viernes, 7 de diciembre de 2007

Arandu Ka'aty




El viejo Mixto se abre paso a los tumbos por la estrecha picada en medio del monte.
Es un camión de carga al cual le han adaptado una carrocería de madera con techo de lona, donde los pasajeros viajamos apretujados, en medio de bolsas de mandioca, cachos de banana y jaulas de gallinas, algunos sentados sobre bancos de madera que bailan con cada pozo.
A cada momento los árboles tratan de introducir sus ramas en el interior y hay que agacharse para esquivar los chicotazos. El calor infernal, la polvareda roja, los barquinazos y los mosquitos hasta podrían ser soportables, pero hace largo rato que un bebé llora en brazos de su madre y ya todos estamos con los nervios de punta.
–No sé lo que le pasa. Parece que le sopló viento... –dice en guaraní la madre del bebé, con desconsolada impotencia. Es una muchacha pequeña y oscura, todavía una niña, pero con la piel ya avejentada por la tristeza y el dolor.
Todos, en algún momento, hemos intentado hacer algo para tratar de calmar el sufrimiento del bebé. Agua, aspirinas, caramelos, juguetes, morisquetas... nada sirve. Hace más de dos horas que hemos salido de la colonia Pacobá y aún faltan como cien kilómetros para llegar a Curuguaty. A lo largo del camino sólo hay selva y soledad. Nunca las palabras como progreso y civilización me habían parecido tan distantes.
De pronto, al final de una curva, una brusca frenada del vehículo nos arroja a todos contra las paredes o contra el piso de la carrocería.
El Mixto se detiene. Hay un enorme árbol caído. Un grueso yvyra pytá de frondoso ramaje que bloquea totalmente el camino.
Nos bajamos a mirar.
En brazos de la niña-mamá, el bebé no deja de llorar.
El chofer del mixto, un tipo gordo, vestido con una camisilla agujereada, inspecciona el árbol caído y gesticula negativamente con la cabeza.
–¡Es demasiado grande, no hay forma de moverlo! –exclama.
Aún así, entre todos hacemos el esfuerzo. Rodeamos el tronco, lo abrazamos como si fuera un ser querido. Primero tratamos de levantarlo con cariño. Después, de empujarlo con rabia. Nada. Es en vano. El maldito no se da por enterado. No conseguimos moverlo ni un milímetro. Y el bebé no deja de llorar.
–¿Qué hacemos, chofer...? –pregunta con desesperación una señora, con aspecto de granjera mennonita.
–¡No sé, señora! –responde nervioso el conductor.
–¿Por qué no volvemos al punto de destino? –propone otro pasajero.
–Es demasiado lejos. ¿Por qué algunos no vamos a pie por el camino? A lo mejor encontramos una granja, en donde alguien tenga un tractor –interviene un joven, vestido con uniforme de conscripto.
–No, yo conozco muy bien esta zona. Podés caminar kilómetros y kilómetros, y solo vas a encontrar puro monte –le desalienta el chofer.
En ese momento, una mujer que se había alejado con un niño a cierta distancia, aparentemente para hacer pipí, lanza un grito.
–¡Miren...! ¡Vienen varios hombres a caballo!
Con una exclamación de júbilo, los vemos acercarse a la distancia, desde el otro lado del árbol caído. Son siete jinetes, con anchos sombreros, que nos saludan con gritos y carcajadas. Son siete seres rudos, obrajeros del monte. Siete ángeles oscuros que acuden en nuestro auxilio.
–¡Buenas tardes, los amigos! ¿Pe pyta piko detenido? –dice uno de ellos, que parece ser el líder del grupo. Es un hombre moreno, petiso y robusto, de facciones aindiadas.
–Ya ven cuál es el problema. –contesta el chofer, señalando al árbol caído, como si fuera necesario–. A lo mejor pueden darnos una manito.
–No se preocupe, compañero. Esto es vyroreí. En un ratito vamos a solucionar –dice el hombre, mientras hace un gesto a los demás jinetes.
Rapidamente, cuatro de ellos descienden de sus caballos y extraen filosas hachas de sus monturas. Sin dudarlo, se acercan al árbol, lo estudian por un breve instante y en seguida empiezan a cortar las ramas de tupido follaje, apartándolas a un costado del camino, hasta dejar solo el grueso tronco atravesado. Luego, con certeros hachazos, terminan de separar el cuerpo de la raíz. Otro de los jinetes se acerca con una gruesa cuerda de fibra de karaguatá, que amarran con varias vueltas a la base del tronco, mientras atan el otro extremo a la montura de tres caballos.
Impresionados, los pasajeros nos juntamos a observar el espectáculo.
La cuerda ha quedado tensa, estirada por los caballos. Uno de los jinetes toma de las riendas a los animales y, con un grito seco, los obliga a jalar el tronco. Hay un momento de tensión, en que la cuerda se estira y parece que va a romperse, y todos contenemos la respiración. Los caballos caracolean. El jinete los empuja con otro grito. Y, entonces, lentamente, el tronco empieza a moverse.
Un grito de admiración escapa de nuestras gargantas.
Otro grito del jinete. Los caballos avanzan. El tronco se desliza, se desliza, se desliza, hasta quedar totalmente fuera del camino.
–¡Bieeeen... bieeeen...! ¡Increíble...! –grita una señora.
Hay aplausos, hurras y vítores.
Nos acercamos todos para agradecer a los jinetes. Algunos, entusiamados, reparten abrazos y palmeadas en la espalda.
–¿Cuánto le debemos por esta gauchada? –pregunta la señora con pinta de granjera mennonita al líder del grupo.
–¡No, señora, por favor...! ¡Mba’evete verá! –le responde el hombre.
–Bueno, bueno... vamos a subir todos al Mixto. Ya es muy tarde y tenemos que seguir viaje –ordena el chofer.
Entusiasmados, comenzamos a ascender al vehículo.
Es entonces cuando escuchamos el lastimero llanto del bebé que viene creciendo a la distancia.
Con todo el trajín, nos habíamos olvidado completamente de la niña-madre y de su criatura enferma.
Cuando ella está por subir, una mano la detiene.
Asustada, la niña trata de zafarse, pero el hombre moreno, el líder de los jinetes, le sonríe y le dice que no tenga miedo. Luego, sus manos de gorila toman al bebé lloriqueante y lo alzan con infinita ternura, mientras lo palpan detenidamente. Sus dedos le abren la boca y sus ojos escrutadores lo revisan. Al poco rato, el hombre le devuelve el bebé a la niña.
–Su garganta está descompuesta. Esperame un rato, te voy a dar algo –le dice.
Ella se queda allí, al pie de la puerta del Mixto, expectante, mientras él camina hacia su montura y hurga en el interior de unas alforjas de tela. Al rato lo vemos sacar un trozo de panal de miel, que vuelca en el interior de un jarro lata. Luego se dirige con pasos decididos hacia el monte y se pierde dentro de la espesura durante largos minutos. Finalmente lo vemos regresar con el jarro lata en la mano, removiendo el contenido con una ramita, hasta acercarse a la niña-madre.
En silencio, observamos cuando empieza a darle de beber al niño una especie de jarabe verdoso. El bebé protesta, incómodo, mientras el dedo del hombre le va dando el líquido pastoso en la boca. Increíblemente, el llanto del niño se va volviendo espaciado, hasta que finalmente cesa por completo. El hombre le acaricia la cabecita y después ayuda a la niña-mamá a subir al vehículo. Por primera vez veo una sonrisa en su carita sufrida.
–¡Nde, karai...! Contame... ¿qué le diste al bebé? –le pregunto al hombre desde la puerta del Mixto, mientras escucho que el chofer enciende el motor y se dispone a reanudar la marcha.
–Nada... un remedio que me enseñó mi abuela, nomás –dice él, con un gesto de la mano que parece un saludo pero también un signo de restarle importancia a mi curiosidad.
El Mixto empieza a moverse y tengo que gritar por encima del ruido del motor para hacerme escuchar.
–¡Si... pero qué había en el jarro! ¿Miel y qué más...?
El hombre sonríe y me despide con la mano levantada, mientras su figura empieza a alejarse. Todavía alcanzo a oír su respuesta.
–Si venís alguna vez a visitarme, te voy a contar. ¡Son cosas del arandu ka’aty nomás!
Nunca supe su nombre.
Pasé varias veces por el mismo sitio, pero no lo volví a encontrar.
Ahora prácticamente ya no quedan montes en Canindeyú. Casi no existe el peligro de encontrarse con algún árbol caído en mitad del camino. Pero yo no pierdo la esperanza de que en algún momento me vuelva a cruzar con esos oscuros ángeles montados a caballo.

2 comentarios:

  1. excelente!!! me encanto y me hizo sentir el piri en la piel, al descubrir una vez mas la magica naturalez de nuestro pais.!!

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