sábado, 8 de septiembre de 2007

Cuando llegue la primavera


Apareció de pronto, al costado de la carretera.
Veníamos devorando kilómetros desde Ciudad del Este, a través de la ruta 7, cuando vimos emerger su oscura silueta recortada contra el horizonte vacío. Sus ramas parecían brazos elevados hacia el cielo, en un sordo y desgarrado clamor.
Era una extensa parcela de terreno mecanizado, en las afueras de J. Eulogio Estigarribia. No hace mucho allí había existido una selva subtropical, parte del exuberante Bosque Atlántico del Alto Paraná.
Ahora ya no quedaba absolutamente nada. Solo un inmenso desierto de tierra roja recién removida por un ejército de tractores y topadoras. Y en medio de esa devastación estaba el árbol, desnudo y triste, último sobreviviente, imagen viva de la más espantosa desolación.
Estacioné el auto junto a un derruido cartel de señales de tránsito. Claudia abrió la puerta y se echó a andar como hipnotizada. Caminaba de prisa, casi a la carrera, con la respiración agitada.
Se detuvo junto al árbol y cayó de rodillas. Acarició la corteza rugosa y seca, como si fuera la piel de un moribundo.
No hubo palabras. El silencio lo decía todo. El silencio estaba cargado de voces, de lamentos, de alaridos de dolor. Por un instante el aire se pobló con el estruendo de las motosierras, con el estallido de los troncos quebrándose unos tras otros, con el retumbar de las topadoras y las cadenas destrozando el mundo en la gran masacre forestal. Los gritos del silencio resonaban como el gemido de los moribundos en un campo de batalla.
No sé por qué, en ese momento, se me ocurrió que el árbol solitario y herido era la desolada metáfora de este país.
–¿Quién...? –preguntó Claudia–. ¿Quién lo ha dejado así, abandonado en mitad de la tierra?
No le respondí. ¿Para qué...? Podía darle una larga lista con nombres y apellidos. Podía citarles uno por uno a los empresarios agroexportadores, a los traficantes madereros, a las autoridades corruptas, a los políticos inescrupulosos, a los seudodirigentes campesinos... pero todos se difuminarían en el engranaje de un sistema sin rostros.
No dije nada.
A lo lejos, dos colonos menonitas miraban con satisfacción el vasto horizonte de campo recién arado. Seguramente ellos lo llamaban progreso.
–Se va a morir... –dijo Claudia, con voz entrecortada–. El árbol está seco y se va a morir.
–No –le dije–. No se va a morir. Cuando llegue la primavera, volverá a brotar. Mirá... la tierra está húmeda, tiene agua suficiente para resistir.
–El problema no es la falta de agua –dijo ella–. El árbol se va a morir de tristeza y soledad.
Como un eco a sus palabras, a la distancia se escuchó un concierto de graznidos.
En el horizonte rojo vimos una nube de aleteos que se aproximaba lentamente desde el Sur, como un montón de hojas bailando en el viento.
Era una bandada de loritos maracaná.
Las aves pasaron rozando nuestras cabezas, giraron en torno al árbol desnudo en perfectos vuelos concéntricos, y luego empezaron a posarse una a una sobre las ramas. Sus plumas brillaban bajo los destellos del Sol.
–¡Qué hermoso...! –exclamó Claudia, con los ojos humedecidos, al ver al árbol cubierto por esa repentina explosión de verde.
–Sí... –le dije, mientras la ayudaba a levantarse–. Vení, vamos... Te prometo que volveremos a pasar por aquí, cuando llegue la primavera, para que puedas ver al árbol vestirse de color y alegría.
–¿Estás seguro...?
–Sí... El árbol va a rebrotar, porque ya no está solo.
–¿Lo decís por los pájaros? –preguntó Claudia, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano.
–No –le aseguré, mientras me llenaba los pulmones con el aire de la inmensidad–. No lo digo solamente por los pájaros.

4 comentarios:

  1. Simplemente hermoso! El dolor, la desolación, la angustia agonizante tambien se pueden expresar con sencillas palabras como en este texto.

    Describe con perfección lo que hace años siento, especialmente despues de haber sido empleado bancario al servicio del capitalismo salvaje, por llevar un plato de comida a mi familia.

    Estuve como encargado de Créditos en el Banco Integración, sucursal Nueva Esperanza; hasta es paradójico pues en verdad en muchos sentidos alguien no puede sentir esperanza ante tanta barbarie cometida en nombre del progreso. En vez de cantos y trinos, en vez de aire fresco, arroyos limpios y niñops jugando alegremente, desde Hernandarias hasta Saltos del Guaira solo se pueden ver inmensos sojales, cada vez menos árboles, menos animales, menos vida. Y todo eso con la excusa de que estan produciendo para el pais; es la tonteria más grande que se nos quiere hacer creer!

    Lo más triste es que el 98% está en manos extranjeras, especialmente brasileños; la soja deja cada vez más hambreado al pueblo, al campesino humilde y porque no, al resto de nosotros tambien; solo produce abundante riqueza para muy pocos!

    En una ocasión tuve que trabajar en Marangatu, 60 kms por tierra roja desde la super carretera, en esas 48 horas en territorio que decimos que es paraguayo, solo encontré 3 paraguayos, el comisario y dos soldaditos; tuve que hablar portugues en mi propia tierra sintiendome extranjero!

    No tengo nada contra ellos, pero aquello me parece que es muy exagerado! Entretanto en el pueblito de 6 x 6 cuadras de Troncal 4 se refleja el contraste cada vez más notorio; enormes riquezas en manos de unos pocos y gente paraguaya cada vez mas enpobrecido comiendo las migajas, pues son despojados de muchas maneras y no les queda otra alternativa que vender cositas para sobrevivir.

    Y encontrar buena sombra en el pueblo es toda una hazaña... ya nada crece alli... creo que la contaminación es alta que ni podemos confiar ni en lo que comemos diaramente.

    Por cada obstinada plantita que crece por alli yo daba gracias al cielo!

    Y a cada arbusto que me cobijaba queria abrazar como un hermano.

    Fue lo que senti cada día más... y fue una de las causales de mi renuncia a ese empleo para volver a la ciudad donde creci. Ciudad del Este.

    La depredación de la naturaleza es seudo progreso; para mi las plantaciones de soja son la figura fiel de una lenta muerte, que camina cada vez mas rápido.

    Al verde de la soja lo comparo a una nube de langostas! Devora todo a su paso dejando desolación, anulando a otras fuentes de vida.

    ResponderEliminar
  2. Amigo anónimo: Has escrito un texto mucho más bello, crudo y críticamente reflexivo que el mío. Gracias!

    ResponderEliminar
  3. Gracias! Es un honor viniendo de parte tuya, apenas soy uno de tus tantos lectores.

    Ah! Como en verdad no tengo experiencia en estos de comentar en blogs y otros similares, se me olvidó identificarme.

    Me llamo Juan Esteban Ayala R.
    C.I. 1.390.402

    Una vez más mis agradecimientos y mis saludos a tus colegas de UH, especialmente al equipo del Correo Semanal.

    Hasta pronto!

    ResponderEliminar
  4. Estimado amigo ANDRES! En estos días de floreciente primavera, me permitiré rescatar este comentario, y quizas, si Ud. me lo permite tu hermoso texto también. A la vez pregunto: existía realmente ese árbol? y si es así que pasó del mismo?

    Desde la ciudad, en que al amanecer se lo siente extranjero al sol! Saludos!

    ResponderEliminar