–¡No
creo para nada en eso que dicen del cambio climático…! –exclamó, parado detrás
del atril en el amplio salón, enfundado en su elegante traje de corte inglés,
ante un auditorio que contestaba con murmullos y aplausos a cada una de sus
palabras.
-¡Todos
los informes son solamente fake news, noticias falsas que obedecen a un
discurso ideologizado que repiten los zurdos en busca de dinero extranjero para
sus oenegés ambientalistas...! –repitió, gesticulando frenéticamente ante las
cámaras con poses de predicador.
Su
frente estaba perlada de sudor. Se secó con un flamante pañuelo de seda, pero
seguía sintiendo mucho calor. Al parecer el aire acondicionado no funcionaba.
Pidió que abran las ventanas para dejar entrar el aire fresco, pero lo que
ingresó violentamente al recinto fue una ráfaga de ardiente viento norte que
llegaba desde el lejano Chaco como un aliento de dragón.
–¡Mejor
cierren…! –pidió a sus guardaespaldas, quienes acudieron presurosos a cumplir
la orden, pero no pudieron lograrlo. Una fuerza extraña empujaba las hojas de
las ventanas desde afuera, mientras por el hueco se filtraba ahora un ventarrón
gélido y ruidoso, con un torbellino de nieve que pronto se volvió una lluvia
furiosa y descontrolada, que empezó a inundar el salón, obligando a los asistentes
a levantarse de sus asientos y replegarse hacia el fondo, entre gritos de
pánico.
–¡No lo
crean…! ¡Son solo efectos especiales, trucos cinematográficos de estos
comunistas...! –advirtió el orador, que insistía en quedarse parado en medio
del escenario, empapado por la súbita tormenta. Sintió un frío extraño que se
le metía en los huesos y le hacía castañetear los dientes.
–¡Es
mentira…! ¡El cambio climático es mentira…! –gritaba ante la huida de su
público y de sus guardaespaldas, quienes habían renunciado a intentar cerrar
las ventanas, que ahora dejaban ver un desierto soleado por donde venía
avanzando un gigantesco oso polar. Fue lo último que vio, cuando la bestia de
blanco pelaje entró por el hueco y le mostró las mandíbulas abiertas.
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