Hay un lugar al Sur del Edén donde no reinan el asfalto ni el empedrado, ni hay carteles de neón u ómnibus en loca carrera contaminando el aire con su humo negro. ...
Si usted viaja desde Asunción, aproximadamente a dos kilómetros antes de llegar a la localidad de San Ignacio, en el Departamento de Misiones, a la mano izquierda de la Ruta Uno encontrará un polvoriento camino de tierra que se interna en medio de un verde valle campesino.
La única referencia visible es un rústico cartel del lado derecho que dice: “Kandire, arte en bambú”. Es una de las dos entradas a la agreste comunidad rural de Tañarandy. No dude en ingresar allí. Será como transportarse a otro mundo.
Apenas haya transitado unos pocos metros, en un recodo del camino se encontrará con otro cartel, esta vez un colorido cuadro de pintura de estilo naif, que representa en cuatro escenas la vida de una pareja campesina. En el primer cuadro, el hombre y la mujer se abrazan y se declaran su amor bajo un cielo de luna y estrellas. En el siguiente, ambos están vestidos de novio ante el altar. En el tercero, el hombre acaricia con ternura la abultada panza de su esposa, y en el último la pareja posa con sus seis hijos, bajo un radiante sol. Debajo de las imágenes, una leyenda le informa que usted ha llegado a Amorcito, la calle más artística y romántica de todo el Paraguay.
El arte que transforma a un pueblo.
Tañarandy es una bucólica aldea campesina, vecina a la ciudad de San Ignacio, donde hace más de una década se inició un revolucionario proceso de intervención artística, dirigido por el artista plástico Koki Ruiz, junto a un grupo de jóvenes pintores de la región, que desembocó en un proyecto cultural denominado “el Barroco Efímero”, que encuentra su máxima expresión en las celebraciones anuales de Semana Santa, combinando procesiones a la luz de candiles y antorchas, cuadros vivientes con espectáculos de música, teatro, danza y religiosidad popular, que convocan a miles de personas.
El paisaje cotidiano de esta apacible comunidad rural, de unos 1.500 pobladores, tiene la particularidad de que cada vivienda exhibe frente a su fachada un pequeño cartel pintado con estilo naif, en donde se consigna el apellido del jefe de familia, con una imagen escogida por los moradores y que representa la particularidad de cada uno de ellos: una máquina de coser para la modista del pueblo, una escena de batalla de la Guerra del Chaco para la casa de un ex combatiente, una balanza para el almacén de la esquina.
Murales pintados por las paredes de las casas, juego de puertas o ventanas falsas, caricaturescos carteles de señales de tránsito, y el especial atractivo de intervención artística dado al pequeño templo oratorio, han transformado a todo el pueblo en una especie de gran galería de arte al aire libre.
Y entre los múltiplos atractivos, la calle Amorcito exhibe una particularidad singular, entre la picardía folklórica y el romanticismo.
La calle de los amores florecidos.
El pintoresco nombre de la calle Amorcito nació al inicio de la experiencia cultural, cuando el grupo de jóvenes pintores que entonces conformaban el taller artístico de la Fundación La Barraca decidieron darle a una de las calles de Tañarandy un toque especial, con pinturas y refranes de escenas románticas.
“Casualmente, sobre esa calle vivían unas hermosas chicas de quienes los jóvenes del taller estaban perdidamente enamorados. Entonces, cuando comenzamos a pensar en qué nombre le íbamos a dar al lugar, uno de los pintores comentó: ‘En esa calle vive mi amorcito’. Al instante, otro exclamo: ‘¡Y llamémosle calle Amorcito, entonces!’. La propuesta fue muy festejada, y así quedó”, narra el pintor y escultor Koki Ruiz.
El equipo dirigido por Koki e integrado por talentosos pintores locales, como Cecilio Thompson y Teodoro Meza, realizaron las primeras pinturas, con la activa participación de los propios moradores.
El proyecto se concibió como un largo corredor de arte an la intemperie, en donde cada poste de alumbrado público, cada cercado, cada vivienda, cada elemento del entorno es integrado como obra de expresión creativa.
La mayoría de los motivos de las pinturas en las paredes de las casas se eligieron a pedido de los moradores. Así, la familia Ojeda pidió que se pinte en la puerta del pequeño oratorio una imagen de Santa Lucía, a quien en esa casa rinden culto desde varias generaciones. En cambio, los niños de la familia León pidieron a los artistas que pinten a su brava mamá montando precisamente a un león. A lo largo de la calle, los artistas fueron además diseminando carteles con ñe’enga y frases románticas, que en muchos casos encerraban mensajes en clave para alguna muchacha destinataria de sus amores.
Varios años después, muchas de las pinturas empezaron a desteñirse o a borrarse por la acción del sol, el viento o la lluvia, lo cual motivó un nuevo “operativo repintado”, que se realizó a fines de mayo último, a cargo de un equipo integrado por una nueva generación de artistas, como la joven Cheli Thompson, quien restauró varias de las pinturas de su padre Cecilio, ya fallecido, y agregó otra nuevas. El operativo fue acompañado por creativos de la agencia publicitaria Oniria y registrado documentalmente por la cineasta Renate Costa, celebrada directora del filme “Cuchillo de Palo”, quien está dirigiendo un audiovisual sobre la experiencia artística de Tañarandy.
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