sábado, 9 de mayo de 2009

Todo sobre mi madre



Ella era una humilde niña campesina de Yhú, de 11 años de edad, cuando estalló la guerra civil de 1947. Un pelotón de milicianos ocupó el pueblo y tomó de rehén a los pobladores, mientras los combatientes atracaban con violencia las casas, apoderándose de la comida y de todo lo que hallaban de valor.

Ella permaneció escondida en un sobrado, tapada con un una manta, con el rostro aplastado contra las tablas, temblando ante el riesgo de ser descubierta y violada, mientras las botas y las armas pasaban una y otra vez a poca distancia, entre el eco de las risas siniestras y los desesperados gritos de auxilio. Ella me reveló esa historia íntima muchos años después, en un largo viaje hacia su memoria más profunda, y la sentí todavía estremecerse de terror.

Ella creció con la angustia de esos años de pobreza y exilio interior, cuando vio alzarse la sombra de una naciente dictadura, sin tener idea de lo que significaba. Recogió la sangre de su hermano asesinado por una estúpida enemistad, en un cruce de caminos. Despertó al amor juvenil de un arribeño concepcionero que supo llevarla al altar con sus boleros nostálgicos, y le construyó una casa con sus propias manos, en donde dio a luz a sus cuatro hijos.

Ella sintió que un puñal atravesó su corazón, el día en que su pequeño segundo hijo varón murió en sus brazos de pulmonía, porque en aquel pueblo aislado del mundo no había un solo médico que pudiera prestarle auxilio.

Ella mudó su hogar desde las verdes soledades de Yhú a la calcinada frontera de Canindeyú, solidaria compañera de su marido en cada aventura laboral. Y cuando se quedó viuda y desamparada, una trágica noche de 1979, ella enjugó sus lágrimas y se arremangó la camisa, para que nunca en la vida les falte el pan a sus hijos. No quiso volver a amar a ningún otro hombre, pero se prodigó en amor, amistad, alegría y ganas de vivir.

Su nombre era Nilda Victoria. Era mi madre. Su corazón se le quebró repentinamente, un miércoles 6 de mayo de 2009, en Ciudad del Este, quizás por haberlo usado tanto.

Pido disculpas si este texto adquiere un tinte demasiado personal, pero el particular homenaje a mi mamá es también el homenaje a todas la madres paraguayas, abnegadas y sufridas, heroínas anónimas, las que hacen que este país siga siendo grande y único, a pesar de todos los infortunios.

El sábado último antes de su adiós, en el cumpleaños de su nieta Abi, ella estaba feliz, radiante, porque se había logrado el milagro de juntar a la familia tan dispersa. Le pregunté entonces qué iba a querer como regalo por el Día de la Madre, y me contestó, sonriente: “Yo solo quiero que mis hijos sean felices”.

Así que, perdónenme, no puedo darme el lujo de estar triste.


Es el regalo que le debo a mi mamá.















lunes, 23 de marzo de 2009

Una historia de amor en el fragor de la batalla

Todo empezó con el desafío de una muchachita adolescente, parada en medio de la plaza, con un fondo de llamaradas, gritos y corridas, en la trágica y heroica madrugada del sábado 27 de marzo de 1999.
-Tenés que escribir un libro sobre todo esto…
Ella tenía 16 o 17 años, vestía jeans y zapatillas, una remera negra con la imagen del Che Guevara, sus bellos hoyuelos pintados con motivos tricolores y una bandera paraguaya atada al cuello, que le colgaba a la espalda como la capa de Batman. La bauticé irónicamente como Batichica Tricolor.
Al igual que muchos de mis colegas, fui atrapado por el vértigo periodístico del Marzo Paraguayo. Los días de la gesta ciudadana los pasé en la Redacción, en la Plaza, en la calle, en las puertas de los cuarteles, en los pasillos políticos, esquivando la represión policial o los proyectiles de los manifestantes, durmiendo muy poco en cualquier lugar, atento a los hechos noticiosos que estallaban continuamente como las explosiones de las bombas.
-Tenés que escribir un libro…
Esa madrugada, la voz quebrada de esa heroica niña fantasmal me hizo adquirir conciencia de que no solo estaba registrando noticias para el periódico, sino que también era el privilegiado testigo de un momento clave en la historia del país, un cronista para la posteridad.
Mi proyecto inicial fue un largo reportaje o novela de no-ficción, como las de John Red, Truman Capote o Rodolfo Walsh, que recogiera las diversas aristas de lo ocurrido. Pero encontré demasiados agujeros negros en la cronología. Muchos protagonistas guardaban silencio por prudencia o temor.
Fue entonces cuando mis criaturas de ficción acudieron en mi ayuda. El reportero Rafael Bastos, protagonista de mi novela “Chaco” (aún inédita), aceptó narrar la historia en primera persona. Desde “El último vuelo del Pájaro Campana” (mi primera novela publicada) llegaron el detective Martín Yacaré y su amiga Claudia Villasanti a dar una mano. La literatura al rescate del periodismo.
No sé si “El país en una plaza” es una novela histórica, como apuntan algunos críticos. Me gusta pensar que es la historia de un amor desigual y conflictivo que nace en medio del fragor de la batalla, entre un periodista veterano y escéptico, y una joven adolescente idealista y militante, mientras en el fondo se desarrolla otra historia de amor más antigua y crucial: la de un país y su gente, en busca de un mejor destino.
La obra se publicó en marzo del 2004, a cinco años de la gesta. Caía una fresca llovizna la tarde desolada en que dejé un ejemplar al pie de la cruz de los mártires, en la vieja Plaza. Era mi modesto homenaje para quienes dieron su vida por dejarnos un país más libre y digno, más allá de la traición y la mezquindad de muchos políticos. Y era mi manera de cumplir con aquella muchachita de hoyuelos rebeldes y ojos soñadores, que en una madrugada de fuego, hace diez años, me desafió:
-Tenés que escribir un libro…
Bien o mal, pude hacerlo.

sábado, 7 de marzo de 2009

A una mujer...


Te levantarás temprano como siempre.
Barrerás el patio.
Limpiarás la cocina.
Prepararás el desayuno.
Bañarás a los niños.
O emprenderás un largo y cansino viaje hasta el Mercado, con una bolsa o un canasto cargados con el peso de la vida misma a tus espaldas, a buscar el afanoso sustento de cada día.
Es probable de que ni llegues a enterarte de que se recuerda el Día Internacional de la Mujer.
O quizás sí.
Si por allí alguien enciende cerca de ti una radio o una tele, quizás te llegue un eco lejano de mensajes y discursos:

Nde ningo kuña guapa.
Kuña mbarete.
Kuña Paraguay hecopete.
Ndereikuaaiva kane’o.


Mujer paraguaya. ¿De qué te sirve tanta alabanza romántica cantada en polcas y guaranias, cuando te han dejado sola en el mundo y no tenés que darle de comer a tus hijos?
¿De qué te sirve ser la gloriosa heredera de Las Residentas, cuando tu hombre llega borracho a casa y te insulta o te golpea por el motivo más absurdo?
¿De qué te sirve que te levanten estatuas o monumentos, o que te dibujen irreal y eterna en el reverso de un billete con largas trenzas morenas, blusa de typoi y un kambuchi de barro acunado entre los brazos, cuando tenés que guardar los pedazos de tus sueños en una cajita, junto a un clavel marchito o un corazón de papel amarillento?
¿De qué te sirve…?
Es el Día Internacional de la Mujer… y podría escribirte muchas cosas.
Que sos la cuna. La ternura. La piel. El beso. El abrazo. El calor de la noche. El frío de la soledad. El nombre pronunciado con amor o con rabia. El misterio. El abismo. La presencia que ilumina. La ausencia que duele. La calma del cariño. El vértigo del deseo. El motivo de un poema. La razón y el sentido de existir.
Si, podría escribirte muchas cosas, mujer.
Pero siempre resultarían insuficientes.

sábado, 14 de febrero de 2009

Carta de amor


Mi querido amor:

Quién fuera Neruda para escribirte veinte poemas de amor y una canción desesperada
Quién fuera Flores y Ortíz Guerrero para imaginarte etérea panambi vera danzando sobre las gotas de rocío y ser enterrado bajo la sombra de tu profunda mirada. 
Quién fuera Sabina para abominar de este catorce de febrero a cambio de matarme contigo si te matas y morirme contigo si te mueres.
Más de una vez escribí que el Día de los Enamorados es un invento de la sociedad de consumo para hacer negocios con los sentimientos. ¿Quién puede sustraerse a tanto bombardeo publicitario, a tantas postales edulcoradas con forma de corazón a ritmo de bolero...?
Amar es nunca tener que pedir perdón, decía aquel clásico film Love Story, pero no hay amor que te perdone si hoy te olvidás de regalarle alguna flor, quizás una tarjeta con versos de Benedetti, una caja de bombones suizos, una salida a cenar o a bailar, un collar de brillantes...
Por ello, querida mía, déjame ensayar estas líneas apasionadas y cursis, para expresarte todo mi amor inmenso, sufrido, inevitable.
No sé cuando fue el momento en que me enamoré de vos.
Quizás lo traía en la sangre, desde antes de nacer. 
O fue probablemente un enamoramiento a primera vista, cuando mi ser se adhirió a tu esencia, cuando te respiré en el aire y te acaricié en el tiempo.
No es fácil amarte, vida mía. 
Duele mucho compartir cada día tus problemas y tus miserias, tus necesidades y tus defectos. 
Duele ver lo que hicieron contigo, lo mucho que te han robado y prostituido, mi amor. 
Pero hay momentos mágicos en que toda tu belleza y tu riqueza interior salen a luz. 
Cuando te acaricio en lo más profundo y me haces cosquillas en el alma, en ese antiguo lenguaje que es un secreto entre los dos.
¡Cuántas veces me desilusioné de vos, y seguramente vos de mí...! 
¡Cuántas veces te vi en brazos de otros, ajena, perdida... y decidí abandonarte, porque sentí que en tu corazón ya no había sitio para mí...! 
Pero la distancia solo me hizo reafirmar lo mucho que te amo, y descubrir que es doloroso vivir contigo... pero es imposible vivir sin ti.
Hoy sé que amarte es una lucha cotidiana. 
Tu futuro es el mío y el de nuestros hijos, de todos tus muchos enamorados. 
Amarte es construir juntos el mañana, con voluntad y sacrificio. 
Amarte es no desesperar, no desencantarse fácilmente. 
Amarte es seguir imaginándote digna y libre, justa y solidaria.
Amor de mi vida... Patria mía querida... Paraguay de mi dolor y mi alegría... en nombre de todos los que nos desvivimos de pasión por vos: ¡Feliz Día de los Enamorados...!

Sinceramente tuyo.

Andrés

lunes, 13 de octubre de 2008

Mundo Sacoleiro


(Adelanto exclusivo: Una obra teatral que estoy escribiendo, inspirado en las situaciones y personajes de Ciudad del Este y la Triple Frontera y que pensamos llevar a escena con un grupo de actores jóvenes de la región. Se acepta la colaboración de de algún amigo director teatral que quieran embarcarse en la aventura...).

Al borde del abismo insondable de Ciudad del Este, junto al Puente de la Amistad, el Sacoleiro’s Bar congrega a las almas perdidas de la Triple Frontera para el último trago antes del primer contrabando.
En esta tierra de nadie, a medio camino entre el Infierno y el Paraíso, un grupo de condenados se enfrenta a lo que queda del día: el músico alcohólico que desgrana recuerdos en su saxo nostálgico; el intrépido periodista que denuncia a los corruptos esperando le paguen para dejar de hacerlo; el ex aduanero y caudillo en decadencia que añora la época dorada; el dirigente gremial sin techo y con camioneta 4x4, operador político del nuevo gobierno; el publicista argentino que vende parcelas virtuales de las Cataratas del Yguazú; la sacoleira brasileña que busca hacerse millonaria para mudarse a Europa; el mozo motoqueiro que trafica perfumes y electrónicos; la vendedora de galería que busca a su príncipe azul árabe y millonario; el mendigo prófugo refugiado en el territorio neutral entre dos países, la dueña del bar que cual Penélope fronteriza aguarda el regreso sin gloria de su amor perdido.
Todos anhelan pasar una noche más, sin sospechar que el Destino, en un sorpresivo vuelco, les reserva una inesperada revelación.


Acto 1

Empieza con el sonido de un saxo, romántico, melancólico, sensual, en la penumbra. (Podría ser la guarania ‘Alto Paraná’, de Herminio Giménez, en estilo jazz-fusión, o algún tema clásico internacional).
Mientras se sigue oyendo, la luz se enciende tenue y va creciendo hasta iluminar la escenografía que recrea un bar, a la noche, cerca del Puente de la Amistad, sencillo y popular, pero ambientado con elegancia. Hay mesas con sillas, una barra, taburetes. Al fondo la silueta nocturna del Puente y el río Paraná, como visto desde una ventana. Un cartel luminoso indica: “Bar El Sacoleiro”. Toda la luz tiene un tono azulado.
A un costado, Ángel toca el saxo con pasión, con melancolía. Por el momento no hay nadie más en todo el bar.
Al son de la música, desde el otro costado aparece una pierna desnuda de mujer (con zapato taco alto aguja o bota sexy) detrás de un biombo o una cortina. La pierna se mueve, baila, juega con la música, al estilo de los cabarets de New Orleáns. Detrás de la pierna se va revelando el cuerpo de una mujer: Reina, la dueña del local, con un vestido llamativo, aparece y sigue bailando, jugando, acercándose al saxofonista, provocándolo, acariciándolo con las manos, excitándolo. Después se mete detrás de la barra y empieza a ordenar las copas y los vasos, sin dejar de bailar, hasta que la interpretación de la música concluye con un vibrante final. Ella aplaude con entusiasmo.

Reina: -¡Bravo, maestro, bravo…! Cada día tocás mejor…

Ángel: -No tanto como tocás vos, Reina. Esa manito… cada vez que me roza… ¡me da todo pîrî…!

Reina: -No te confundas, Angelito. Era solo un show artístico, exclusivo para vos, antes de que lleguen los clientes…

Ángel: -¿Y por qué no, Reina…?

Reina: -¿Por qué no… qué?

Ángel: -¿Por qué no hacés este mismo show para el público? ¡Me imagino cómo se va a llenar de clientes el bar…!

Reina: -No, muñeco. Ni ahí luego… Esto no es un Nigth Club, ni un Cabaret. Es solamente un bar de mala muerte en la cabecera del Puente de la Amistad, al borde del abismo insondable de Ciudad del Este, a medio camino entre el Paraíso y el Infierno. Una versión mau del Purgatorio, donde se congregan las almas perdidas de la Triple Frontera a compartir el último trago antes del primer contrabando. ¡Salud…!

Ángel: -¡Uf…! ¡Estás poética hoy, Reina…!

Reina: -¿Te parece…? A todo esto, ¿lo viste a Moralito…? Ese enano anda cada día más fresco. Van a llegar los primeros clientes y todavía no hay mozo. ¡Le voy a descontar de su sueldo…!

Ángel: -Para poder descontarle… primero tenés que pagarle, Reina.

Reina: -E’a… dos meses atrasados nomás le debo. Aparte, con todas esas transadas que él hace desde aquí con los sacoleiros y traficantes, no necesita luego el salario. Usa mi bar como base de operaciones para sus negociados. Por mí, todo bien… ¡siempre que sea discreto y cumpla sus obligaciones!

Ángel: -¿De qué estás hablando, Reinita…? Aparte de mí, que solo vengo a buscar un beso de mujer a cambio de una canción, los que vienen aquí no lo hacen por deleitarse con mis melodías, por apreciar tu escultural figura, por beber tu whisky falsificado, o por masticar tus papas fritas que parecen chicle. ¡Este es un lugar privilegiado y estratégico para controlar el movimiento fronterizo y hacer negocios! Se puede decir que el Sacoleiro’s Bar se ha vuelto un territorio neutral en medio de las guerras de la vida cotidiana, una especie del Rick’s Café de una Casablanca sudamericana… ¿Vos viste la película Casablanca, Reinita?

Reina: -¡Ay, sí… claro que he visto… no soy ningo tan tavy…! Y talvez yo me parezca algo a la Ingrid Bergman… pero vos estás muuuuy lejos de ser Humphrey Bogart, queridito.

Un fuerte ruido de motor los sobresalta. Ingresa una moto, manejada por Moralito, el mozo. Pequeño, frenético, hiperactivo, bien popular. Pantalón negro, camisa blanca, moñito rojo. Y la cabeza cubierta por un casco de motoqueiro. Un bolso pequeño en bandolera. En la grupa, una mujer voluminosa, vestida con calzas y remera de llamativos colores, y dos enormes bolsos a la espalda. Es Ana Creuza, la sacoleira brasileña. Moralito apaga el motor y se quita el casco, agitado, señalando hacia la calle…

Moralito: -¡Nde…! ¿Vieron pio eso…? ¡Amóntema…! ¡Parece que la prensa tenía nomás luego razón…!

Reina: -Moralito… ¿Cuántas veces te dije que no entres con tu moto al bar? ¿Qué te pasó esta vez? ¿Qué nueva excusa vas a inventar para justificar tu llegada tardía?

Moralito: -Allí, en la calle… ¿Voce viu…, ne, Maria Creuza? ¿Você viu...?

Maria Creuza: -¡Oh... eu vi, sim...! ¡Eu vi, sim señora...! ¡Eu vi…! ¿Mais… o qué foi que eu vi, Moralito...?

Luego de afirmar con seguridad, la sacoleira cambia de actitud y duda ante las miradas y los gestos desconfiados de Reina y Ángel.

Moralito: -¡Los árabes…! ¡Los árabes con barbas, con túnicas y con turbantes…!

Maria Creuza: -¿Os árabes…? ¿Eu vi…? ¡Ah, sim… eu vi… os árabes!

Moralito: -¡Si, si… les juro… allí estaban… paseándose tranquilamente por plena avenida Adrián Jara, comprando devedé mau de los mesiteros… como si nada!

Reina: -¡Moralitoooo….!

Moralito: -¡Seguro que eran de Al Qaeda…! ¡Había luego uno que era igualito a ese Osama Bin Laden, el que sale en la CNN!

Reina: -¡Moralitoooo…! ¡Basta…!

Ángel: -Moralito… En la Triple Frontera se halla una de las comunidades de inmigrantes islámicos más numerosas de Sudamérica. Por tanto, es normal que veas árabes con vestimentas típicas, ya que es la expresión de su cultura. Ahora… eso de que aquí hay presuntas bases terroristas o células de Al Qaeda, es algo que inventaron los yanquis para seguir controlando la región, pero es algo no lo cree ni tu abuela. ¡Nuestros queridos árabes están más interesados en vender mercaderías y ganar plata, que en cualquier otra cosa!

Reina: -¡Bueno… bueno… basta! Ya les dije: en este bar no se habla de violencia, sino de amor. Y vos, Moralito, limpiá las mesas, que en cualquier momento llegan los clientes.

Ángel: -Yo diría que ya llegaron, Reina. ¿O acaso esta hermosa garotiña no es la primera cliente de la noche? Senta aquí, meu beim. ¿Eu poso convidar voce con un tequila?

Con aire de seductor, Ángel se desvive por guiar a María Creuza hasta la barra. Ella se deja llevar, encantada, acomodando sus enormes bolsos en el piso. Se sientan en los taburetes. Del otro lado del mostrador, Reina la mira con gesto poco amigable.

María Creuza: -Na verdade, eu só bebo champán…

Ángel: -Entonces, que sea champán. ¿Chileno, mendocino, californiano…? No, mejor que sea francés. ¡Reinita…! ¡Una botella de Don Perignon para la garota de Ipanema, por favor…. a mi cuenta!

Reina: -Moralito, traé una botella de sidra Fresita. ¡Quitale nomás el rótulo, que ésta no va a distinguir la diferencia!

El mozo trae la botella y destapa el corcho con ceremonia, festejado por Ángel y María Creuza. Sirve dos copas. Ambos los hacen chocar y beben. Ángel empieza a cantarle:

Ángel: “Moooza do corpo dourado… do sol de Ipaneeeema… o seu balanzado é mais que um poeeeema… é a coisa mais linda que eu ya vi pasaaaar….”.

María Creuza: -¡Ay, que bonitiño tú cantas…! ¡Eu adoro esa música do Roberto Carlos…!

Ángel: -Je... En realidad es del gran Vinicius, meu amor. De Vinicius de Moráes y Tom Jobim. ¿Y que acha si despois de mi actuación, vamos a mia casa, a beber otra garrafa ainda mais gostosa?

María Creuza: -¡Ay, meu querido… eu gostaría muito… mais eu tein que cruzar o río esta noite con a miña mercadoría!

Ángel: -Pero a la noche no abre la Aduana, meu amor.

María Creuza: -¡Ja ja ja…! Vocé e muito simpático… ¡Aduana, ja ja ja…! ¡Muito simpático…! ¡Oh, Moralito…! ¿A qué horas vein o seu amigo, o canoeiro…?

Moralito: -¡Ssshhh…! ¡Fala baixo, mulher! El amigo Cañete va a estar para la una de la madrugada, con su canoa, en el puertito que está a cien metros hacia abajo del puente…

Ángel: -Pero… ¡es muy peligroso! ¡Cruzar el Paraná a la noche, en canoa…! Encima ese puertito está muy cerca de la Base de la Armada… ¡Si te pillan los marinos, te pueden disparar…!

Moralito: -No, no… tranquilo upéa, che duky. Yo ya arreglé con el marinero de guardia, que es luego mi socio. El promete y garantiza total seguridad y protección, como manda la Ley.

María Creuza: -¡Oh, que bom, Moralito…! ¡Você e un dociño...!

Ángel: -¿Pero qué Ley…? ¡Si es un contrabando!

Moralito: -¡Ssshh… cállate na, nde músico ka’ucho, me vas a arruinar el negocio hina…!

Angel: -¡Sorry, beibi! Por de pronto, vos ya arruinaste el mío… por culpa de tu bendito contrabando.

En ese momento se oye una voz potente, enojada, e ingresa al bar un estrafalario personaje: Jhonny Mendieta, el corresponsal fronterizo. Viste un chaleco de prensa, trae cámara fotográfica, filmadora, grabadora, bolso con laptop… todo recargado.

Mendieta: -¿Contrabando… contrabando? ¿Mo’o oimé la contrabando? ¡Hay que denunciar esa actividad ilícita con todas las letras del cuarto poder! ¡Ahora mismo voy a escribir un feroz artículo condenando la práctica de la ilegalidad que evade al fisco…! ¿A quién hay que acusar…?

Reina: -¡Muy bien…! Se va completando el club. Ya llegó Jhonny Mendieta, el intrépido periodista que se pasa denunciando a las autoridades, funcionarios y empresarios corruptos, pero solo para conseguir que alguno le pague para dejar de hacerlo. ¡Si supieran que ya no tenés ningún periódico en donde publicar, porque ya te echaron de todas las redacciones!

Mendieta: -No me hace falta, Reina. Estamos en la época de Internet y de la comunicación alternativa digital. ¿Quieren conocer la verdad sobre la mafia y la política en las tres fronteras? Ingresen a:
http://www.mondahapartida.com.py/, ¡Un periodismo valiente y sin pelos en la lengua!

Reina: -Sin pelo, sin lengua y sin nada te vas a quedar, uno de estos días, cuando algún capo se canse de ser chantajeado…

(Lo demás se verá en escena… más temprano que tarde).

martes, 18 de marzo de 2008

Todos los libros el libro

Desde que el homo sapiens se alzó sobre sus pies, cuando se lo permitieron los dinosaurios, una de las cosas más placenteras que busca todo ser humano es que alguien le cuente una buena historia.
Eso no ha variado. Lo que ha variado es el cómoDesde el abuelo Pitecántropus contando cuentos a los miembros de la tribu, sentados alrededor del fuego bajo la noche coronada de estrellas... hasta la voz metálica de The Matrix invitándonos a navegar por mundos sicodélicos en el océano virtual.
Hubo épocas en que el libro tuvo forma de arcilla o de papiro... y ahora probablemente tenga forma de bips, de pendrives, de blogs o páginas web.
En pocos años más el libro será... un holograma animado, colorido y sonoro, proyectado en el vacío… y después, ¿quién sabe?
¿Qué importa…?
Lo que realmente importa es que la historia sea buena. 
Que te emocione. 
Que te remueva las cosas adentro. 
Que te deje un sedimento de sensaciones que no son nada fáciles de explicar.
A mi me encanta esa relación promiscua con alguno de esos viejos y buenos libros, de hojas amarillas como las mariposas de Cien años de Soledad, hacer el amor con sus páginas a la luz del velador, hasta que el sueño me venza, y dormirme abrazado a su caratula arrugada (a no ser que aparezca una mejor compañía, claro... tampoco la pavada).
Pero sé que es solo fetichismo.

domingo, 9 de marzo de 2008

Corre, niño, corre...



Corre, niño, corre...
La luz del semáforo en rojo dura apenas 30 a 60 segundos.
Es muy poco tiempo para intentar convencer a los automovilistas detenidos fugazmente de que sus parabrisas necesitan de una rápida limpieza sin limpiar,
o de que el bebé lloroso que cargás en los brazos en realidad es tu hermanito que necesita leche desesperadamente,
o de que si no te compran al menos uno de los caramelos de marca kañy,
o la aspirina hecha de harina en polvo,
o la estampita fraguada en la fotocopiadora de la esquina,
o la bolsa de mandarinas machucadas,
hoy te podés quedar sin nada que comer.
Sí, es muy poco tiempo para tratar de convencerlos de que toda esa mentira... es verdad.

Corre, niño, corre...
Salta a un costado,
esquiva el bólido que pasa peligrosamente cerca de tu cuerpito flaco,
ganale al tiempo,
trata de llegar a la ventanilla del auto
antes de que el chofer la cierre a toda prisa
en un intento por huir de tu mano implorante,
de tu carita de lástima,
ocultándose detrás del vidrio ahumado
para no tener que darte un puñado de monedas o un arrugado billete de mil guaraníes.

Corre, niño, corre...
Ignora los gestos hoscos,
los insultos,
la voz chillona que te grita "haragán, andate a trabajar"
como si no fuera otra cosa lo que hacés.
¿Será que no entienden que ese es tu trabajo?
¿Qué ese es el único trabajo posible que te han dejado?
Aunque a veces sí hay una mano anónima y cariñosa que te regala un billete solidario,
una palabra amable,
una sonrisa franca,
justificando por un breve instante toda tu pesadilla.

Corre, niño, corre...
Huye de tus propios padres o padrastros, hermanos y mayores que te explotan,
quizás porque ellos también crecieron siendo explotados
y no conocen otra manera.
Huye de los proxenetas,
de los abusadores,
de los traficantes de cariño,
de los que te tienen atrapado en su viciada telaraña afectiva.
Huye de la policía
que te usa como informante
y proveedor de pequeños robos.
Huye de los fiscales mediáticos,
de las juezas y secretarias del menor,
de los asistentes sociales,
de los promotores de organizaciones no gubernamentales que buscan justificar contigo sus programas cotizados en euros o en dólares,
de los periodistas denunciadores que te persiguen con sus cámaras sensacionalistas para aumentar su rating.

Corre, niño, corre...
Más veloz que los autos que cruzan en rojo los semáforos.
Más veloz que el destino que te persigue implacable.
Más veloz que el mismo tiempo que avanza en contra como un reloj al revés.

Corre hacia el futuro, donde quizás te aguarda la esperanza que aquí no puedes encontrar.

lunes, 28 de enero de 2008

Para qué escribo...



Escribo para dejar salir a esos extraños bichitos que siempre llevo adentro y que me roen permanentemente las entrañas, los muy malditos.
Escribo para exorcisar a mis demonios privados. Para asustar a mis fantasmas favoritos. Para purgar las culpas propias y ajenas. Para dejar que estallen mis crisis de conciencia. Para aliviar las heridas del alma y las del corazón.
Escribo para encontrar una forma de pagar las cuentas a fin de mes. Para que las chicas me digan ¿en serio pio sos escritor?, y me regalen un beso... y algo más.
Escribo para disfrazar mi inutilidad más absoluta de plantar mandioca, hacer carrera como diputado colorado, traficar cocaína o mentir en los tribunales.
Escribo para complacer la vanidad de ver mi foto en la solapa de un libro, aunque después ese libro solo junte telarañas en la biblioteca.
Escribo porque creo que es mi manera de atravesar la niebla. De dibujar el país o el mundo que mejor o peor imagino. De arrojar mensajes en mis botellas de náufrago sideral.
Escribo para inventar el gran libro que tanto me gustaría leer, y que hasta ahora nadie ha tenido los huevos ni el talento suficientes para escribirlo... y después de terminarlo descubro que yo tampoco.
Escribo porque es mi manera de cometer el crimen perfecto. De matar sin mancharme las manos con sangre... aunque sí con tinta.

Escribo porque no me quiero morir, y tengo la terca ilusión de que con las letras y los mundos que invento voy a seguir viviendo cuando ya sea apenas polvo y nada y siempre.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Año Nuevo en la Triple Frontera


La fiesta de fin de año en la Triple Frontera tiene un sabor distinto y especial, exótico y estimulante.
Existen diferencias marcadas por el tiempo y la geografía. A las once de la noche, una cromática y sonora explosión de fuegos artificiales y petardos cubre el cielo del otro lado del río Paraná. Es que el Brasil y la Argentina tienen una hora adelantada con respecto al Paraguay (¡hasta en el horario somos atrasados!), y las ciudades de Foz do Iguaçú y Puerto Yguazú celebran mucho antes.
Es un espectáculo imponente acodarse en cualquier balcón, terraza o punto elevado de Ciudad del Este, y disponerse a disfrutar de esa sinfonía de luces que dibujan fantasías de colores en el horizonte. Y pensar, como el genial abuelo Einstein, en lo relativo que es el tiempo: qué loco que allí, a tan pocos metros de distancia, ya llegó el futuro, ya es el nuevo año, y aquí todavía estamos anclados en el pasado, en el castigado año viejo. ¿Será que lo merecemos?
Una hora después nos tocará a nosotros celebrar, y serán ellos, los brasileños y los argentinos, ya con algo de mareo por tantos brindis compartidos, los que se acomodarán en sus balcones o terrazas a disfrutar de nuestros fuegos artificiales coloreando el firmamento nocturno, sintiendo esa rara sensación de película repetida, de salto atrás en el tiempo, de “deja vu” trifronterizo.
Territorio de contrastes y de gran riqueza multicultural, la Triple Frontera tiene muchas formas de celebrar (o de no celebrar) las fiestas de fin de año. Hay una vasta comunidad de árabes musulmanes (más de 12.000 personas, principalmente sirios libaneses) para quienes la Navidad simplemente no existe en su credo religioso, pero se acoplan con entusiasmo a las nuevas costumbres que han ido asimilando en su ya larga convivencia esteña.
Hay también una activa comunidad de chinos taiwaneses (más de 5.000 inmigrantes) que festejarán su Año Nuevo recién en febrero, basados en un calendario lunar más antiguo y milenario que el gregoriano, pero que están dispuestos con generosidad a hacer una especie de “adelanto” a la occidental. Y una más reducida comunidad de familias hindúes, que ya celebraron su propio año nuevo en noviembre, pero no tienen ningún problema en volver a repetir la fiesta.
Si a eso se le suman las comunidades de migrantes brasileños, bolivianos, argentinos, peruanos, alemanes, coreanos y hasta sudafricanos, junto a la población paraguaya más criolla, que habitan una de las ciudades de mayor diversidad étnica de toda Latinoamérica, el resultado puede ser mágico y casi surrealista: ver a mujeres musulmanas cubiertas con el chador árabe reunidas en torno a un pesebre campesino con aroma de flor de coco, o caminar por las calles periféricas sintiendo como se mezclan las melodías de Las Mil y Una Noches con el sonido del erhu chino, las canciones sertaneyas, la polca, la cachaca y el reguetón.
Año Nuevo de sopa paraguaya y capipiriña, de clericó y feijoada, de falabel y sidra, de chop suey y champán. Ausencias que duelen en cualquier idioma. Hogares en donde se extraña con la misma emoción a la mamá que se quedó en las ardientes dunas de Damasco, a los hermanos que envían saludos en mandarín desde Taipei, a los hijos que fueron a buscar un futuro mejor en la lejana Madrid y se les atragantan sus saludos por Internet.
Año Nuevo de mujeres casi niñas que esperan clientes sexuales en la nocturna soledad del Parque Chino. Año Nuevo de niños callejeros que inhalan cola de zapatero debajo del viaducto de la Aduana para no sentir la falta de abrazos. Año Nuevo de indígenas mbya refugiados bajo casuchas de lona en el baldío de la Terminal. Año Nuevo de sacoleiros que apuran el último cruce en el Puente de la Amistad.
Año Nuevo en la Triple Frontera. Tan diversas y variadas voces, pero tan iguales lágrimas, sonrisas, interrogantes, esperanzas. Tan similares ganas de que este 2013 sea mejor. ¡Salud…!

lunes, 17 de diciembre de 2007

MAMÁ...


(Ña Nilda, mi mamá, rodeada de sus nietos y nietas, celebrando su cumple).
Hay tantas cosas que te podría decir sobre mamá...
Mamá… es la primera palabra que los seres humanos pronuncian en la vida… ¡y dicen que también suele ser la última!
Mamá… es la primera palabra que uno grita en momentos de peligro, cuando algo te asusta y te amenaza, cuando buscás instintivamente ayuda y protección.
Mamá es la primera palabra que llega hasta tu corazón, cuando te sentís solo y abandonado, cuando buscás desesperadamente un poco de calor humano y de cariño.
Mamá es el origen de la vida.
Mamá es el instrumento de la creación.
Mamá es el nombre del amor.
Hay veces en que también te enojás con ella. Cuando te parece que se equivoca. Cuando creés que te impone por la fuerza sus criterios. Cuando creés que te niega la libertad. Cuando considerás que no respeta tu forma diferente de pensar, no te quiere escuchar o no te quiere entender. ¿No se te ocurrió que en realidad sos vos quien no respeta su forma de pensar, quien no busca escucharla o entenderla?
Sea como sea, ya verás por más conflictos o desentendimientos que aparezcan entre vos y ella, el amor de mamá siempre estará allí, por encima de todas las cosas, compartiendo quizás los momentos más lindos, pero sobre todo apoyándote en los momentos más duros y difíciles. Porque nada puede empañar el sublime amor que una madre siente hacia sus hijos y sus hijas.

Hay tantas cosas que te podría decir sobre mamá…
Decirte, por ejemplo, que no todos y todas tienen la suerte de tener a su mamá cerca, en forma física. Quienes por motivos personales, de trabajo o de estudio, han tenido que salir fuera del hogar, saben muy bien lo que significa estar lejos de la mujer que es la guía constante y la mejor protección.
Lejos del abrazo cariñoso al comenzar o al terminar el día.
Lejos de la mano que te tapa con una frazada en las noches de frío.
Lejos de la mano que te prepara el plato de comida que más te gusta, o que te acerca el remedio cuando estás enfermo.
Lejos de la cálida voz que te pregunta por tus problemas, que te reconforta cuando estás tristes, y que te felicita por tus pequeños éxitos cotidianos.
Hay quienes sienten una distancia todavía más grande. Quienes ya no tienen la fortuna de tener a su mamá sobre esta tierra, pero tienen el consuelo de saber que el amor de una madre vence todas las fronteras, incluso las de la muerte. Y que estas madres siguen vivas en la memoria y en el corazón de cada uno de sus hijos. Que su amor es una estrella que brilla en la oscuridad y sigue iluminando el camino.

Hay tantas cosas que les podría decir también a las mamás...
Decirles que también nosotros las queremos mucho. Y que a veces nuestra aparente rebeldía y desobediencia, que tanto les suele molestar, es también una forma de expresarles nuestro amor, porque es la manera en que afirmamos nuestra propia identidad, la manera en que rompemos el cascarón para vivir nuestras propias vidas, la manera en que conquistamos nuestra libertad en este difícil pero apasionante mundo.
Y aunque nos cueste mucho, aunque nos equivoquemos tantas veces, todas las cosas que estamos haciendo y por las que estamos luchando, son las cosas en las que creemos. Son las cosas que le dan sentido a la vida que ellas tan generosamente nos han regalado.

Sí, hay tantas cosas que te podría decir sobre mamá...
Pero bien sé que las palabras no son suficientes para expresar todos nuestros sentimientos, toda nuestra gratitud.
Por eso, lo mejor es acercarse tiernamente a darles un beso cariñoso y profundo, estrecharlas en un cálido abrazo filial, y decirles desde el fondo del corazón: ¡Gracias por todo, querida mamá!

(Partes de un texto que escribí hace muchos años, a pedido de una bella niñita que quería regalarle palabras a su mamá en un acto escolar).

viernes, 7 de diciembre de 2007

Arandu Ka'aty




El viejo Mixto se abre paso a los tumbos por la estrecha picada en medio del monte.
Es un camión de carga al cual le han adaptado una carrocería de madera con techo de lona, donde los pasajeros viajamos apretujados, en medio de bolsas de mandioca, cachos de banana y jaulas de gallinas, algunos sentados sobre bancos de madera que bailan con cada pozo.
A cada momento los árboles tratan de introducir sus ramas en el interior y hay que agacharse para esquivar los chicotazos. El calor infernal, la polvareda roja, los barquinazos y los mosquitos hasta podrían ser soportables, pero hace largo rato que un bebé llora en brazos de su madre y ya todos estamos con los nervios de punta.
–No sé lo que le pasa. Parece que le sopló viento... –dice en guaraní la madre del bebé, con desconsolada impotencia. Es una muchacha pequeña y oscura, todavía una niña, pero con la piel ya avejentada por la tristeza y el dolor.
Todos, en algún momento, hemos intentado hacer algo para tratar de calmar el sufrimiento del bebé. Agua, aspirinas, caramelos, juguetes, morisquetas... nada sirve. Hace más de dos horas que hemos salido de la colonia Pacobá y aún faltan como cien kilómetros para llegar a Curuguaty. A lo largo del camino sólo hay selva y soledad. Nunca las palabras como progreso y civilización me habían parecido tan distantes.
De pronto, al final de una curva, una brusca frenada del vehículo nos arroja a todos contra las paredes o contra el piso de la carrocería.
El Mixto se detiene. Hay un enorme árbol caído. Un grueso yvyra pytá de frondoso ramaje que bloquea totalmente el camino.
Nos bajamos a mirar.
En brazos de la niña-mamá, el bebé no deja de llorar.
El chofer del mixto, un tipo gordo, vestido con una camisilla agujereada, inspecciona el árbol caído y gesticula negativamente con la cabeza.
–¡Es demasiado grande, no hay forma de moverlo! –exclama.
Aún así, entre todos hacemos el esfuerzo. Rodeamos el tronco, lo abrazamos como si fuera un ser querido. Primero tratamos de levantarlo con cariño. Después, de empujarlo con rabia. Nada. Es en vano. El maldito no se da por enterado. No conseguimos moverlo ni un milímetro. Y el bebé no deja de llorar.
–¿Qué hacemos, chofer...? –pregunta con desesperación una señora, con aspecto de granjera mennonita.
–¡No sé, señora! –responde nervioso el conductor.
–¿Por qué no volvemos al punto de destino? –propone otro pasajero.
–Es demasiado lejos. ¿Por qué algunos no vamos a pie por el camino? A lo mejor encontramos una granja, en donde alguien tenga un tractor –interviene un joven, vestido con uniforme de conscripto.
–No, yo conozco muy bien esta zona. Podés caminar kilómetros y kilómetros, y solo vas a encontrar puro monte –le desalienta el chofer.
En ese momento, una mujer que se había alejado con un niño a cierta distancia, aparentemente para hacer pipí, lanza un grito.
–¡Miren...! ¡Vienen varios hombres a caballo!
Con una exclamación de júbilo, los vemos acercarse a la distancia, desde el otro lado del árbol caído. Son siete jinetes, con anchos sombreros, que nos saludan con gritos y carcajadas. Son siete seres rudos, obrajeros del monte. Siete ángeles oscuros que acuden en nuestro auxilio.
–¡Buenas tardes, los amigos! ¿Pe pyta piko detenido? –dice uno de ellos, que parece ser el líder del grupo. Es un hombre moreno, petiso y robusto, de facciones aindiadas.
–Ya ven cuál es el problema. –contesta el chofer, señalando al árbol caído, como si fuera necesario–. A lo mejor pueden darnos una manito.
–No se preocupe, compañero. Esto es vyroreí. En un ratito vamos a solucionar –dice el hombre, mientras hace un gesto a los demás jinetes.
Rapidamente, cuatro de ellos descienden de sus caballos y extraen filosas hachas de sus monturas. Sin dudarlo, se acercan al árbol, lo estudian por un breve instante y en seguida empiezan a cortar las ramas de tupido follaje, apartándolas a un costado del camino, hasta dejar solo el grueso tronco atravesado. Luego, con certeros hachazos, terminan de separar el cuerpo de la raíz. Otro de los jinetes se acerca con una gruesa cuerda de fibra de karaguatá, que amarran con varias vueltas a la base del tronco, mientras atan el otro extremo a la montura de tres caballos.
Impresionados, los pasajeros nos juntamos a observar el espectáculo.
La cuerda ha quedado tensa, estirada por los caballos. Uno de los jinetes toma de las riendas a los animales y, con un grito seco, los obliga a jalar el tronco. Hay un momento de tensión, en que la cuerda se estira y parece que va a romperse, y todos contenemos la respiración. Los caballos caracolean. El jinete los empuja con otro grito. Y, entonces, lentamente, el tronco empieza a moverse.
Un grito de admiración escapa de nuestras gargantas.
Otro grito del jinete. Los caballos avanzan. El tronco se desliza, se desliza, se desliza, hasta quedar totalmente fuera del camino.
–¡Bieeeen... bieeeen...! ¡Increíble...! –grita una señora.
Hay aplausos, hurras y vítores.
Nos acercamos todos para agradecer a los jinetes. Algunos, entusiamados, reparten abrazos y palmeadas en la espalda.
–¿Cuánto le debemos por esta gauchada? –pregunta la señora con pinta de granjera mennonita al líder del grupo.
–¡No, señora, por favor...! ¡Mba’evete verá! –le responde el hombre.
–Bueno, bueno... vamos a subir todos al Mixto. Ya es muy tarde y tenemos que seguir viaje –ordena el chofer.
Entusiasmados, comenzamos a ascender al vehículo.
Es entonces cuando escuchamos el lastimero llanto del bebé que viene creciendo a la distancia.
Con todo el trajín, nos habíamos olvidado completamente de la niña-madre y de su criatura enferma.
Cuando ella está por subir, una mano la detiene.
Asustada, la niña trata de zafarse, pero el hombre moreno, el líder de los jinetes, le sonríe y le dice que no tenga miedo. Luego, sus manos de gorila toman al bebé lloriqueante y lo alzan con infinita ternura, mientras lo palpan detenidamente. Sus dedos le abren la boca y sus ojos escrutadores lo revisan. Al poco rato, el hombre le devuelve el bebé a la niña.
–Su garganta está descompuesta. Esperame un rato, te voy a dar algo –le dice.
Ella se queda allí, al pie de la puerta del Mixto, expectante, mientras él camina hacia su montura y hurga en el interior de unas alforjas de tela. Al rato lo vemos sacar un trozo de panal de miel, que vuelca en el interior de un jarro lata. Luego se dirige con pasos decididos hacia el monte y se pierde dentro de la espesura durante largos minutos. Finalmente lo vemos regresar con el jarro lata en la mano, removiendo el contenido con una ramita, hasta acercarse a la niña-madre.
En silencio, observamos cuando empieza a darle de beber al niño una especie de jarabe verdoso. El bebé protesta, incómodo, mientras el dedo del hombre le va dando el líquido pastoso en la boca. Increíblemente, el llanto del niño se va volviendo espaciado, hasta que finalmente cesa por completo. El hombre le acaricia la cabecita y después ayuda a la niña-mamá a subir al vehículo. Por primera vez veo una sonrisa en su carita sufrida.
–¡Nde, karai...! Contame... ¿qué le diste al bebé? –le pregunto al hombre desde la puerta del Mixto, mientras escucho que el chofer enciende el motor y se dispone a reanudar la marcha.
–Nada... un remedio que me enseñó mi abuela, nomás –dice él, con un gesto de la mano que parece un saludo pero también un signo de restarle importancia a mi curiosidad.
El Mixto empieza a moverse y tengo que gritar por encima del ruido del motor para hacerme escuchar.
–¡Si... pero qué había en el jarro! ¿Miel y qué más...?
El hombre sonríe y me despide con la mano levantada, mientras su figura empieza a alejarse. Todavía alcanzo a oír su respuesta.
–Si venís alguna vez a visitarme, te voy a contar. ¡Son cosas del arandu ka’aty nomás!
Nunca supe su nombre.
Pasé varias veces por el mismo sitio, pero no lo volví a encontrar.
Ahora prácticamente ya no quedan montes en Canindeyú. Casi no existe el peligro de encontrarse con algún árbol caído en mitad del camino. Pero yo no pierdo la esperanza de que en algún momento me vuelva a cruzar con esos oscuros ángeles montados a caballo.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

País



Este texto comenzó a nacer en 1985, en un campamento juvenil en Hohenau, cuando dos chicas me pidieron que les ponga en un papel las razones por las que escribo. Era para una revista cultural mimeografiada que se editaba en un colegio de Encarnación.
Diez años después lo reescribí, para leerlo en el acto de lanzamiento de mi primera novela, “El último vuelo del Pájaro Campana”.
Mi amigo Víctor Riveros le puso música y me sorprendió gratamente al cantarlo una noche, en la plaza. Hasta entonces, yo no sabía que un discurso o un artículo periodístico se puedan cantar.
Después vi un fragmento utilizado en un afiche artesanal, también una pintura inspirada en el texto, y hasta una perfomance teatral. Una versión más breve se publicó en El Correo Semanal de última Hora, en 1996.

***

Hay un país que nos espera al otro lado de la niebla…
Un país que todavía no conocemos y sin embargo extrañamos.
Un país cuya belleza no se puede pintar sobre el papel, porque está dibujado en el mapa de las emociones.
Un país cuya geografía pertenece al intangible territorio de los sueños.
Un país que está hecho con la madera de nuestras mejores utopías, e iluminado con el sol de nuestros recuerdos más felices. Incluso, con los recuerdos de las cosas que todavía no sucedieron.

Sé que ese país existe, pero no sé muy bien dónde queda.
Buscándolo, voy en peregrinación por esta tierra de sombras, y en el camino me encuentro con mucha otra gente, buscadores peregrinos igual que yo.
Me encuentro, por ejemplo, con los pueblos guaraníes. Perseguidores del paraíso que vienen marchando desde el principio de los tiempos, bailando incansablemente alrededor de una hoguera que no se apaga nunca, por más fuerte que caiga la lluvia y por más violentos que azoten los rabiosos vientos del norte. Ellos bailan al son de una música más antigua que la memoria, figuras etéreas que se elevan en el aire, cada vez más leves, hasta casi volar, rozando con sus dedos el mítico yvy marae’y, la tierra sin mal.
Me encuentro también con espectrales procesiones campesinas. Hombres y mujeres con la geografía del dolor dibujada en su propia piel, buscando incansablemente a la vieja tierra que alguna vez los hizo a su propia imagen y semejanza, para de sí arrojarlos.
Me encuentro con jóvenes desesperanzados y confundidos. Caras de plástico en medio del cemento ardiente. Ellos buscan ansiosamente la imagen de su verdadero rostro, pero en lugar de espejos solo encuentran pantallas de televisores.

¿Existirá otra mitad nuestra en esa tierra que nos aguarda…?
¿Qué estará haciendo, mientras tanto, con tanta felicidad desperdiciada…?

A veces, en el anochecer de un día agitado, me paro en alguna esquina de la ciudad, y espero con infinita paciencia el ómnibus que me ha de conducir hasta allá, pero casi siempre me equivoco de parada, porque hay algún desgraciando que anda cambiando las señales de los carteles.
Hay ocasiones en que sí tengo suerte y encuentro la parada correcta… pero entonces sucede que el último ómnibus ya viene desbordado de gente, y hay un chofer sin rostro que no hace ningún caso a mis desesperados gestos. Entonces el ómnibus pasa de largo, llevándose mis esperanzas, y yo me quedo allí, sentado en el umbral de algún viejo caserón colonial, con una caja de cigarrillos vacía y una tristeza que no me cabe en el cuerpo.
Sé que por allí, en algún lugar de esta atribulada geografía, tiene que haber un portón secreto, algún callejón mítico, un tape po’i tridimensional, que de seguro nos ha de conducir hasta ese país de sueños.
Si, tiene que haberlo. Pero, ¿cómo diablos encontrarlo entre toda esta maraña de carteles luminosos, de afiches publicitarios que ofertan felicidad envasada e ilusiones prefabricadas por computadoras?

A veces la niebla se disipa un poco, y entonces veo señales más o menos claras, fragmentos de imágenes del otro país.
Un arpa desgranando trinos de campanas en medio de la selva.
Un hachero que se cansa de tumbar quebrachos y comienza a cortar cadenas en los obrajes del norte.
Un hombre y a una mujer pintados de barro, con un bebé que gime entre los brazos, atravesando los esteros de un yerbal hacia un horizonte inundado de luz.
Una guarania que vuela libre como una paloma sobre ríos y cordilleras.
Una desgarrada bandera tricolor, rescatada por las manos de un niño en medio de un campo de batalla.
Una pluma que se hunde hasta el mango en el papel y escribe con sangre una historia nueva.

Esas imágenes me dicen que ese país de sueños y este país de pesadilla, en el fondo son la misma cosa, aunque no lo parezcan.
Porque ese otro país tendrá que nacer de este mismo.
Es más: ya está naciendo.
Poquito a poco.
A contraviento. A contramuerte.

Este país oscuro hoy tiene a un paisito de colores abultándole la panza.
Este país doloroso está embarazado de esperanza.
Y de nosotros -de cada uno de nosotros- depende que ese alumbramiento alguna vez sea total y fecundo.
Porque este país de pesadilla,
de promeseros profesionales,
de caudillos y mandamases,
de niños pervertidos y poetas olvidados,
de robacoches al acecho,
de jueces en oferta,
de burócratas corruptos y de generales que se mueren por ser presidentes...
este viejo país nunca dará paso al otro nuevo país, si no hacemos todo el esfuerzo, cada uno a su manera, con lo suyo.

Yo no sé hacer otra cosa que escribir.
Por eso escribo.
Porque es mi manera de atravesar la niebla, y hacer un poquito de fuerza para que avancemos juntos hacia el otro país.
Sé que escribir no me va a permitir tener una mansión con pileta, ni un Jaguar convertible, ni una cuenta numerada en un banco de Suiza, ni todas esas cosas que, según dicen por allí, construyen el camino de la felicidad.
No es esa la felicidad que quiero, sino la de esta gran alegría de saber que no estoy solo, de saber que hay mucha gente que peregrina conmigo, aunque con muchos quizás no nos hayamos visto nunca, y nos cuesta reconocernos.

Pero hoy siento el eco abrumador de sus pasos y la grata calidez de sus abrazos.

jueves, 22 de noviembre de 2007

El país se quiere ir del país

"... Un país condenado al suplicio de la esperanza, con su gente que vive como en castigo en uno de los más hermosos y apacibles lugares de la Tierra, de esos que se llevan su lugar a otro lugar y se esconden en un recodo de la historia."
(Augusto Roa Bastos, "Una isla rodeada de tierra".)

Ayer te vi...
Estabas allí, en la larga fila de personas frente al local de Identificaciones, esa monstruosa cola de dragón que da varias vueltas a la manzana y se ha instalado como una triste y vergonzosa imagen en nuestro paisaje cotidiano.
Ayer te vi...
Estabas allí, como uno más entre la gente, esperando con estoica paciencia bajo el Sol inclemente, la cabeza protegida por un ajado sombrero pirí, con tu jarra y tu guampa de tereré en la mano, plagueándote sobre el último partido de fútbol, protestando por la suba del precio del gasoil.
Ayer te vi...
Me costó reconocerte. Tu figura parecía un poco diferente a la del clásico mapa que nos enseñan en la escuela. Pero eras vos nomás... cansado, arrasado, devastado, vencido.
Me acerqué y te dí un abrazo.
—¿Qué...? ¿Vos también te vas...? —te pregunté, atónito.
—Sí... Ya no aguanto más, che ra'a —me contestaste, casi susurrando como para que los demás no escuchen—. Miseria, corrupción, robos, asesinatos, secuestros, farsas judiciales, falta de trabajo, gente que se muere de hambre o de soledad... ¡Estoy harto! Sí... yo también me quiero ir del país.
—Pero... ¿cómo te vas a ir...? ¡Vos ningo sos el país...!
—¿Y qué...? ¿Acaso no me puedo ir de mí mismo?
—Suena un poco absurdo. Pero, bueno... aquí todo es posible. ¿Y a dónde te pensás ir?
—Si me dan el pasaporte, me voy a España, como la mayoría. Dicen que allá los países del Tercer Mundo podemos conseguir alguna buena changa.
—Pero... ¿qué va a ser de nosotros si vos te vas? ¿En qué lugar nos vamos a quedar a vivir?
—No sé... Algún lugar habrá, aunque no sea el mío. En realidad, aquí hace rato que yo ya no soy yo. A mí me vendieron por 30 monedas, para más falsificadas. Me remataron, me robaron, me secuestraron, me crucificaron, me cambiaron. El país al que ustedes todavía llaman Paraguay, ya es otro. Es un país de gua'u, un país de plástico, un país "mau"...
—Pero... ¿no podrías quedarte y seguir luchando? ¿Esperar que tus hijos te podamos cambiar y mejorar las cosas? ¿Construirte a la imagen de nuestros sueños y de nuestras utopías?
—¡Qué más me gustaría...! Pero, mirá... fijate en los rostros de los que están en esta larga fila para sacar pasaportes. Son casi todos chicos y chicas jóvenes. Ellos y ellas son mi esperanza, como dice la canción. Si ellos y ellas se van... ¿para qué me voy a quedar?
No supe qué contestarte.
Te abracé de nuevo y me alejé, con un nudo en la garganta.
¿Qué te podía decir...?
Solo me queda confiar en que no tengas suerte. En que a los burócratas de Identificaciones se les acaben otra vez los insumos para hacer las libretas, o que no tengas plata para las coimas, o que te vean cara de sospechoso (es decir, de honesto)... y, por alguna u otra razón, no te den nunca el maldito pasaporte.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Amistad




Una vez fui asaltado en un barrio marginal de Lima, Perú. Me golpearon, me quitaron todo lo que llevaba encima y me dejaron tirado en la calle. Un hombre que pasaba me levantó, me ayudó a curarme y me dio dinero para regresar a casa. Nunca más lo volví a ver. Ni siquiera recuerdo su nombre o su rostro, pero ese hombre es mi amigo para toda la vida.
¿Qué es la amistad? 
¿Un sentimiento? ¿Un culto? ¿Un póster con flores y poemas? ¿Un juego de papelitos con nombres tomados al azar? ¿Un regalo que hay que hacer obligatoriamente cada 30 de julio?
Tengo amigos y amigas entrañables de la infancia, que compartieron conmigo tantas pasiones y descubrimientos, tantos sueños y secretos, pero a quienes hoy encuentro en una esquina... y me parecen perfectos extraños. ¿En qué laberinto de la vida se perdió nuestra amistad?
Y sin embargo, algunas veces, me llegan cartas, o mails, o llamadas telefónicas, o visitas, de lectoras y lectores totalmente desconocidos, que demuestran conocerme más que yo mismo, y con quienes, al intercambiar palabras, gestos, acciones, siento que somos amigos desde la eternidad. ¿Serán los verdaderos amigos invisibles?
No creo en la amistad heroica o sublimada, por encima de las grandezas y las mezquindades humanas. No creo en esa tonta, obvia y recurrente frase de que "amigos son los amigos" (¿Qué sería lo contrario? ¿"Enemigos son los enemigos"?). Tampoco creo en esa otra frase institucionalizada, de que el Paraguay es "el país de los amigos", pues en nombre de ella se justifica todo, desde la corrupción hasta la impunidad.
"Amistad" se llamaba aquel lúgubre barco que traficaba esclavos negros desde el África, sobre el cual Steven Spielberg hizo una estupenda película.
Según el negro Alejandro Dolina, es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer canciones sobre la amistad, pero es casi imposible conseguir que esas mismas personas te presten un poco de dinero.
Yo no quiero un millón de amigos, como Roberto Carlos, pero sé que muchas cosas jamás las lograría "sin una ayudita de mis amigos", como bien lo recuerdan esos dos geniales amigos legendarios, John Lennon y Paul McCartney.