así nacieron los volúmenes uno y dos de El canto de los karai, y ahora llega este disco tercero, que cierra la gran trilogía, atesorando un haz de canciones especialmente dedicadas a los niños y a las niñas. Voces que rescatan la ternura y la inocencia, la fantasía y la alegría de los locos bajitos, los mita’i akahata que cuestionan el orden establecido, despertando conciencias adormecidas y enarbolando viejos y nuevos sueños, cual banderas de futuro.


(Texto incluido en el álbum que acompaña al disco El Canto de los Karai III, de Ricardo Flecha, y leído durante la presentación del material, el 20 de setiembre de 2011, en el Teatro Leopoldo Marechal de la Embajada Argentina en Asunción).

viernes, 9 de septiembre de 2011

La gran narrativa dibujada del heroísmo paraguayo




(A propósito de la novela gráfica Vencer o Morir -Guerra contra la Triple Alianza, de Enzo Pertile, que la editorial Servilibro acaba de editar en un bello album, inaugurando la nueva colección Servi Cómic. Este texto es el prólogo que me tocó escribir para la obra).

Hay historias tan inmensas que se vuelven leyendas...
Y hay leyendas tan arraigadas en el sentimiento de un pueblo y de una Nación… que merecen ser narradas, dibujadas y corporizadas en proporciones épicas.
La Guerra Guazú, o Guerra de la Triple Alianza, que tres naciones vecinas -Brasil, Argentina y Uruguay- libraron contra el Paraguay entre 1865 y 1870, fue una magna tragedia que aún sigue marcando a fuego el inconsciente colectivo de varias generaciones de paraguayos y paraguayas, casi un siglo y medio después.
Una epopeya cruenta y desgarrada, que sigue memorándose con pasiones encendidas y sin medias tintas -especialmente en estas épocas de celebraciones del Bicentenario de la Independencia, que ha abierto un privilegiado clima de evocaciones históricas- con posiciones encontradas acerca de las motivaciones de la contienda, y con visiones divididas acerca de los protagonistas, a quienes unos rescatan como guerreros redentores y otros como abominables tiranos, pero a los que nadie puede negar la dimensión legendaria de un heroísmo encarnado hasta el sacrificio final.
Acerca de la Guerra Guazú no solo se han escrito páginas y páginas de grandes libros de historia, sino también numerosa novelas, poemas, obras de teatro, se han compuesto canciones y se han filmado películas, y seguramente se seguirán creando muchas más obras, en la necesidad expresiva de contar al mundo los múltiples detalles de la bélica odisea guaraní.
Una temática tan apasionante no podía permanecer ajena para el popular género de la historieta o el comic, que en las últimas décadas ha descollado con mucho dinamismo en el Paraguay.
El desafío es asumido por el dibujante y guionista Enzo Pertile, uno de los más destacados cultores del noveno arte, quien construye su gran saga “Vencer o Morir”, como una trilogía que aborda las batallas finales más emblemáticas de la Guerra de la Triple Alianza: Piribebuy (12 de agosto de 1869) en donde toda la población prefirió sucumbir en heroica resistencia antes que rendirse a las tropas invasoras; Acosta Ñu (15 de agosto de 1869), donde un harapiento ejército de niños soldados se sacrificó para contener la embestida enemiga; y Cerro Corá (1 de marzo de 1870), el capítulo final de la contienda, con la inmolación final del mariscal presidente Francisco Solano López, en las sierras del Amambay.
Las tres obras han sido dadas a conocer originalmente en formato de fascículos semanales publicados por el diario Última Hora de Asunción. Hoy se reelaboran y se reúnen todas en un solo álbum, componiendo una magistral novela gráfica que llega al público lector con el prestigioso sello de la Editorial Servilibro, destinado a convertirse en el más grande fresco historietístico, o en la gran narrativa dibujada del heroísmo paraguayo.

La majestuosidad épica.

“Vencer o morir” es la primera gran obra en la que Enzo Pertile asume, además de su reconocido talento como dibujante e ilustrador, también la autoría del guión. Y lo hace con una marcada predilección por lo épico, con una perspectiva narrativa que se ubica en la línea transmitida por los principales autores de la historiografía paraguaya más nacionalista, con el hálito de bronce patrio que habita en los clásicos manuales y textos escolares y estudiantiles.
Es inevitable hacer un paralelismo entre este “Vencer o Morir” de Enzo Pertile, y la afamada novela gráfica “300”, del talentoso dibujante y narrador historietístico norteamericano Frank Miller, obra creada en 1998, en la que narra de manera apoteósica la mítica y legendaria resistencia ofrecida por el rey Leónidas y su guardia de 300 espartanos, para contener el avance de un poderoso ejército de 7.000 hombres del rey Jerjes I de Persia, a las puertas de la antigua Grecia, en el desfiladero de las Termópilas, en el año 480 a. C., y que luego fue llevada al cine, en una superproducción dirigida por Zack Snyder, con prodigiosos efectos de ordenador que permitieron adoptar la misma estética gráfica del cómic en la gran pantalla.
Al igual que Frank Miller, nuestro compatriota Enzo Pertile compone su gran fresco historietístico con el mismo estilo de majestuosidad épica, evocando tanto a las clásicas obras de la teatral tragedia griega, como a las superproducciones fílmicas de temas históricos con que grandes realizadores de Hollywood, como Cecil B. DeMille, deslumbraron al público mucho antes de que se inventaran los efectos digitales.
Al igual que el varias veces premiado “300”, este “Vencer o Morir” se expone a la polémica, porque habrá quienes cuestionen su representación museográfica de la historia. Y al igual que en el caso de “300”, habrá que responderles que “Vencer o Morir” no es un trabajo de revisión historiográfica, sino una aventura épica de temática histórica, con el lenguaje del cómic en su estado más puro, técnica historietística o de narrativa dibujada llevada a su máxima expresión, dando como resultado a estos personajes que parecen fugarse desde las estampas de colección de revistas infantiles, desde los manuales escolares, desde los cuadros de museos o desde las estatuas de las plazas populares, para cobrar vida y encarnar la historia, la Gran Historia, viñeta a viñeta, página a página.
En esta novela gráfica están los grandes héroes guerreros, sí. El mariscal Francisco Solano López, tan majestuosamente dibujado y pintado que pareciera que respira. El general Bernardino Caballero, dirigiendo a ese harapiento ejército de niños, y el otro Caballero quizás menos conocido, el que abre la saga, el comandante Pedro Pablo, el héroe mártir de Piribebuy. Y del otro lado el implacable Conde de Eu dirigiendo las tropas brasileñas, o el general Mallet intimando a una rendición que nunca llegará. También están los personajes secundarios y sin embargo esenciales, el maestro Fermín López leyendo poemas en una trinchera a la luz de las velas, o el coronel Juan Crisóstomo Centurión escribiendo sus memorias frente a una ventana, con sus textos panegíricos permeando gran parte de la historia.
Pero principalmente está el pueblo. Anónimo, humilde, heroico. Carne de cañón, o carne hecha cañón. Ancianos sobrevivientes y niños esqueléticos, mujeres sufridas de ropas desgarradas, sombras entre sombras, fantasmas haraposos con banderas hechas jirones, pero siempre con una luz de determinación invencible en las miradas, los rostros crispados en un colectivo grito de batalla. ¡Vencer o morir…!
Con rigurosidad documental, tanto en la fisonomía de los personajes, como en los detalles de las armas y los elementos de época, en la reconstrucción de los uniformes y de los lugares geográficos, pero sobre todo en la espectacularidad de las escenas de batallas, Enzo Pertile se reafirma en esta obra como uno de los mejores dibujantes de historieta que ha dado el Paraguay.
Una historia tan inmensa merecía una narración grafica majestuosa, que permitiera memorarla en una dimensión única. Enzo Pertile ha respondido al desafío.

sábado, 16 de julio de 2011

Una calle para enamorarse

La calle Amorcito es la más artística y romántica de todo el Paraguay. Historias de pasión pintadas en el paisaje cotidiano de Tañarandy, Misiones.

Hay un lugar al Sur del Edén donde no reinan el asfalto ni el empedrado, ni hay carteles de neón u ómnibus en loca carrera contaminando el aire con su humo negro. ...
Si usted viaja desde Asunción, aproximadamente a dos kilómetros antes de llegar a la localidad de San Ignacio, en el Departamento de Misiones, a la mano izquierda de la Ruta Uno encontrará un polvoriento camino de tierra que se interna en medio de un verde valle campesino.
La única referencia visible es un rústico cartel del lado derecho que dice: “Kandire, arte en bambú”. Es una de las dos entradas a la agreste comunidad rural de Tañarandy. No dude en ingresar allí. Será como transportarse a otro mundo.
Apenas haya transitado unos pocos metros, en un recodo del camino se encontrará con otro cartel, esta vez un colorido cuadro de pintura de estilo naif, que representa en cuatro escenas la vida de una pareja campesina. En el primer cuadro, el hombre y la mujer se abrazan y se declaran su amor bajo un cielo de luna y estrellas. En el siguiente, ambos están vestidos de novio ante el altar. En el tercero, el hombre acaricia con ternura la abultada panza de su esposa, y en el último la pareja posa con sus seis hijos, bajo un radiante sol. Debajo de las imágenes, una leyenda le informa que usted ha llegado a Amorcito, la calle más artística y romántica de todo el Paraguay.

El arte que transforma a un pueblo.

Tañarandy es una bucólica aldea campesina, vecina a la ciudad de San Ignacio, donde hace más de una década se inició un revolucionario proceso de intervención artística, dirigido por el artista plástico Koki Ruiz, junto a un grupo de jóvenes pintores de la región, que desembocó en un proyecto cultural denominado “el Barroco Efímero”, que encuentra su máxima expresión en las celebraciones anuales de Semana Santa, combinando procesiones a la luz de candiles y antorchas, cuadros vivientes con espectáculos de música, teatro, danza y religiosidad popular, que convocan a miles de personas.
El paisaje cotidiano de esta apacible comunidad rural, de unos 1.500 pobladores, tiene la particularidad de que cada vivienda exhibe frente a su fachada un pequeño cartel pintado con estilo naif, en donde se consigna el apellido del jefe de familia, con una imagen escogida por los moradores y que representa la particularidad de cada uno de ellos: una máquina de coser para la modista del pueblo, una escena de batalla de la Guerra del Chaco para la casa de un ex combatiente, una balanza para el almacén de la esquina.
Murales pintados por las paredes de las casas, juego de puertas o ventanas falsas, caricaturescos carteles de señales de tránsito, y el especial atractivo de intervención artística dado al pequeño templo oratorio, han transformado a todo el pueblo en una especie de gran galería de arte al aire libre.
Y entre los múltiplos atractivos, la calle Amorcito exhibe una particularidad singular, entre la picardía folklórica y el romanticismo.

La calle de los amores florecidos.

El pintoresco nombre de la calle Amorcito nació al inicio de la experiencia cultural, cuando el grupo de jóvenes pintores que entonces conformaban el taller artístico de la Fundación La Barraca decidieron darle a una de las calles de Tañarandy un toque especial, con pinturas y refranes de escenas románticas.
“Casualmente, sobre esa calle vivían unas hermosas chicas de quienes los jóvenes del taller estaban perdidamente enamorados. Entonces, cuando comenzamos a pensar en qué nombre le íbamos a dar al lugar, uno de los pintores comentó: ‘En esa calle vive mi amorcito’. Al instante, otro exclamo: ‘¡Y llamémosle calle Amorcito, entonces!’. La propuesta fue muy festejada, y así quedó”, narra el pintor y escultor Koki Ruiz.
El equipo dirigido por Koki e integrado por talentosos pintores locales, como Cecilio Thompson y Teodoro Meza, realizaron las primeras pinturas, con la activa participación de los propios moradores.
El proyecto se concibió como un largo corredor de arte an la intemperie, en donde cada poste de alumbrado público, cada cercado, cada vivienda, cada elemento del entorno es integrado como obra de expresión creativa.
La mayoría de los motivos de las pinturas en las paredes de las casas se eligieron a pedido de los moradores. Así, la familia Ojeda pidió que se pinte en la puerta del pequeño oratorio una imagen de Santa Lucía, a quien en esa casa rinden culto desde varias generaciones. En cambio, los niños de la familia León pidieron a los artistas que pinten a su brava mamá montando precisamente a un león. A lo largo de la calle, los artistas fueron además diseminando carteles con ñe’enga y frases románticas, que en muchos casos encerraban mensajes en clave para alguna muchacha destinataria de sus amores.
Varios años después, muchas de las pinturas empezaron a desteñirse o a borrarse por la acción del sol, el viento o la lluvia, lo cual motivó un nuevo “operativo repintado”, que se realizó a fines de mayo último, a cargo de un equipo integrado por una nueva generación de artistas, como la joven Cheli Thompson, quien restauró varias de las pinturas de su padre Cecilio, ya fallecido, y agregó otra nuevas. El operativo fue acompañado por creativos de la agencia publicitaria Oniria y registrado documentalmente por la cineasta Renate Costa, celebrada directora del filme “Cuchillo de Palo”, quien está dirigiendo un audiovisual sobre la experiencia artística de Tañarandy.
Orgullosos de las maravillas artísticas que pueblan su calle, los tañarandyenses reciben con amabilidad a los visitantes, invitan con agua fresca y comparten su alegre modestia, mientras cuentas las historias que dieron vida a cada uno de los cuadros. Y desde hace algún tiempo se ha empezado a difundir la leyenda de que la calle Amorcito es el mejor lugar para enamorarse.

lunes, 16 de mayo de 2011

Días y noches en que el amor a la Patria se hace multitud

El Bicentenario despierta un sentimiento de paraguayidad que no se ha visto fuera de contiendas bélicas o conflictos. "Es un Marzo paraguayo con alegría y sin violencia", define Milda Rivarola.


Por Andrés Colmán Gutiérrez
andres@uhora.com.py

Faltan menos de dos minutos para la medianoche que marca la histórica frontera entre el 14 y el 15 de mayo de 2011, y Karen trata de que el viento no le apague el candil encendido entre las manos. Su novio Robert alza una leve muralla protectora con la bandera tricolor que lleva atada como una capa de superhéroe sobre la espalda, y entonces ambos sonríen al ver que el fueguito se aviva, como si fuera la misma inexplicable llama que sienten en el alma.
La calle Palma está atestada de personas con los ojos brillantes de emoción, mirando hacia el viejo edificio del Panteón de los Héroes, resplandeciente de luces rojas, blancas y azules. La multitud corea las estrofas finales de Patria Querida, mientras la voz quebrada del animador Rubén Rodríguez marca el conteo regresivo hacia la hora cero.
-¡Tres... dos... uno...!
Es el momento en que la alegría estalla, incontenible. La gente salta y se abraza, mientras en el cielo nocturno de Asunción comienzan a florecer los fuegos artificiales. Hay sones del Himno Nacional entremezclados con roncos gritos de júbilo, mientras un grupo de chicos vestidos con remeras albirrojas empiezan a entonar a grito pelado la canción cumpleaños feliz... y todos saben que esta vez la homenajeada es una mujer llamada Patria, celebrando sus 200 años de vida independiente.

TÚNEL DEL TIEMPO. Un chico con uniforme de prócer de 1811 se cruza con un melenudo roquero heavy metal y ambos se saludan chocándose las palmas de las manos. Una matrona con kygua vera y vestido de salón del Siglo XVIII posa frente a la casona de los Martínez Sáenz... y en seguida alza la foto desde su teléfono celular para que sus amigos la puedan ver en las redes sociales Facebook y Twitter, en internet.
Las calles de Asunción, en estos días y noches de celebración bicentenaria, parecen escenarios de una película de ciencia ficción, en donde alguien dejó abierto el portal ultradimensional del túnel del tiempo. Un pregonero del gobernador español Velasco lee un bando real sobre el pago de impuestos a la Corona, mientras una adolescente posmoderna escribe frente a él en su laptop conectada a un modem.
La escenificación del antiguo y legendario Mercado Guasu, en las plazas del centro, a cargo de un grupo de actores de teatro, permite conectar el pasado con el presente y hacer que la historia vuelva a vivir de manera didáctica y vivencial ante los ojos de niños y jóvenes del Siglo Veintiuno.
"¿Era así, mamá? ¿Por qué cargaban así a su pobre burrito? ¿No había colectivos para viajar?", pregunta una curiosa y admirada niña a su madre, ante el cuadro de las burreritas cargadas de productos del agro, trotando cansinamente rumbo al mercado.

LA INVASIÓN CÍVICA. "¿De dónde ha salido tanta gente...?", se pegunta una colega periodista, asombrada por el hormigueo humano que desborda las plazas y las calles, en un inusitado clima de fiesta y de emoción a flor de piel.
"Esto es como un Marzo Paraguayo al revés, una manifestación popular colectiva pero sin violencia, algo que no se ha visto antes en circunstancias que no fueran de contiendas bélicas o de conflicto social", exterioriza la historiadora Milda Rivarola, tras asistir al multitudinario festival en la fachada litoral del Palacio de López, comparando con la gesta ciudadana de marzo de 1999, en que la población salió masivamente a sitiar los espacios públicos para defender la institucionalidad democrática, pero al precio de ocho muertos y centenares de heridos.
Esta vez la masiva ocupación cívica del centro de la ciudad ocurre con sonrisas en los labios y con lágrimas de emoción en los ojos, con una motivación que a los propios protagonistas les cuesta definir en palabras.
"No sé muy bien qué es lo que siento. Es una gran emoción en el corazón por el hecho simple de ser paraguayo y haber nacido en esta tierra, aun con todos nuestros problemas. Tengo unas ganas tremendas de echarme a llorar, pero de alegría, al ver tantas banderas paraguayas, al escuchar el Himno, al escuchar que la gente habla en guaraní, al abrazar a mis compatriotas, sin importar de qué partidos políticos sean. Es hora de unirnos y de hacer algo grande por este país", resume, con la voz quebrada por un llanto contenido, Ramiro Montiel, 36 años, comerciante, mientras sostiene sobre sus hombros a su hijita Lorena, quien hace flamear una banderita tricolor al aire de la noche, como si con ella acariciara el cielo... o quizás el futuro.

viernes, 15 de abril de 2011

Joaquín Sabina en Paraguay: ¿Quién nos regala el mes de abril?



El más exquisito literato de la canción iberoamericana regresa a Asunción tras 14 años. Sus versos arañan los puntos más hondos y vulnerables del alma humana.


Andrés Colmán Gutiérrez

Cuando el trovador de Calle Melancolía salió al escenario del Club Sol de América, con esa voz aún no tan desgarrada, a enfrentar por primera vez a un público paraguayo, se llevó una grata sensación: la multitud que colmaba ese tinglado de horrible acústica reverberante, conocía y coreaba de memoria todas las letras de sus canciones, como si él siempre hubiera estado aquí.
Era la noche del 9 de julio de 1997 y ningún tren salido de la estación de Linares Baeza había pasado por tierras guaraníes. Aunque ya una creciente logia de sabineros se extendía a lo largo de toda América, aquel músico canalla de chaleco multicolor y sombrero bombín había llegado a un país hasta entonces misterioso y desconocido, sin saber lo que iba a encontrar.
Se reveló sorprendido y emocionado en el momento en que las miles de gargantas roncas coreaban a una sola voz: “hoy amor, como siempre, el diario no hablaba de ti…”. Se mostró casi con vergüenza de haberse estrenado en Asunción con “Viuda e hijos, en paños menores”, un espectáculo acústico y minimalista, pensado inicialmente más para giras en teatros íntimos que para conciertos masivos, con un ajustado repertorio marginal, secundado por la dulce voz de Olga Román y la complicidad instrumental de sus fieles músicos Panchito Varona y Antonio García de Diego.
“Tendremos que venir otra vez, para ofrecerles una muestra más completa de nuestro trabajo…”, anunció entonces, acaso sin saber que iban a pasar catorce años, tanta agua bajo los puentes, para que pudiera cumplir aquella promesa.

Sabina en carne viva.
De aquella noche de resonancias poéticas, seguida de leyendas urbanas que relatan una sabinesca expedición pos-concierto en la madrugada asuncena, con historias nunca confirmadas (ni desmentidas) de su paso por el mítico y pecaminoso Karin Club, donde quizás conoció a La Magdalena Guaraní… hasta este anhelado domingo 17 de abril, en que El Penúltimo Tren recalará en la estación del Yacht y Golf Club Paraguayo, han transcurrido tantos discos, versos, recitales, humo, dulces hoteles, ruidos, cigarrillos, wiskys, besos, drogas, marichalazo, alivios de luto, nubes negras, números rojos…
El Sabina que regresa, tan joven y tan viejo, es el mismo pero es otro: el que burló a la muerte aquel agosto de 2001 cuando un ictus cerebral lo dejó tendido en el piso de su departamento madrileño, el que ahora canta “ya no cierro los bares, ni hago tantos excesos”, pero aún sigue “jugándose la boca” en cada verso y en cada bocanada de aire…
Nacido como Joaquín Ramón Martínez Sabina, en la agreste Úbeda de la española Jaén, el 12 de febrero de 1949, hijo de un inspector de policía, supo escapar a su marcado destino de maestro de escuela, para convertirse en el más exquisito literato de la canción iberoamericana actual, un letrista capaz de encontrar el verso justo para arañar los puntos más hondos y vulnerables del alma humana.
Heredero de Dylan y Serrat, de Borges y Vallejo, de León y Quiroga, de Gardel y José Alfredo, nadie como Sabina para hallar el “adjetivo, inspirado y posesivo, que te arañe el corazón”. En medio de tanta canción comercial, amoldada a las exigencias del mercado, que relatan irreales historias de amor de novela rosa edulcorada, Sabina se atreve a nombrar lo innombrable, a revelar esos contradictorios y oscuros sentimientos que a todos nos asaltan, pero que nadie quiere (o puede) transparentar con prosa tan exquisita: “De sobra sabes que eres la primera/que no miento si juro que daría/ por ti la vida entera / y, sin embargo, un rato, cada día/ ya ves, te engañaría con cualquiera/ te cambiaría por cualquiera”.
“Es un autor gigante entre los más grandes de la canción y el rock, aristócrata de las profundidades del idioma, de la melancolía, del whisky, de la noche y de las senti-mentiras piadosas”, lo definió el músico argentino Andrés Calamaro.
Bienvenido, Joaquín. Hoy tenemos contigo más de cien canciones, más de cien motivos, para no cortarnos de un tajo las venas. Más de cien pupilas donde vernos vivos, más de cien mentiras que valen la pena.

viernes, 25 de marzo de 2011

Nosotros no olvidamos

“Si hoy muero, será por mi patria”, dijo ese viernes 26 de marzo de 1999. Dos balazos lo dejaron tendido sobre la acera frente al Teatro Municipal. Tenía 20 años, estudiaba Informática, miembro del Centro Familiar de Adoración Cristiana, fanático del Club Olimpia. Se llamaba Henry Díaz Bernal.
“Abuela, voy a casa de unos compañeros”, mintió para no preocuparla. Compró botellas de agua y las trajo a los campesinos en la plaza. Vino “solo por unos minutos” y se quedó hasta el final. Tenía 25 años, estudiaba Ciencias Contables. Se llamaba José Miguel Zarza.
“No me puedo quedar mirando la tele, mientras allá están luchando”, le dijo a su esposa Marta. Se despidió con un beso de sus dos hijos. En medio de la refriega, auxiliaba a una persona de avanzada edad en la acera del Correo, cuando una bala le dio en la espalda. Tenía 36 años, analista de sistemas, miembro del Partido Liberal Radical Auténtico, funcionario de Hacienda. Se llamaba Armando Daniel Espinoza.
“¡Déjenme, tengo que volver!” protestó contra los médicos que trataban de curarlo. Herido durante el primer ataque a la plaza, fue trasladado en ambulancia al Hospital de Clínicas, pero regresó en la misma ambulancia a seguir peleando, hasta que otra bala lo silenció para siempre. Tenía 37 años, próspero comerciante, esposa, 3 hijos. Se llamaba Víctor Hugo Molas.
“¡Roipotá yvy, nda ha’ei ñembotavy!”, gritaba desde las filas de la Federación Nacional Campesina. Llegó desde Caaguazú tras el sueño de una mejor vida en el campo. Hoy el asentamiento lleva su nombre. Tenía 35 años, esposa, 5 hijos. Se llamaba Cristóbal Espínola.
Nadie recuerda si dijo algo. Estaba siempre en primera fila, decidido, valiente. Tenía 29 años, electricista, vivía en Luque. Está sepultado en el Panteón de los Héroes de su Concepción natal. Se llamaba Tomás Rojas.
“¡No se rindan!”, exclamaba defendiendo la plaza tras las barricadas, cuando una bala horadó su pecho. Tenía 28 años, fue presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Católica. Se llamaba Manfred Stark González.
“¡A pesar de todo valió la pena!”, exclamó con la V de la victoria, al volver de una larga internación en Sao Paulo. Sus heridas en la plaza le costaron la vida, casi un año después. Hasta último momento siguió abrazado a su bandera. Se llamaba Arnaldo Paredes.
Son los ocho Mártires de la Plaza que hace 12 años dieron la vida por un ideal que ellos llamaban Patria.
Hay quienes no lo recuerdan.
Nosotros no olvidamos.

sábado, 19 de febrero de 2011

Las huellas de un anarquista en el Alto Paraná

Ejemplar del periódico anarquista Le Revolté, fundado por Reclús y Kropotkin, que Moises S. Bertoni atesoraba en su casa del Alto Paraná.

Moisés S. Bertoni es poco conocido como personaje político. Se lo muestra como científico asceta, cuando en realidad vino a América motivado por Reclús y Kropotkin, ideólogos del anarquismo, con la utopía de construir una colonia socialista en medio de la selva.

#CrónicasDeLaMemoria

Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

Un ejemplar de páginas amarillentas del periódico socialista anarquista Le Revolté (El rebelde), fechado el 18 de febrero de 1882, en Génova, sobresale entre las pertenencias del sabio suizo Moisés Santiago Bertoni, en su pintoresca casa de madera, erigida en medio de la selva del Alto Paraná, y que hoy se rescata en el Museo que se reabrirá desde junio próximo en Puerto Bertoni, a 36 kilómetros al sur de Ciudad del Este.
Al lado del periódico hay un afiche propagandístico, impreso por la “JJ. LL. de Cataluña”, que muestra el retrato de un hombre barbudo, con una frase: “La anarquía es la más alta expresión del orden. Eliseo Reclús”.
Ambos materiales cuentan una historia hasta ahora poco estudiada y difundida, y que se refiere a la ideología y militancia política profesada por el gran botánico, naturalista y escritor.
La mayoría de sus biógrafos han insistido en mostrar a Bertoni como un científico asceta que vino a recluirse en medio de la selva para estudiar a los indios, a los animales y a las plantas, poco interesado en la realidad política, cuando que es todo lo contrario: fueron precisamente sus ideales políticos, alimentados en largas discusiones con dos de los mayores pensadores del socialismo anarquista, Elisée Reclús y Piotr Kropotkin, los que lo empujaron a América, con la utopía de construir aquí la sociedad perfecta, una colonia socialista basada en la agricultura.

ENCUENTRO EN SUIZA. Bertoni conoció y fue gran amigo de Elisée Reclús, el cartógrafo francés y gran líder del anarquismo, que colaboró con Bakunin en la década de 1861-70.
Afiliado a la Primera Internacional, Reclús participó de la sublevación de la Comuna de París en 1870, donde cayó preso. Fue salvado de la condena a deportación perpetua por Charles Darwin y otros intelectuales europeos, y en 1872 recaló en Suiza, donde se reencontró con otro gran líder anarquista, el príncipe ruso Piotr Alekséyevich Kropotkin, también geógrafo y naturalista, y uno de los principales teóricos del anarquismo.
En 1880, Reclús y Kropotkin se establecen en Clarens, Cantón de Vaud, Suiza, donde los conoce un chico de 23 años, llamado Mosé Giacomo Bertoni, quien se sentía apasionadamente atraído por las ideas del anarquismo, así como por la exploración geográfica y los descubrimientos científicos.
En largas sesiones de adoctrinamiento y discusión, los dos pensadores hicieron germinar en el joven suizo el sueño utópico de fundar una comunidad agrícola socialista, que fuera como construir el paraíso terrenal, en respuesta a la decadente sociedad capitalista europea. Pero esa hazaña solo podía cumplirse en otro lugar que no fuera Europa… en América.
El 14 de febrero de 1882, Moisés Bertoni envía una carta a su esposa Eugenia Rossetti, quien se hallaba en Zurich, comunicándole su deseo de llevarlas a ella y a sus primeros hijos a una gran aventura hacia el interior de la Argentina:
“El dado está echado y nosotros partiremos... Sí, querida Eugenia; nosotros partiremos hacia una supuesta Patria; desdeñaremos una sociedad sifilítica que sólo las bombas sabrán curar; una sociedad que desde el lecho en el que yace putañeramente se burla de nuestra ‘superstición’ humanitaria, y que ofrece su inmundo pan al precio del embrutecimiento. ¡No, por Dios!, la naturaleza no nos ha dado una conciencia superior para embrutecerla en aquel océano de basura que desfachatadamente se llama la sociedad moderna”, le dice Moisés.
El 3 de marzo de 1884, a bordo del vapor “Nord América”, Bertoni embarca con su esposa, su madre Giuseppina, y sus primeros hijos nacidos en Suiza: Reto Dividone, Arnoldo da Winkelried, Vera Zasulič, y Sofia Perovskaja.
Junto a él vienen otros 40 agricultores suizos, a quienes el entusiasta líder anarquista había convencido de que al otro lado del mar les esperaba el paraíso en la tierra.
Llegan a Buenos Aires y Bertoni logra entrevistarse con el presidente argentino, Julio Roca, a quien entusiasma con su proyecto colonizador. El gobernante le facilita los medios para establecer su “colonia utópica” en la provincia de Misiones, en un lugar llamado Santa Ana, hasta donde llegan los inmigrantes a levantar sus primeras casas. Pero la inclemencia de la naturaleza en forma de una prolongada sequía, las intrigas de los caudillos locales y el azote de los bandoleros se transforman en múltiples dificultades que provocan fuertes divisiones en el grupo humano.
Las demás familias suizas empiezan a abandonar el sueño de Bertoni, hasta dejarlo solo con su esposa, sus hijos y su madre. Desilusionado, huye hacia Yabebyry, otra localidad de Misiones, hasta finalmente cruzar al Paraguay, donde finalmente encuentra su lugar en el mundo: un barranco a orillas del río Paraná, en medio de la selva indómita, a donde trasladará su sueño de crear la sociedad perfecta, un sitio al que en principio denomina “Colonia Guillermo Tell”, pero finalmente acabará conocido como Puerto Bertoni.

LA UTOPÍA QUE NO FUE. “La utopía pudo estar aquí”, afirma Francisco Alí Brouchoud, artista visual, escritor y crítico de arte posadeño, en un artículo acerca de la ideología política del sabio suizo, publicado en el diario El Territorio, de Posadas, Misiones, Argentina. Es uno de los pocos autores que reivindican al Bertoni anarquista y socialista.
“La imagen que se ha ido construyendo sobre Moisés Bertoni -la de un hombre preocupado exclusivamente por cuestiones botánicas y meteorológicas- es completamente parcial, y ha ocultado la dimensión total de su pensamiento e intenciones”, destaca.
Bertoni vino primero a Misiones (Argentina) y luego al Alto Paraná (Paraguay) “con la idea primera de fundar aquí una colonia socialista, Y su genealogía ideológica entronca con los grandes nombres del movimiento anarquista y comunista europeo, a varios de cuyos representantes conoció y frecuentó en Suiza, y quienes fueron los que lo incitaron a emprender la aventura que lo trajo a estas tierras”, asegura Brouchoud.
En la misma carta que escribe a su esposa Eugenia, invitándola a acompañarlo a América, Bertoni también revela las ideas que mueven su utópica aventura: “¿Qué otra cosa es el patriotismo sino un egoísmo, por más grande que sea, siempre a favor de una pequeña parte de la humanidad? Para un socialista, ¿qué otra verdadera patria puede existir fuera de la Tierra, qué otro patriotismo fuera de aquel que abraza a la humanidad entera?”.
Por la misma época en que el sabio construía su paraíso familiar en Alto Paraná, otro anarquista europeo escandalizaba a la sociedad paraguaya con sus ideas libertarias: el español Rafael Barrett. Pero mientras Barret era cuestionado y perseguido como agitador social, Bertoni era reverenciado como científico. ¿Llegaron a conocerse Bertoni y Barrett? ¿Tuvieron oportunidad de discutir y confrontar sus ideas políticas?

En el Museo de Puerto Bertoni también se guarda actualmente una maqueta que muestra una aldea rural, con casas y chacras ubicadas en círculos, en terrenos comunitarios y espacios compartidos. Es la representación gráfica del sueño de la sociedad igualitaria que Bertoni había dibujado. El sueño que le empujó a venir a América, que quiso construir en Misiones y que no renunciaba a hacerlo realidad alguna vez en el Alto Paraná, si la muerte no hubiese venido a buscarlo el 19 de setiembre de 1929, tras una larga dolencia de paludismo.

sábado, 8 de enero de 2011

La última revolución de Soledad Barrett


La revolucionaria nieta de Rafael Barrett peleó contra las dictaduras de Uruguay y Brasil. Fue asesinada en Recife, en 1973. El padre de su hijo no nacido la entregó. Una escuela de São Paulo y una calle de Río llevan su nombre.



Por Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

Soledad Barrett y su compañera Pauline Reichstul vendían ropas en la boutique "Chica Boa", cuando cinco hombres ingresaron con violencia y se las llevaron a punta de pistolas. Fue la última vez que Sonja María Cavalcanti, la dueña de la tienda, las vio con vida.
Era un caluroso 8 de enero de 1973, en el barrio Boa Viagem de Recife, estado de Pernambuco. La dictadura militar brasileña devoraba vidas humanas y sueños de libertad.
Los secuestradores, que vestían de civil, eran agentes del DOPS (Delegacía de Ordem Política e Social), la policía dictatorial. Soledad quedó paralizada al reconocer a uno de ellos. "¡Você...! ¿Por qué...?", reclamó mientras la llevaban a rastras, sin fuerzas para luchar, según relata Sonja María.
"Era él...", admitió la dueña de la boutique ante la Justicia Brasileña, 24 años después, al reconocer la foto de "Daniel", (José Antonio dos Santos, "el cabo Anselmo"), quien en ese momento era amante de Soledad y padre del hijo que ella esperaba, embarazada de 4 meses.
Mucho después se sabría que "Daniel" era en realidad un doble agente de la dictadura brasileña, infiltrado en las filas de la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR), el movimiento guerrillero del legendario capitán Carlos Lamarca, del cual la paraguaya Soledad formaba parte.

UNA LARGA MARCHA. Soledad Barrett Viedma nació el 6 de enero de 1945 en Paraguay. Su padre fue Alejandro Rafael Barrett López, único hijo del gran escritor y líder anarquista español Rafael Barrett, quien llegó al país en 1904 y marcó a fuego las luchas sociales de toda una época.

"El nombre de Soledad reflejaba la ausencia de nuestro padre, perseguido por sus ideas políticas al igual que nuestro abuelo", relató su hermana Nanny Barrett.
Cuando Soledad tenía solo 3 meses, su familia tuvo que huir a la Argentina, donde pasaron cinco años de exilio. "Volvimos al Paraguay. Soledad, con su manera de ser tan dulce, despertaba adoración. Tenía una forma de hablar pausada. Era una criatura hermosa, de cabellos dorados y piel blanca", la describe Nanny.
Incapaz de huir de los genes revolucionarios de su abuelo y su padre, en su adolescencia Soledad empezó a militar en el grupo de los "gorriones", vinculados al Frente Juvenil-Estudiantil de Asunción y al FULNA, destaca Víctor Duré, en un ensayo sobre la rebelión de los años 50 y 60.
La represión dictatorial obligó nuevamente a la familia a emigrar, esta vez al Uruguay. "En Montevideo, dueña de una gracia especial para la danza folclórica y el canto, ella se convirtió en un símbolo de la juventud paraguaya. No había un acto de solidaridad en el que no fuera invitada a actuar", recuerda Nanny.

PRIMER SECUESTRO. El 1º de julio de 1962, cuando tenía 17 años de edad, Soledad fue secuestrada por miembros de un comando nazi uruguayo. Quisieron obligarla a que grite consignas: "¡Viva Hitler! ¡Abajo Fidel!", pero ella se negó. Con una navaja le dibujaron en los muslos una cruz svástica (signo del nazismo) y la dejaron tirada detrás del zoológico de Villa Dolores.

La joven paraguaya militaba ya activamente en los grupos revolucionarios y decidió viajar a Cuba, donde recibió entrenamiento guerrillero. Allí conoció al amor de su vida, el brasileño José María Ferreira de Araujo, con quien se casó y tuvo a su única hija sobreviviente, Naim.

EL FINAL. Eran años de dictadura y terror. También de lucha revolucionaria... y de amor. Soledad Barrett tenía 25 años de edad cuando perdió a su esposo, el brasileño José María Ferreira de Araujo.

Desde Cuba, José María volvió a Brasil en julio de 1970, para ayudar a consolidar la lucha armada. En setiembre de 1970 es capturado y asesinado por los militares. Sin saberlo, Soledad viaja a buscarlo, con su pequeña hija Naim, en 1971.
Al llegar y enterarse de la muerte de su marido, la paraguaya decide incorporarse activamente a la guerrilla brasileña, en su lucha por derrocar a la dictadura. La VPR la envía a Recife, junto a otros combatientes. Allí reencuentra a Anselmo, un antiguo militante amigo de su esposo, a quien había conocido en Cuba.
El "cabo Anselmo" era un militar que lideró la "revuelta de los marineros" en 1964, contra el Gobierno de João Goulart, y se había convertido en héroe para los guerrilleros. Pero la dictadura lo había captado como doble espía desde 1974 y tenía la misión de delatar a sus compañeros.
"Para no despertar sospechas, Anselmo necesitaba acercarse a alguien respetable y con un histórico de militancia impecable. La víctima ya había sido elegida: Soledad Barrett Viedma", relata la periodista brasileña Vanessa Gonçalves.
"El cabo se aproximó de la militante y pasó a vivir como su compañero. Soledad se embarazó de él, sin desconfiar de que era apenas un objeto para mantener la fachada de Antonio", agrega.
El 8 de enero de 1973 fue la "entrega". Junto a Soledad, fueron secuestrados: Pauline Reichstul, Eudaldo Gómez da Silva, Jarbas Pereira Márquez, José Manoel da Silva y Evaldo Luiz Ferreira.
Los cadáveres fueron hallados en una granja, en São Bento, municipio de Abre e Lima, cerca de Recife. La abogada Mercia Albuquerque inspecionó los cuerpos en la morgue y relata lo siguiente: "En un barril estaba Soledad Barret Viedma. Estaba desnuda y había mucha sangre en los muslos, en las piernas, y en el fondo del barril, donde se encontraba también un feto".
A pocos días de haber cumplido 28 años de edad, la revolucionaria nieta del gran Rafael Barret acabó su vida de manera violenta, traicionada por su propio amante y padre del hijo que llevaba en sus entrañas.

DESCONOCIDA EN EL PARAGUAY. En el barrio Jardim Adelfiore de São Paulo, Brasil, en el número 315 de la calle Tarcon, hay una escuela municipal denominada Soledad Barrett Viedma, donde los alumnos la recuerdan como "una luchadora paraguaya heroica, que dio su vida por la libertad".

También en Santa Cruz, Río de Janeiro, una calle lleva el nombre de la guerrillera que llegó para unirse a las filas de la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR), la legendaria guerrilla del capitán Carlos Lamarca.
En el Paraguay, el nombre de Soledad Barrett aún es ignorado para la gran mayoría de los habitantes, aunque su abuelo, Rafael Barrett, si resulta más conocido.
Quienes saben algo de la historia de Soledad, la han conocido a través de un poema escrito por el gran poeta uruguayo Mario Benedetti o el cantautor Daniel Viglietti, quienes conocieron personalmente a la paraguaya en Montevideo y le han rendido su homenaje artístico.
"Otra cosa aprendí junto a Soledad/ que la patria no es/ un solo lugar/ Cual el libertario abuelo del Paraguay/ creciendo buscó su senda y el Uruguay/ no olvida la marca de su pisada/ cuando busca el Norte/ el Norte Brasil/ para combatir...", canta Viglietti.