jueves, 24 de diciembre de 2015

El amigo de los fantasmas del Teatro Municipal


Conocí personalmente al mítico Chiquitín Lambaré allá por 1993, cuando acompañé al actor Rubén Visokolan, el recordado Visoka, a grabar un reportaje en los camarines del Teatro Municipal para el programa televisivo NocheTrasNoche, que me tocó guionar desde Alta Producciones, con la conducción de Mario Ferreiro y la dirección de Tito Chamorro.
Fue una experiencia surrealista. No sé quién era más loco, si Chiquitín, Visoka o Tito, pero entre los tres se armó una onírica conversación en la madrugada, en la que Chiquitín contaba con una seriedad absoluta como acostumbraba conversar con varias estrellas fallecidas en medio de las butacas vacías del Municipal, desde Julio Correa hasta Ernesto Báez, desde Jacinto Herrera hasta el cantante Luis Alberto del Paraná.
Mientras ellos desgranaban anécdotas sobre ilustres fantasmas en la densidad de esa sala llena de ecos y telarañas, yo solo podía estar pendiente de cada ruido que llegaba desde las sombras del viejo teatro.
Lo volví a encontrar varias veces a Chiquitín, y siempre me contaba una anécdota nueva entre jarras de tereré y nombres transcordados, sobre sus ilustres amigos fantasmas.
A veces me contaba la misma historia que ya me había contado la vez anterior, pero cambiando de protagonista, y aunque ya no me asustaban los ruidos que llegaban desde los camarines desiertos, siempre me quedaba extasiado con sus relatos.
En marzo de 1999, durante los sucesos del Marzo Paraguayo, Chiquitín nos llamó desde la distancia a mí y a otros colegas periodistas y nos condujo al patio del teatro, que en esos días estaba cerrado por refacciones. Desde allí, subidos sobre cajones de madera, nos permitió observar lo que pasaba al otro lado de la calle Alberdi, en el viejo edificio del Correo, donde los oviedistas descargaban cajas de petardos, explosivos, piedras y garrotes, que luego usaban como proyectiles desde la terraza contra los manifestantes en la plaza. Pudimos sacar fotos de ese operativo y publicarlas en el diario.
Un par de años después, cuando empecé a escribir mi novela El país en una plaza, sobre los sucesos del Marzo Paraguayo, quise incorporar esa escena y le pregunté a Chiquitín si podía usar su nombre.
-Metele si que, pero cambiá nomás un poco mi nombre, para no tener problemas –contestó.
-¿Y si te llamo Chiquito Amberé, te parece bien? –le pregunté.
-¡Espectacular…! –dijo, levantando el pulgar.
Así, Chiquito Amberé se volvió un personaje de novela.
“La puerta se abrió y apareció un hombre maduro, de perfil sombrío. Lo reconocí en seguida. Era Chiquito Amberé, el veterano cuidador del Teatro Municipal, un personaje que había confesado en varios reportajes que con frecuencia veía fantasmas en las salas y los camarines abandonados, ecos de funciones de galas de otras épocas, actores y actrices que desde el más allá creían que la función debía continuar…”.
El pasado lunes 21 de diciembre, Ciriaco Dejesus Lambaré Blanco, el mítico Chiquitín Lambaré, falleció a los 84 años de edad.
Con él no solo se apaga una importante fuente de memoria viva, de historias y leyendas del primer teatro del país, sino que se cierra toda una época.
Los ilustres fantasmas del Municipal se han quedado sin su mejor amigo… o quizás lo han recuperado para siempre.


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