El
chico estaba allí, tirado sobre la vereda de la calle Brasil y Aca Yuasá (18
Proyectadas), a media cuadra de la Comisaría 21, en el barrio Obrero de Asunción, en la mañana de este último miércoles de febrero, completamente dopado.
Probablemente
no tiene más de 15 o 16 años.
La
gente pasaba y lo miraba con pena, pero nadie hacía nada. Hasta que, poco
después de las 8 de la mañana, una chica adolescente, de unos 13 a 14 años,
vestida con el atuendo deportivo de algún colegio, cruza la calle con cuidado,
trayendo en sus manos una bolsita de polietileno, en el que se divisan un par
de sándwiches de pan de miga y un vaso grande de plástico (de esos de yogurth)
con café con leche, aromático y humeante.
Ella se
acerca un poco temerosa hasta el chico, le habla, pero él no reacciona.
Entonces le baja el café y los sándwiches a su lado, a cierta distancia.
En ese
momento yo me acercaba para comprar algo en la despensa de la esquina, ella me
mira y me pregunta:
-¿Será
que va a encontrar el café cuando se despierte?
Le digo
que sí, y le ayudo a acercar un poco más la bolsa y el vaso junto a su cuerpo,
pero ubicándolo en un lugar donde no lo derrame con algún movimiento.
Trato
de despertar al chico, le hablo, lo sacudo del hombro, le digo que le han
traído para su desayuno, pero él no se despierta.
Compruebo
su aliento, sí, respira bien. Solo que está muy drogado.
Ella me
mira, con pena y angustia. Me pregunta si está bien. Le digo que sí, solo que
está dormido, pero ya despertará y le agradecerá el rico desayuno, aunque el
café se haya enfriado. Ella sonríe con tristeza.
Los
miro a los dos. Casi tienen la misma edad, pero están separados por un abismo social.
Ella
tiene un hogar, un colegio, cariño familiar y oportunidades.
Él solo
tiene la calle…
¿Cómo
unir esos mundos…?
¿Cómo a
darles a los dos las mismas oportunidades?
Ella lo
ha visto desde su casa, ha sentido pena por él, ha preparado los sándwiches y
el café. Es un gesto mínimo, una gota en el mar, una acción que no resuelve el
problema de fondo… pero en esta mañana, ver de cerca ese gesto me ha aportado
un luminoso destello de esperanza.
Ella me
pregunta qué más podemos hacer por él. Le digo que avisaré a la Policía, que
ella ha hecho mucho trayendo el desayuno, pero que la solución de fondo es
estudiar, ser mejores personas, contribuir a construir un país mejor donde
exista más solidaridad, donde no haya gente pobre, ni excluidos sociales. Ella
dice que sí, también.
Minutos
después, cuando le cuento al oficial de policía que ese chico está allí, tirado
en el suelo y no reacciona, me dice que “siempre luego está allí”, que más de
una vez lo han rescatado, pero que siempre vuelve.
De
todos modos, me dice que no me preocupe, que avisará en seguida a la gente de
la Secretaría de la Niñez, para que vengan a buscarlo.
No le
creo mucho, ni tampoco sé si será lo mejor.
al pedo se hace de la buena samaritana con ésta gente... es la misma que en la menor oportunidad la va a clavar para robarle la mochila
ResponderEliminar