miércoles, 13 de agosto de 2014

Paraguay: El país de la contradicciones



El 25 de junio, por resolución del Ministerio de Educación, se celebra el Día del Libro Paraguayo.
La razón es que, un 25 de junio de 1612, el historiador Ruy Diaz de Guzmán había terminado de escribir lo que se supone fue el primer libro paraguayo. Todo bien, si no fuera porque el título original del dichoso libro es La Argentina. (¿Será que en Argentina celebran el Día del Libro Argentino, homenajeando a un libro llamado El Paraguay?).
Esta anécdota mínima es apenas una más entre las muchas que componen la identidad de este divergente territorio llamado Paraguay.
En el posteo anterior de este blog habíamos narrado la fascinación que tuvo el maestro del realismo mágico, Gabriel García Márquez, cuando le contaron sobre la sopa paraguaya: “De un país que tiene por plato nacional una sopa que es sólida, no quiero imaginar cómo será el resto…”, dijo.

No hacía falta que el autor de Cien años de soledad lo imagine siquiera.
La realidad está aquí, delirante y contradictoria:

-No solo la sopa es sólida…. también la leche es agua.
-Nuestro peculiar invierno es casi siempre más caluroso que el verano.
-El aeropuerto de Asunción está en Luque.
-El Cerro de Lambaré está en Asunción.
-En Paraguay hay más mariachis que en México.
-Los locutores paraguayos… son argentinos.
-El azúcar paraguayo… es brasileño.
-La canción nacional patriótica (Patria Querida)… es francesa.
-La actual música folclórica paraguaya (la cachaca)… es colombiana.

Las contradicciones están también en los propios símbolos del doble escudo de nuestra bandera, que deberían representar nuestra nacionalidad más intrínseca, pero que en realidad poco tienen que ver con los elementos de nuestra flora, nuestra fauna y nuestro folclore más característicos:


-La palma (Elaeis oleífera, o palma americana) es una planta tropical, más propia del Caribe.
-El olivo (Olea europea) es de la Península Ibérica, principalmente de la región de Jaén, España.
-El león… es africano.
-El gorro frigio es de Frigia, Asia Menor, la actual Turquía, un símbolo que fue apropiado por la Revolución Francesa.
-La estrella… es interespacial.
-La frase “paz y justicia”, sigue siendo principalmente eso: una frase.

Nuestras mayores contradicciones, sin embargo, son de carácter político y socio-económico.
Habitamos 406.752 kilómetros cuadrados de un país generoso en tierra fértil y abundante, pero que está concentrada en manos de unos pocos, mientras muchos son obligados a sobrevivir a la intemperie. Es la tierra sin hombres de los hombres sin tierra”, que decía nuestro más grande escritor y novelista.
En el Paraguay tenemos la mayor hidroeléctrica del mundo, pero apenas cae una lluvia o sopla un viento fuerte… nos quedamos a oscuras.
Tenemos los mejores ríos de Sudamérica, pero no podemos disfrutar de sus costas y sus playas, sea por la alta contaminación, como por la falta de adecuada infraestructura turística.
Disponemos del Acuífero Guaraní, una de las mayores reservas de agua del planeta… pero más de tres millones de paraguayos siguen sin tener acceso al agua potable.
A pesar de todo, nos sentimos orgullosos de ser paraguayos y paraguayas, de la intensidad de nuestra historia y de las particularidades de nuestra cultura. Desayunamos sándwiches de empanada, armamos un foro social alrededor de una jarra de tereré y nos sentamos en una silla cable a mirar pasar el tiempo, bajo la fresca sombra de un árbol de mango o de alguna florida enramada.
Nos sentimos eufóricos de escuchar que nuestros ancestros guaraníes ya habían inventado el fútbol en la época de las Reducciones Jesuíticas, mucho antes de que lo inventaran los británicos en el Reino Unido, aunque últimamente nos hayamos olvidado de jugarlo bien y nos hayamos quedado fuera del Mundial más vecino de todos los mundiales.
Nos plagueamos por casi todo, acusamos a nuestras autoridades y a nuestros políticos de ser unos soberanos sinvergüenzas, pero los seguimos votando en todas las elecciones, los adulamos, les pedimos favores y cargos públicos.
Nos burlamos de las leyes, porque preferimos la ley del ñembotavy y la ley del mbareté. Viajamos de a tres en las motos, sin usar cascos por la vida. Nos resulta más cómodo tirar la basura al pie del basurero. Los varones hacemos pipí por cualquier árbol o muralla en la calle, nos bajamos del micro a mitad de la cuadra, decimos que odiamos la corrupción pero coimeamos al zorro gris que nos detuvo por cruzar el semáforo en rojo. Coleccionamos botellas y latas vacías de cerveza en las mesas del bar de la esquina. Nos conformamos con que todo sea péichante o que las cosas queden en el opa rei.
Nos peleamos en castellano y soñamos en guaraní. 
Cuando nos preguntan en alguna encuesta internacional, respondemos que somos los más felices del mundo. 
Y a veces, sorpresivamente, salimos juntos a las calles y a las plazas, armados de puro coraje e idealismo, dispuestos a dar la vida por las cosas en las que creemos, a cambiar aunque sea circunstancialmente el destino.
Nos burlamos o nos reímos casi siempre de todo, incluso de nuestras propias desgracias.
O cantamos con ritmo tropical el reflejo burlón de nuestra propia imagen en el espejo (Soy paraguayo, ¿y qué...?).
Quizás los habitantes de esta mediterránea geografía podamos hallar en nuestras contradicciones la manera de superar esa profunda descripción literaria con la que alguna vez nos caracterizó el gran autor de Yo el Supremo:

“...este país misterioso y simple,           
 elemental como el fuego y como el agua, 
 por momentos melodioso o crepitante, 
 poseído casi todo el tiempo por estallidos de furia 
 o por las depresiones del desconsuelo. 
 Un país condenado al suplicio de la esperanza, 
 con su gente que vive como en castigo 
 en uno de los más hermosos 
 y apacibles lugares de la tierra; 
 de esos que se llevan su lugar a otro lugar 
 y se esconden en un recodo de la historia”. 
  
(AUGUSTO ROA BASTOS, Una isla rodeada de tierra).


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(Publicado originalmente en el blog Mandioca Republic, de Andrés Colmán Gutiérrez, en ÚLTIMAHORA.COM).

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