miércoles, 17 de octubre de 2007

Escribir con los pies

Fue el maestro Jorge Luis Borges quien instaló el mito de que los escritores nada quieren saber del fútbol. Sus sentencias sobre el deporte rey eran particularmente odiosas y provocativas: "El fútbol despierta las peores pasiones". "Es popular, porque la estupidez es popular". "¿Qué hacen veintidós estúpidos corriendo tras una sola pelota?".
Pero Borges era Borges, el de la escritura más brillante en la literatura hispanoamericana y se le podía perdonar casi todo. Extraviado en su laberinto de interminables bibliotecas, el ciego genial nunca pudo comprender las pulsaciones vitales del alma popular.
La literatura no puede ignorar un fenómeno social capaz de mantener a la humanidad entera paralizada frente a una pantalla de televisión. 
Más allá de Borges, el fútbol ha encendido las pasiones de muchos narradores y poetas, inspirando obras memorables. El austriaco Peter Handke escribió una inquietante novela, La angustia del arquero frente al tiro penal, de la cual el alemán Win Wenders hizo una bella película. El catalán Manuel Vázquez Montalván llevó a su detective Pepe Carvalho a bucear de lleno en los arrabales del mundo futbolero, con su aventura policial El delantero centro fue asesinado al atardecer.
Pero nadie escarbó tan a fondo en la historia y las contradicciones del deporte de masas como el uruguayo Eduardo Galeano, en su libro El fútbol, a sol y a sombra. Y ningún otro escritor se reveló tan apasionadamente futbolero como el novelista argentino Osvaldo Soriano, autor de tantos relatos sobre partidos surrealistas y goles imposibles, como El penal más largo del mundo.

En la literatura paraguaya hay un cuento precioso de Augusto Roa Bastos, El crack. Narra la historia del Goyo Luna, puntero izquierdo del club Sol de América, que vuelve desde la muerte para librar su último partido, mágico, sobrenatural, heroico y sublime, para salvar a su club de una segura derrota.

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