(Un clásico relato sobre la odisea de
viajar en ómnibus en Asunción).
Mirna
Pereira, vestida apenas con unas gotas de Guerlain, desaparece bruscamente a
las siete y cinco de la mañana.
Estábamos
en lo mejor, ella y yo, cuando el bip frenético del despertador de cuarzo
decide iniciar su fastidiosa función de aguafiestas. Extiendo la mano para
callarlo y solo consigo tumbar la botella de vodka sobre las baldosas, con un
estruendo infernal que me clava mil alfileres en el cerebro. El Sol se mete en
forma cruel por la ventana, revelando al mundo que mi departamento de soltero
no tiene nada que envidiar a las Ruinas de Humaitá.
Una
cucaracha me saluda desde adentro de la zapatilla. Es lo último que hace en la
vida. Después viene la caricia del agua fría, la toalla, el peine, el cepillo
de dientes, el frasco entero de aspirinas, la misión imposible de reconstruir
este rostro devastado por la resaca. Juro solemnemente no beber nunca más.
Bueno... al menos no tanto como anoche. Ahora la ropa, la cámara fotográfica,
la calle, el Sol insoportable, la impaciente espera del condenado ómnibus que
nunca aparece.
Cuando
por fin el maldito se decide a aparecer, más cargado que bolsillo de aduanero,
descubro que aquel principio de física que me enseñaron en el colegio, ese que
decía que dos cuerpos no pueden ocupar un mismo lugar en el espacio, no pasaba
de ser una tremenda bola. De lo contrario no estaría ya adentro del vehículo,
pasándole mis últimos diez mil guaraníes al chofer, escuchando lo mismo de
siempre: Pasá nomás hacia el fondo, después te doy tu vuelto, che ra’a, ahora
no tengo cambio.
Y aquí,
¿nadie se enteró de que ya inventaron el desodorante? Esta gorda, ¿qué se
cree...que soy de esponja? ¡Ay, mi pie! ¿Qué dice el chofer...? ¿Qué hay más
lugar hacia atrás? ¡En tu cerebro lo que hay lugar, nde tavyrón! Y este maldito
dolor de cabeza que no se me pasa. ¡Cuidado, señora, me está aplastando la
cámara fotográfica! Sí, soy reportero de la revista Ñangapiry News. ¿Qué...?
¿Tomar una foto de lo excesivamente lleno que va el micro? No creo que se
pueda. No hay lugar. A ver... ¡Ups! ¡Cuidado...! Perdón, señorita, es que
estaba intentando tomar una foto y no me pude sostener. Me caí en su regazo sin
querer. ¿Mba’e...? ¡Sátiro será tu abuelo!
Este
tipo está rematadamente loco. Aquí ya no cabe un alfiler y sigue alzando gente.
A ver si puedo fotografiar a esos tipos colgados de la estribera. Eso es.
¡Click! Nde, cuate, enohemi nde po. ¡Click! A ver si puedo captar la parte del
chofer, a lo mejor se nota la marca del velocímetro. ¡Click! Es notable como a
través del lente todo se ve distinto. ¡Click! Esa camioneta que nos pasa
rozando, por ejemplo. ¡Click! Ese panchero al que casi atropellamos. ¡Click! La
manera en que subimos sobre la vereda. ¡Click! Esa columna que avanza hacia
nosotros. ¡Click! Este... que... pero... ¡Click! Parece que... ¡no! ¡Click!
¡chocamoooos...! ¡Click! ¡CRASH...!
* * *
El
griterío infernal de Fulgencio Mendieta, director de la revista Ñangapiry News,
me despertó, tendido en la cama de algún hospital.
–¡Fantástico,
Rafa, fantástico....! ¡Sos el primer periodista que consigue fotografiar todo
el proceso de la loca odisea de un micro suicida que en carrera desenfrenada
crea una verdadera conmoción por las calles de la ciudad, hasta las escenas más
dramáticas de la colisión final... trágica, real, increíble! ¡Y todavía
sobreviviste para contarlo! ¡Esto es genial...! ¡Será un impacto periodístico,
un golpe demoledor para la competencia! ¡Es nuestra consagración, Rafa querido,
nuestra consagración...!
Mendieta
hubiera seguido gritando hasta el día del Juicio Final, si no fuera por los dos
fornidos enfermeros que se lo llevaron a rastras porque estaba despertando a
todo el pabellón.
Me
quedé solo, contemplando el jarrón de flores que alguien había dejado sobre la
mesita. La tarjeta la firma una tal Alicia, de la que no me acuerdo. ¿No era la
rubia esa de la heladería? ¡Uy, siento un estirón en la rodilla...! Por suerte,
parece que no tengo fracturas graves.
Ya
sabía que este iba a ser un día infernal, desde que encontré la cucaracha
dentro de mi zapatilla. ¿Por cuánto tiempo más querrán dejarme aquí estos
médicos de morondanga? Están locos si piensan que me voy a quedar postrado
cuando tengo que ir a escribir la nota del año. ¡Periodista...! Pensar que si
le hubiera hecho caso a la tonta de mi tía, a esta altura estaría rayando
planillas en un escritorio con telarañas. ¡Quería que trabajara en un banco, la
vieja loca! ¡Uy, la rodilla...! Por lo menos pasó algo bueno: ya no me duele la
cabeza. Pero tengo una sed de los mil demonios. ¿No habrá una miserable
cervecita en este hospital?
(Relato incluido en el libro El Principito en la Plaza Uruguaya de
Andrés Colmán Gutiérrez, Editorial Servilibro, Asunción 2007)
¡Buenisimo Andres!, Tal cual, me encanto.....
ResponderEliminar¡ Buenísimo Andres,tal cual. Me encanto.....
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