Muchos años después, frente al pelotón de reporteros que lo
fusilaban con micrófonos y cámaras, el Nóbel de Literatura colombiano Gabriel
García Márquez habría de recordar aquel día lejano en que decidió arrojar por
la borda una prometedora carrera de abogado, para dedicarse al precario e
inestable oficio del periodismo.
Tenía 21 años de edad. Había abandonado abruptamente el
segundo año de derecho en la Universidad Nacional de Bogotá, para huir de las
oleadas represivas que siguieron al asesinato del líder liberal Jorge Eliécer
Gaitán, el 9 de abril de 1848. Acabó refugiado en un prostíbulo de Cartagena de
Indias, sin dinero y sin saber qué hacer, cuando un casual encuentro con el
médico y novelista Manuel Zapata Olivella le abrió la posibilidad de escribir
para el diario local El Universal.
Hasta entonces, el flaco y tímido joven llegado desde una
aldea perdida en la región bananera colombiana, llamada Aracataca, solo había
publicado tres cuentos primerizos en el diario El Espectador de Bogotá, que le
habían dado un cierto prestigio de "promesa literaria", pero nada
estaba más lejos de su ánimo que dedicarse al periodismo.
El 21 de mayo de 1948, en la página 4 de El Universal, se
estrenó su columna Punto y aparte. Desde la primera línea ya
establecía el sello de un estilo: "Los habitantes de la ciudad nos
habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de
queda".
Entre aquel hotel de putas y aquella redacción provinciana
empezaron a escribirse no solo las páginas de su primera novela, La Hojarasca,
que publicaría en 1955, prefigurando al mayor escritor de ficción que ha dado
América Latina, sino también empezaba a forjarse uno de los más genuinos
maestros de lo que el propio García Márquez bautizaría más adelante como "el mejor oficio del mundo": el periodismo.
Nace un reportero
En El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla,
García Márquez se dio a conocer como columnista estrella, pero fue en el diario
El Espectador de Bogotá, para el cual trabajó desde febrero de 1954, donde
nació su vocación de gran reportero.
Su consagración llegó en marzo de 1955, con la historia del
marinero Luis Alejandro Velazco, que sobrevivió milagrosamente al naufragio del
barco destructor Caldas, tras pasar 13 días a la deriva en medio del mar.
Marcando una radical diferencia con los demás periódicos, que ofrecían clásicas
versiones informativas, García Márquez publicó el relato en forma novelada,
contada en primera persona con la voz del propio protagonista, en una larga
serie de 14 capítulos que mantuvo en vilo a toda Colombia.
Aquella epopeya, reunida posteriormente en un libro, con el
título Relato de un náufrago, es considerada hoy un manual de culto para los
estudiantes de periodismo en todo el mundo.
En realidad, el título completo y original del libro, inspirado en la forma de titular de los grandes diarios colombianos de la época. es: Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.
En realidad, el título completo y original del libro, inspirado en la forma de titular de los grandes diarios colombianos de la época. es: Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.
Ni la consagración definitiva como novelista que le
significó la publicación de Cien años de soledad (1967), ni siquiera la cumbre
de la gloria de ganar el Premio Nobel de Literatura (1982), han hecho que se
apartara del periodismo, su otro gran amor.
Entre sus libros hay dos que fueron escritos con técnicas de
periodismo puro.
El primero es Las aventuras de Miguel Littín clandestino en
Chile (1986), en el que narra de manera apasionante la visita realizada por el
director de cine chileno a su país natal, luego de 12 años de exilio, para rodar
una película documental con identidad falsa, desafiando al sistema represivo
del dictador Augusto Pinochet.
El otro es Noticia de un secuestro (1996), en donde cuenta
la historia de nueve personas secuestradas por el Cartel de Medellín del jefe
narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, en Colombia.
A ello se suman sus centenares o miles de artículos para
periódicos y revistas, reunidos en varios volúmenes antológicos como Textos
Costeños (1948-1952), Entre cachacos (1954-1955), De Europa y América
(1955-1960), Por la Libre (1974-1995) y Notas de prensa (1980-1984).
Pero quizás el mayor legado de Gabo para sus colegas
comunicadores es la creación de la Fundación para un Nuevo Periodismo
Iberoamericano (FNPI), que desde hace una década impulsa la capacitación y la
promoción de un periodismo más ético y de calidad, impartiendo talleres y
cursos, otorgando becas y premios, en todo el continente.
No es un detalle gratuito que la sede de la Fundación está
en Cartagena de Indias, la misma ciudad en donde, hace más de medio siglo, un
García Márquez pobre y desorientado se decidió a abrazar la carrera
periodística, y al contrario de las estirpes condenadas a cien años de soledad,
encontró su segunda oportunidad sobre la tierra
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