domingo, 27 de noviembre de 2022

Pablo Milanés: una vieja canción recuperada


Andrés Colmán Gutiérrez

En aquellos años de rebelde adolescencia anti dictatorial, cuando la canción social encendía nuestras conciencias y alimentaba nuestros sueños de libertad, acostumbrábamos discutir en las peñas quién era mejor: Silvio Rodríguez o Pablo Milanés.

Admirábamos con devoción a los dos puntales de la Nueva Trova Cubana, íconos casi inseparables en nuestro parnaso musical, pero las diferencias hacían que se formen dos bandos: los pro-Silvio y los pro-Pablo.

Silvio era el revolucionario de la guitarra, con su estridencia un poco chillona pero fuertemente testimonial, el poeta existencial y casi metafísico, capaz de darnos canciones tan inquietantes y bellas como “Mariposas” o “Sueño con serpientes”. Pablo era el de una voz mucho más privilegiada y agradable, sensible e intimista, que te partía la cabeza con “El breve espacio en que no estás”, que te hacía envejecer prematuramente con “Años” o te movía a indignarte contra Pinochet y todos los dictadores al cantar “Yo pisaré las calles nuevamente”.

El tiempo, el implacable, el que pasó, los fue distanciando también a ambos genios del arte, mientras algunas de sus canciones también se nos volvían añejas, desdibujadas por el crack de la dura realidad.

Pablo se volvió crítico de la cada vez más autoritaria revolución castrista y emprendió casi un auto exilio en Madrid, valiéndose del necesario tratamiento a su deteriorada salud, mientras Silvio seguía siendo un acérrimo defensor del proceso político en la isla, con sus arrebatos autocríticos.

En estos días en que la sorpresiva muerte de Pablo nos golpeó hondo, entendimos todo lo que hay en una canción arrebatada junto a viejos sueños juveniles: “Cuánto gané, cuánto perdí / cuánto de niño pedí / cuánto de grande logré / qué es lo que me ha hecho feliz / qué cosa me ha de doler”

En su blog Segunda Cita, Silvio se limitó a homenajear a su otrora cómplice de sueños, publicando una vieja canción inédita que le compuso en 1969, cuando ambos creían por igual en la revolución y subían juntos a los escenarios: “Eres un espacio que se vuelve / sin espina y que se pierde /en la alegría de volverse / pero ya tu voz se está quedando / ya tu mano está grabando /todo un nombre con sus dientes”.

***

En 1986 pude entrevistar brevemente a Pablo Milanés en Lima, Perú, para El Correo Semanal de Última Hora.

Yo llevaba algunos meses viviendo en la ciudad sin lluvia, cuando el presidente Alan García organizó la Semana de Integración Cultural Latinoamericana (Sicla), que convocó a los mayores referentes de la música contestataria del continente, de las artes y las letras, en una serie de festivales y conciertos populares. Por el Paraguay participaron el Terceto Ñamandú (con Ricardo Flecha, Chondi Paredes y Rolando Chaparro), además del poeta Elvio Romero y el escritor Carlos Villagra Marsal.

Me acredité como corresponsal y pude acceder al hotel donde se alojaban los artistas. Me sentaba a una de las mesas de la cafetería y los veía bajar a desayunar, me acercaba a saludarlos y les pedía una entrevista. Algunos accedieron con cordialidad cuando supieron que era del Paraguay, “ese país dominado por el dictador Stroessner”, como la chilena Isabel Parra, los cantantes argentinos León Gieco, Víctor Heredia y Facundo Cabral.

Durante la charla con Heredia, Pablo Milanés se acercó a saludarlo. Se abrazaron y Víctor le contó que yo era un periodista paraguayo “exiliado”. Pablo me estrechó la mano y le pregunté si también podría entrevistarlo. “Si, sí, búscame al final del desayuno”, me dijo, y se fue a una de las mesas, donde estaban los músicos de la banda cubana Irakere.

Cuando lo vi levantarse junto a otras personas, me aproximé a recordarle la entrevista. “Qué pena, vienen a buscarme para llevarme a Villa El Salvador, pero acompáñame hasta la calle y hazme algunas preguntas”, me dijo, con gentileza. Me conmovió su humildad en medio del asedio de sus fans. En ese trayecto hasta el auto, donde ya lo estaban esperando con impaciencia, pude grabar algunas declaraciones, que ahora cito de memoria, porque aquella hoja impresa se me extravió en la montaña de viejos papeles.

“¿Ir a cantar al Paraguay? Me gustaría mucho, pero no creo que me dejen entrar, al menos hasta que caiga ese dictador que tienen ustedes. De seguro podré ir cuando tengan más libertades. Conozco poco de tu país, he leído los libros de Augusto Roa Bastos, he conocido a algunos paraguayos exiliados en Cuba, pero me admira que tengan una identidad cultural tan vital, que mantengan viva la lengua indígena guaraní”, me dijo, entre otras cosas. 

Tuvieron que pasar diez años para que Pablo cumpla aquella promesa. Una tibia noche del 25 de octubre de 1996 lo volví a ver en persona, esta vez desde las gradas de un escenario en el polideportivo del Club Sol de América, entonando varias de las mismas canciones que le había oído cantar en un estadio repleto, en Lima. “Vamos viviendo/ viendo las horas que van muriendo / las viejas discusiones / se van perdiendo entre las razones”.

Ahora, enterado de su muerte física, pongo en un viejo tocadiscos el doble vinilo de “Querido Pablo” que compré en una disquería de Lima, en aquel febril 1986, y sus canciones me suenan otra vez tan frescas, tan recuperadas, tan premonitorias: “Los años que pasaron/ definieron mi suerte / la vida que he llevado / tiene un poco de muerte”.

¡Salud y larga vida, querido Pablo!

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