lunes, 1 de marzo de 2010

Mis héroes favoritos


¿Así que hoy es el Día de los Héroes? ¿Ah sí? ¿Y quiénes son los héroes? ¿Esos seres de bronce o de mármol que con la espada en la mano hacen pruebas de equilibrio sobre caballos encabritados en el centro de una plaza o en algún cruce de avenidas? ¿Esos que a la hora de morir pronunciaban largos e interminables discursos, como si el enemigo fuese a esperar que hagan sus legados para la posteridad, antes de coserlos a lanzazos o a balazos?
Los héroes tienen poco de heroicos cuando no exhiben ninguna mancha en el uniforme, ninguna debilidad en el carácter, ninguna grosería o vulgaridad en el solemne vocabulario. Y menos aún cuando detrás de sus actos magnificados por la historia se esconden crímenes horrendos y barbaridades sin nombre.
Mis héroes favoritos no son esos. Mis héroes son otros. Humildes anónimos y cotidianos, que quizás nunca tendrán estatuas, ni recibirán discursos, ni figurarán en los libros de historia.
Entre mis héroes favoritos hay un joven maestro que recorre diez kilómetros a pie, todos los días, para llegar hasta una pequeña escuelita en la colonia Yasy Cañy, Canindeyú, para enseñar a una treintena de alumnitos y alumnitas la lección que no está escrita en ningún manual escolar.
Entre mis héroes favoritos hay una mujer, dueña de una hamburguesería en la ciudad de Hernandarias, que todos los días recibe a decenas de niños y niñas de un barrio marginal y les prepara una nutritiva merienda. A ella no le sobra el dinero, pero sí la generosidad y la alegría.
Entre mis héroes favoritos está el sufrido trabajador que con un mísero sueldo consigue alimentar, educar, curar, mantener a su familia. Los campesinos que se desloman en los campos de algodón. Las mujeres que llegan a la madrugada cargando pesadas bolsas sobre la espalda para tratar de vender algo en el mercado. Los pueblos indígenas que se aferran tercamente a su cultura solidaria y a sus valores de amor a la naturaleza.
Y ya que estamos en marzo y hablamos de héroes, entre mis héroes favoritos están esos chicos y esas chicas que hace casi once años se congregaron en la plaza del Congreso cuando creían que la patria estaba en peligro, y no dudaron en enfrentar con piedras y palos a los francotiradores asesinos, al punto de dar su vida por sus ideales.

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