lunes, 3 de septiembre de 2007

Las mujeres del agua


Foto: Sonia Delgado
Es muy común encontrarlas a orillas de un arroyo, a la entrada de cualquiera de los tantos pueblos dormidos en la blanca y radiante oscuridad de la siesta paraguaya.
Son mujeres de aspecto sencillo, con sus polleras arremangadas y sus piernas desnudas hundidas en el agua cristalina.
Mujeres de manos curtidas que estrujan cada ropa mojada con vitalidad febril, arrancándole la suciedad a golpes de palmeta y jabón, hasta extenderla inmaculada al sol, como una bandera victoriosa.
Cuando el día nace, inundado de claridad, ellas van recorriendo casa por casa las calles del pueblo, recogiendo la ropa sucia de sus marchantes, con la dignidad de compartir el mismo oficio de aquella mítica mujer llamada María, la que viviera en una aldea lejana en el tiempo y la distancia, Nazareth.
Golpean las palmas de las manos ante cada puerta y reciben los atados, paquetes envueltos en una sábana, que se van acumulando en una inmensa palangana de plástico o aluminio, que ellas llevan equilibrada sobre sus cabezas con una mágica habilidad de malabarista.
De pronto, al acercarse a una de las casas, una de las mujeres lanza el grito de alarma. Con gestos de indignación y rabia, su mano apunta al enemigo. Allí, detrás de la cerca, en el patio, bajo la enramada, brilla la desafiante presencia de un flamante lavarropas automático.
La frustración se refleja en los rostros. Otra batalla perdida. Un marchante más conquistado por el progreso. Y ellas sospechan, cada vez con mayor certeza, que terminarán derrotadas en esta guerra. Solo es cuestión de tiempo. El enemigo es cada vez más numeroso. Exhibe su superioridad tecnológica en las veredas de las grandes tiendas y los almacenes de ramos generales. Y para colmo, en el nuevo salón de la esquina, frente a la plaza, ha aparecido un amenazador cartel que anuncia: “Laverap – Lavandería automática – Próxima inauguración”.

* * *

–Aháta aiko ype.
Así dicen las mujeres lavanderas, a manera de despedida en el hogar, cuando se dirigen al arroyo.
La frase, cuya versión en castellano sería “Me voy a lavar ropa”, traducida literalmente significa: “Me voy a vivir en el agua”. Y no es una exageración.
El guaraní popular ha sabido capturar sabiamente la exacta imagen de una estampa cultural que hoy se encuentra en vías de extinción.
Mujeres que viven toda su vida en el agua.
Mujeres que son de agua.

Mujeres que lavan la ropa como si lavaran la vida misma, como si en ese rito cotidiano quisieran limpiar el mundo de tanto odio y tanta maldad, de tanta corrupción y tanta injusticia. Como si ellas tuvieran el designio divino de enguagarnos la esperanza, cada vez que se nos ensucia, y de extenderla otra vez inmaculada, como una sábana blanca brillando bajo el sol.

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