A las 8:20 de la mañana ella sube a bordo de un ómnibus de la Línea 23, en Quinta y Montevideo. El chofer la mira con cara de desagrado, pero la deja pasar. Ella se ubica al frente de los pasajeros somnolientos como si fuera una artista en el centro de un escenario, equilibrándose entre las frenadas y los banquinazos.
Es una mujer de unos 35 a 40 años, blanca, robusta y no muy alta. Tiene la cabeza rapada y cubierta con un pañuelo. Viste ropas sucias. Su mano izquierda y parte de su brazo están envueltos en vendas desaliñadas, llenas de manchas.
-¡Muy buenos días, señores pasajeros! Discúlpenme por molestarlos, pero necesito de su ayuda cristiana... -exclama la mujer, con voz potente y clara, dejando oir un leve tono porteño por encima de los ronquidos del motor.
Algunos pasajeros la miran con interés, otros con fastidio. ¿Será otra vendedora de estampitas, de productos cosméticos milagrosos, de extraordinarias ofertas lleve-cinco-por-apenas-mil?
-¡Perdónenme, señores pasajeros, pero la necesidad me empuja a ser muy sincera! -dice la mujer, y en su voz se cuela un sollozo-. Mi hija y yo sufrimos una grave enfermedad, pero no tenemos recursos, porque somos muy pobres. Estamos siguiendo un tratamiento en el Hospital del Cáncer y del Quemado, en Areguá, y necesitamos urgente donación de sangre. Si alguien quiere colaborar, solo tiene que presentarse y decir que la sangre es para la familia Riquelme. ¡No le van a cobrar la bolsa...!
Varios pasajeros se revuelven en sus asientos, incómodos. Una muchacha con aspecto de oficinista mira por la ventanilla hacia el exterior. El ómnibus sigue su marcha, sorteando baches y motociclistas kamikazes. Afuera, Asunción se baña de sol y polvareda, sacudida por un ardiente viento norte.
-¡También les quiero pedir un poco de dinero, si pueden ayudarme, señores pasajeros! -grita ahora la mujer, barriendo con sus ojos claros los rostros que pueblan el transporte colectivo-. Cualquier monedita ya me va a servir mucho. Tengo que comprar rifocin y otros remedios, porque mis heridas se están descomponiendo, están llenas de pus por falta de tratamiento. ¡Ayudenme por favor...!
La mujer empieza a desfilar por el pasillo, muy cerca de cada uno de los asientos. Extiende el brazo vendado, dejando ver parte de la piel cubierta por manchas negras. Un hombre de traje se pega a la pared, evitando que lo toque, y le pasa varios billetes. La chica oficinista pone cara de asco y abre su monedero. Nadie deja de colaborar. Una mujer casi anciana, con lágrimas en los ojos, parece rezar por ella.
Cuando me toca el turno, con una curiosa mezcla de compasión y repulsión, le paso un billete de cinco mil. Al tenerla cerca, me llaman la atención las manchas de su brazo. ¿Será...? Inesperadamente, extiendo un dedo y la toco. La mancha se corre, se deshace al tacto. Sí... ¡es tinta de marcador negro!
La mujer se sacude y me mira con furia. Agradece y se baja con rapidez, en la primera esquina. El ómnibus prosigue y adentro se escucha un enorme suspiro de alivio.
Mas tarde, por pura deformación periodística, hago la llamada. El médico de guardia en el Hospital del Cáncer y del Quemado me confirma lo que ya sabía: no hay ninguna orden de donación de sangre para ninguna familia Riquelme.
No he vuelto a ver a la mujer del colectivo. Si la encuentro, en estos días, pienso recomendarle que hable con José Luis Ardissone del Teatro Arlequín, o con Agustín Núñez de El Estudio. No voy a retarla por haberme estafado, al igual que a todos los demás pasajeros, no. Por el contrario, voy a felicitarla efusivamente. Hace mucho que no conocía a una tan buena comediante.
Increible experiencia!
ResponderEliminarDe casualidad en tu interesante blog, que debo leer con la calma que se merece:)
Un gran abrazo desde Chile, visítame si gustas.
PD Hablas algo de Guaraní??
Gracias, Eduardo. Como casi el 90% de los paraguayos y paraguayas, si hablo guaraní. Nací en un pueblo campesino del interior del Paraguay y mi lengua materna, con la que pienso y la que sueño, sigue siendo la de mis ancestros indígenas, pero me cuesta escribirlo, porque sigue siendo una lengua eminenmente oral, y además no me la enseñaron en el colegio, sino en la calle, en la vida. Con gusto me doy un paseo por tu blog. Un cordial abrazo.
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