Algunos amigos suyos, viajeros infatigables, le habían relatado al gran Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez las historias del Paraguay, esa Macondo del Cono Sur, sin mar y sin bananas, isla rodeada de tierra, pero con maravillas tanto o más delirantes que las de la literaria comarca caribeña, entre ellas la experiencia mágico-realista de sentarse a la mesa de un restaurante y pedir el plato nacional, la tradicional sopa paraguaya, para encontrar que es… una torta sólida de maíz, queso y cebollas.
El
veterano periodista argentino Rogelio Pajarito García Lupo, autor del
documentado libro El Paraguay de Stroessner -quien a inicios de los años 60
fundó con Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh y Jorge Masetti la legendaria
agencia cubana Prensa Latina-, le contó a su amigo Gabo sobre ese país dormido
en el sopor de la siesta sudamericana, donde un viejo dictador establecía por
decreto que el termómetro no suba más de 38 grados centígrados, para que la
población no sienta los efectos psicológicos del calor. Fue cuando el autor de Cien años de Soledad admitió que le
encantaría invadir literaria o periodísticamente ese mágico territorio de su
colega novelista Augusto Roa Bastos.
Pero
desde el golpe militar en Chile, que en setiembre de 1973 derrocó el gobierno
de su amigo Salvador Allende, García Márquez había anunciado que no visitaría
países con dictaduras militares de derecha. Cuando el régimen del general
Alfredo Stroessner cayó por fin en febrero de 1989, el Nóbel colombiano ya
estaba tan entrampado con los acosos de la gloria y de la fama, que le rehuía a
casi todos los viajes, salvo que fueran inexcusables.
Una de
las últimas oportunidades de conocer por primera vez el Paraguay se había dado
justamente tras la caída del stronismo, cuando Roa Bastos lo llamó para
invitarlo a visitar el país y dar una conferencia en un congreso internacional,
de los muchos que se organizaban con el retorno a la democracia. Gabo no tuvo
corazón para decirle que no, y aceptó la invitación, aunque finalmente se
excusó.
Roa y
Gabo se conocían mutuamente y se admiraban literariamente, pero no eran tan
amigos. Se habían encontrado más de una vez en la diáspora del exilio
latinoamericano y en algunos encuentros literarios, como la histórica
oportunidad en Buenos Aires, en 1969, en que la legendaria revista Primera
Plana y la Editorial Sudamericana los reunió con el escritor argentino Leopoldo
Marechal, como jurados de un concurso de novelas.
De
aquella reunión de los tres maestros narradores queda una colección de
fotografías en blanco y negro, en que a Roa y a Gabo se los ve conversar con
mucha pasión y vitalidad, junto al maduro Marechal. Todavía no sentían toda la
insoportable levedad de ser grandes celebridades literarias. Gabo llevaba dos
años de haber publicado la consagrada Cien
años de soledad (1967) y Roa estaba a punto de cumplir una década con su
deslumbrante Hijo de Hombre (1960),
pero aún no había terminado de escribir su obra cumbre, Yo el Supremo (1974).
Después,
hubo distanciamientos. En una polémica entrevista concedida a mediados de los
‘80, Roa Bastos estableció diferencias con la corriente literaria del boom latinoamericano, sosteniendo que
autores como él, así como el mexicano Juan Rulfo, el peruano José María
Arguedas y el uruguayo Juan Carlos Onetti, se ubicaban en campos diferentes y
con menos marketing que el que caracterizaba a otros promocionados autores,
como Vargas Llosa o García Márquez.
La
brecha se selló en noviembre de 1989, cuando Roa Bastos ganó el Premio
Cervantes, el más importante trofeo de las letras iberoamericanas. Entre los
muchos saludos y felicitaciones, el escritor paraguayo recibió un telegrama con
apenas tres palabras que lo llenaron de emoción. Haciendo juego con el título
de su novela más famosa, el texto decía simplemente: “Tú el supremo”. Lo firmaba el Nobel de Literatura, Gabriel García
Márquez.
Quizás
fue aquel acercamiento el que motivó que Roa se comunique con Gabo, para
invitarlo al Paraguay. El frustrado intento provocó una genial boutade
macondiana por parte de Gabo, que es rescatada por el periodista argentino
Cristian Kupchik, en su crónica Mentiras
verdaderas, publicada en la edición número 39 de la revista bonaerense
Quid, de abril-mayo de 2012, y reiterada además en un brillante ensayo,
titulado Sopa paraguaya: Viaje por el pan
de la utopía.
Al
respecto, escribe Kupchik:
“Reinstalada la democracia, el prestigioso
autor Augusto Roa Bastos invitó a su amigo Gabriel García Márquez a dictar una
conferencia en Asunción. Llegada la fecha prevista, el colombiano se excusó con
Roa y la opinión pública guaraní, debido a que un compromiso inesperado hacía
imposible su presencia. Además, haciendo uso de ese magnífico sentido del humor
caribeño, Gabo confesó sentirse a la vez maravillado e intimidado: “De un país
que tiene por plato nacional una sopa que es sólida”, señaló, aludiendo a la
sopa paraguaya, en verdad una suerte de pastel, “no quiero imaginar cómo será
el resto…
Finalmente,
Gabo nunca pudo visitar y conocer el país de la sopa sólida, la versión sureña
de Macondo.
En la
contracara de la aldea literaria inventada por el Nobel colombiano, nuestro Roa Bastos creó su propia aldea literaria, inspirada en su
pueblo natal Iturbe del Guairá, a la que bautizó Manorá (el lugar para morir).
Allí describe una comarca habitada por mujeres con luminosos cinturones de luciérnagas y carpincheros que navegan sobre embarcaciones llameantes, Cristos leprosos y dictadores sin muerte, donde transcurren sus alucinadas historias mediterráneas.
Allí describe una comarca habitada por mujeres con luminosos cinturones de luciérnagas y carpincheros que navegan sobre embarcaciones llameantes, Cristos leprosos y dictadores sin muerte, donde transcurren sus alucinadas historias mediterráneas.
Así
como Roa Bastos y Gabo compartieron obra y vida, Macondo y Manorá también se fundieron
literariamente en las páginas de la novela Contravida,
en que el autor paraguayo rinde homenaje a su gran colega colombiano,
convocando al coronel Aureliano Buendía y toda su familia, junto al Quijote y
Sancho Panza, en un fantasmagórico desfile a orillas del río Tebicuary.
Al
igual que Roa Bastos, quien partió de este mundo físico un 26 de abril, Gabo
también eligió el mismo mes para decir adiós, en su viaje hacia la inmortalidad
literaria.
Probablemente los dos autores estarán hora en algún polvoriento bar-almacén o cantina de Macondo-Manorá, brindando con ron caribeño o con caña paraguaya, entre un mágico y alucinado revuelo de luciérnagas brillantes y mariposas amarillas…
Probablemente los dos autores estarán hora en algún polvoriento bar-almacén o cantina de Macondo-Manorá, brindando con ron caribeño o con caña paraguaya, entre un mágico y alucinado revuelo de luciérnagas brillantes y mariposas amarillas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario