jueves, 28 de marzo de 2019

Mamá Coraje



Gladys Bernal viuda de Díaz, más conocida como Ña Gladys, Mamá Gladys o Mamá Coraje, no tiene miedo.
Y si acaso lo tiene, lo disimula bien.
–¡Ese tirano del general Lino Oviedo fue el que mandó asesinar a nuestros hijos, pero nunca pagó por eso…! ¡Se murió sin que la Justicia le haga pagar su crimen! ¡A veinte años del Marzo Paraguayo solo nos queda una tremenda impunidad, por causa de una Justicia corrupta, cómplice de los asesinos!–, exclama ella, parada en medio de la Plaza de Armas, junto a la cruz de los mártires, frente al viejo Cabildo de Asunción, ahora poblado otra vez de manifestantes campesinos e indígenas.
Precisamente, por hacer este tipo de acusaciones sin filtros, los abogados del difunto general Lino Oviedo habían querellado a Ña Gladys y a los demás familiares de los manifestantes asesinados en el Marzo Paraguayo, exigiendo que paguen 785 millones de guaraníes por presuntas calumnias contra el controvertido militar y caudillo político. Lejos de achicarse ante las amenazas, ella respondió que por nada del mundo dejaría de llamar “asesino” a Oviedo, aunque una condena judicial la pueda dejar en la calle.
–Ya me han quitado lo más valioso: la vida de mi hijo Henry. ¿Qué más me pueden hacer?   
Finalmente, los jueces no se animaron a dar curso a la querella contra los familiares de las víctimas, pero tampoco se animaron a determinar quienes ordenaron matar a los jóvenes aquella trágica noche del 26 de marzo de 1999.
Ahora Ña Gladys está otra vez aquí, en la misma histórica plaza, veinte años después, entre velas encendidas, flores y banderas, repitiendo el mismo ritual que nunca se interrumpió cada 26 de marzo, a las seis de la tarde. Esta noche hay cánticos, rezos, discursos, y esos momentos de opresivo silencio en que las madres cierran sus ojos y se comunican con sus ausentes hijos heroicos, como solo ellas saben hacerlo.
Cuando le piden que dirija un mensaje, Ña Gladys sostiene en una mano la foto de su hijo Henry David Díaz Bernal tendido inerte en la acera de la calle Presidente Franco, frente al Teatro Municipal, sobre un charco de sangre, mientras uno de sus compañeros intenta en vano reanimarlo y en la otra muestra la foto de su presunto asesino, el principal procesado por la masacre, Walter Gamarra, quien en 1999 era funcionario del Ministerio de Hacienda y un fanático seguidor del oviedismo. Imágenes grabadas la noche del 26 por un equipo de la televisión colombiana lo muestran parado en la vereda de la calle 14 de mayo casi Presidente Franco, cerca de la Casa de la Independencia, disparando varias veces una pistola automática hacia los manifestantes en la plaza.
En base a esta evidencia, Gamarra fue condenado a 25 años de cárcel, pero quedó libre con medidas sustitutivas hace tres años. Hace pocos meses, Ña Gladys se encontró cara a cara con él en un pasillo del Hospital del Trauma, en donde presuntamente él trabaja como camillero.
-Sentí un vuelco en el corazón. Ver al asesino de mi hijo caminando otra vez libremente por el pasillo de un hospital. ¿Qué justicia se puede esperar en este país? Solo nos queda rezar y recordar con pena y amor a nuestros muertos.


Ña Gladys es el mejor ejemplo de aquellas madres que vuelven a ser paridas por sus hijos.
Mujeres que llevan una vida cotidiana relativamente simple, lejos de cualquier foco mediático, hasta que ocurre una situación excepcional que les altera la existencia, generalmente una tragedia que las impacta y les cambia para siempre, modificando su rol y sus propios objetivos en la vida. Vecinas impávidas o amas de casa del montón que de un día para otro se convierten en aguerridas luchadoras, en lideresas temibles, en aquellas Madres Coraje que retratara Bertold Brecht.
Sucedió con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, tras la guerra sucia de los genocidas militares en Argentina. Sucedió con esas madres que “bailaban solas” durante la dictadura de Pinochet en Chile, tal como las retrata la bella canción de Sting. Sucedió con las madres de los soldaditos muertos en los cuarteles durante la primera década de la transición democrática, en Paraguay.
Y sucedió categóricamente con Ña Gladys, tras los trágicos y heroicos sucesos del Marzo Paraguayo de 1999.
Enfermera de profesión, empleada del Instituto de Previsión Social (IPS), cumpliendo los roles de esforzada madre y esposa en una vivienda humilde del barrio Jara de Asunción, seguidora tradicional del Partido Colorado, se sintió afectada cuando se enteró que habían asesinado a un caudillo y dirigente político a quien ella admiraba, el vicepresidente de la República, Luis María Argaña, aquel 23 de marzo. Indignada ante la noticia, se sintió motivada a acudir a la plaza a manifestarse contra el gobierno de Raúl Cubas y Lino Oviedo, a quienes se acusaba por el crimen. Sus dos hijos varones, Gustavo y Henry, además de una de sus hijas, la acompañaron. Iban y venían entre la casa y la plaza, a veces acompañada por su marido, don Mario, un señor bonachón y generalmente callado.
Su hijo Henry David tenía 20 años de edad, no estaba afiliado a ningún partido político, era muy religioso, miembro del Centro Familiar de Adoración Cristiana y fanático seguidor del club Olimpia, a cuya barra Mafia Negra llegó a pertenecer. Cuando su mamá Gladys acudió a apoyar la protesta por el asesinato de Argaña, Henry la acompañó y se integró a las organizaciones juveniles de resistencia en la Plaza de Armas.
Aquella noche del 26 del marzo, sin embargo, él no podía dejar de estar presente en un importante partido de fútbol que su club Olimpia debía disputar contra el equipo del brasileño Corinthians en el Estadio Defensores del Chaco, por el campeonato de la Copa Libertadores de América. Desde el sector de su hinchada, sufrió con aquella dolorosa derrota de 2-1 de su equipo. En un momento se cortó la energía eléctrica y todo el estadio quedó a oscuras. Henry sintió un escalofrío cuando miles de gargantas empezaron a corear al unísono: “¡Lino’o hijo de puta…!”.
Cuando terminó el juego, Henry junto a los demás miembros de la barra de Olimpia recorrieron a pie las casi veinte cuadras desde el estadio hasta las plazas del Congreso, portando banderas paraguayas y la franjeada de su club. Cuando llegaron ya habían empezado los ataques de los francotiradores y ellos se unieron a las brigadas de resistencia, levantando barricadas para impedir que ingresen los del bando oviedista.
Ña Gladys estaba en un sector protegido, junto al Cabildo, cuando escuchó por la radio la lista de los caídos bajo las balas. El primer nombre que oyó fue el de Manfred Stark y ella pensó “pobrecita su mamá, como ha de estar sufriendo”. Al rato dijeron el nombre de otro joven herido y esta vez ella escuchó: Henry Díaz Bernal. Sintió que una fuerza le alzaba desde el suelo y profirió un grito desgarrador:
-¡Nooo… mi Henry… nooo…!
Pidió que la lleven junto a él. Nadie sabía en dónde estaba. Lo habían alzado en un taxi, en busca de un hospital. Ña Gladys fue al Hospital Militar, pero allí le dijeron que ya lo habían derivado al Hospital Universitario. Fue allí donde lo encontró en la madrugada. Estaba en coma, pero vivo.
Ella pidió a los médicos que hagan todo lo posible por evitar que su hijo muera.
¡Vamos a llevarle a los Estados Unidos si hace falta, doctor! ¡Hay que salvarlo…! –imploró.
Lo siento mucho, señora –le respondió uno de los médicos–. Ya no hay nada que hacer. ¡No existe medicina que le pueda reconstruir un cerebro a su hijo…!

Ña Gladys, en el lugar donde mataron a su hijo Henry (Foto: Última Hora).
Tras la muerte de Henry, Ña Gladys se volvió la principal activista de la causa de los mártires del Marzo Paraguayo. Asumió la voz cantante entre las otras madres, familiares y heridos sobrevivientes. Fundó la organización Memoria Viva, que llegó a tener una oficina en el edificio del Cabildo, hasta que la desalojaron. Se convirtió en la voz acusadora contra los asesinos y contra los políticos y dirigentes que habían sido aliados en la plaza, pero que luego traicionaron vilmente sus principios y promesas ante la ciudadanía.
A ella la mimaron, pero al no poder manejarla, le dieron la espalda. Dejaron de atenderle el teléfono. Le habían concedido una pensión vitalicia por resolución del Congreso, pero luego se la volvieron a quitar. La acusaron de lucrar con la memoria de su hijo asesinado y de los otros mártires. Su marido Mario murió de un ataque cardiaco, “lo mató el dolor de no poder ver que se haga justicia”. Su otro hijo Gustavo, murió más recientemente. Ella misma tuvo varias crisis cardiacas, tuvo que someterse a una operación del corazón, pero sigue viva y con espíritu.
-Veinte años después, me siento frustrada, desilusionada, muy cansada. A veces me siento tentada a decir “¡Basta!, ya no me voy a ir este año a la plaza”, pero entonces siento la voz de mi hijo Henry y de los otros chicos que me dicen: vení mamá, no nos abandones. Y entonces vengo otra vez, no me canso de pedir justicia, aunque ya no espere otra cosa que la justicia divina.
Se llama Gladys Bernal viuda de Díaz.
Los chicos y las chicas en la plaza le dicen simplemente Mamá Gladys.  O Mamá Coraje.    
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(Este texto ha sido escrito originalmente para el blog Historias en Sus Zapatos, un valioso espacio de periodismo narrativo, humano y alternativo, desde Paraguay. Fue a pedido de la colega Fátima Rodríguez, una de las propiciadoras de esta iniciativa.  Aquí también lo pueden leer).


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