Pero la primitiva ternura que dulcifica sus rostros, puede borrarse de un plumazo cuando les golpea la injusticia. Es cuando se enciende el llamado de la selva y al resplandor de las fogatas suenan los arcos rapâ y las flautas takua-mimby, mientras retumba el pre’e, el gutural canto aché. Los rostros se pintan con oscuros tonos de guerra, se tensan los arcos gigantes y las temibles flechas con puntas dentadas e impregnadas de veneno esperan el momento de ser disparadas.
Todavía siento en el cuerpo la calidez del abrazo con que me recibieron el anciano Kuatégui y la madre Karênpakapukúgi, hace ya algunos años, en la comunidad aché de Puerto Barra Tapýi.
Nunca antes nos habíamos visto, pero fue suficiente que el joven José Anegi les diga que yo era un buen amigo, para que ambos ancianos salgan a mi encuentro, y con una mezcla de risas y sollozos me estrechen entre sus brazos. Era como sentir el abrazo de la madre tierra, y a la vez la trágica y heroica historia de un pueblo perseguido. José había contando que los dos ancianos vivieron más de la mitad de su vida en el monte, y hasta los 70 eran cazados como animales por capataces y obrajeros, con la cabeza a precio.
Los blancos los llamaban despectivamente guayakí, que significa “rata del monte”, pero ellos se llaman a sí mismos aché, “persona verdadera”. Y supieron abrazar la modernidad sin traicionar su esencia, sin perder la sonoridad de su lengua ni la riqueza de su cultura originaria. Y las canciones junto a las fogatas, desde entonces, eran de paz y risas de niños.
En estos días, los Aché de Kuetuwy, Canindeyú, tuvieron que entonar de nuevo sus cantos de guerra, ante la amenaza de un grupo de campesinos carperos que invadieron sus tierras ancestrales, cuya propiedad jurídica habían conquistado tras largos años de lucha.
Soportaron el racismo de los líderes campesinos (“tenemos más derechos que los indios, porque nosotros sí somos paraguayos”, dijo el dirigente carpero Gustavo Aquino), y lo hicieron con la entereza de quienes se sienten con derecho y dignidad.
(Publicado en la columna "Al otro lado del silencio", diario Última Hora, edición sábado 1 de setiembre de 2012).
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