“Si hoy muero, será por mi patria”, dijo ese viernes 26 de marzo de 1999. Dos balazos lo dejaron tendido sobre la acera frente al Teatro Municipal. Tenía 20 años, estudiaba Informática, miembro del Centro Familiar de Adoración Cristiana, fanático del Club Olimpia. Se llamaba Henry Díaz Bernal.
“Abuela, voy a casa de unos compañeros”, mintió para no preocuparla. Compró botellas de agua y las trajo a los campesinos en la plaza. Vino “solo por unos minutos” y se quedó hasta el final. Tenía 25 años, estudiaba Ciencias Contables. Se llamaba José Miguel Zarza.
“No me puedo quedar mirando la tele, mientras allá están luchando”, le dijo a su esposa Marta. Se despidió con un beso de sus dos hijos. En medio de la refriega, auxiliaba a una persona de avanzada edad en la acera del Correo, cuando una bala le dio en la espalda. Tenía 36 años, analista de sistemas, miembro del Partido Liberal Radical Auténtico, funcionario de Hacienda. Se llamaba Armando Daniel Espinoza.
“¡Déjenme, tengo que volver!” protestó contra los médicos que trataban de curarlo. Herido durante el primer ataque a la plaza, fue trasladado en ambulancia al Hospital de Clínicas, pero regresó en la misma ambulancia a seguir peleando, hasta que otra bala lo silenció para siempre. Tenía 37 años, próspero comerciante, esposa, 3 hijos. Se llamaba Víctor Hugo Molas.
“¡Roipotá yvy, nda ha’ei ñembotavy!”, gritaba desde las filas de la Federación Nacional Campesina. Llegó desde Caaguazú tras el sueño de una mejor vida en el campo. Hoy el asentamiento lleva su nombre. Tenía 35 años, esposa, 5 hijos. Se llamaba Cristóbal Espínola.
Nadie recuerda si dijo algo. Estaba siempre en primera fila, decidido, valiente. Tenía 29 años, electricista, vivía en Luque. Está sepultado en el Panteón de los Héroes de su Concepción natal. Se llamaba Tomás Rojas.
“¡No se rindan!”, exclamaba defendiendo la plaza tras las barricadas, cuando una bala horadó su pecho. Tenía 28 años, fue presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias y Tecnología de la Católica. Se llamaba Manfred Stark González.
“¡A pesar de todo valió la pena!”, exclamó con la V de la victoria, al volver de una larga internación en Sao Paulo. Sus heridas en la plaza le costaron la vida, casi un año después. Hasta último momento siguió abrazado a su bandera. Se llamaba Arnaldo Paredes.
Son los ocho Mártires de la Plaza que hace 12 años dieron la vida por un ideal que ellos llamaban Patria.
Hay quienes no lo recuerdan.
Nosotros no olvidamos.
Hay calles que deberían llevar sus nombres.
ResponderEliminarQue descansen en paz, pero no todo s como pintas en tu relato, se respta la paz de los muertos, pero una bandada de drogadictos y supuestos campesinos, araganes que en vez de quedarse en sus casas a atender sus hogares fueron en busca de una supuesta DEMOCRACIA, y te puedo asegurar que mas del 80% de los presentes ni sabian el significado de eso... los verdaderos heroes son los que murieron defeniendo realmente nuestra tierra, en el chaco paraguayo, acosta ñu, en fin.. mi humilde opinion
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