Augusto Roa Bastos, uno de mis grandes involuntarios maestros, que despertó mi sed de leer y escribir. |
Las mejores lecciones de la vida no se aprenden en un aula.
"Mi educación era muy buena... hasta que me la interrumpió la escuela", solía decir, entre en broma y en serio, el fallecido cantautor Facundo Cabral.
"Las personas son distintas, el colegio les enseña a ser iguales", escribe Jorge Lanata, en su artículo "Preguntas para el Día del Maestro", donde, entre otras cuestiones, plantea: "¿Qué uniforma el uniforme? ¿Chicos de guardapolvos iguales entre sí, pero distintos de otros chicos de blazer azul, que a la vez son distintos de otros chicos de blazer bordó? Así como la perversa lógica de los hospitales disfraza al paciente de enfermo apenas lo admite y le pone una especie de guardapolvo verde sin mangas, el uniforme funciona en el colegio como una autorización a ser persona y a pertenecer a determinado club".
La señorita Petrona, mi maestra de segundo grado en Yhú |
Aprendí a leer y a escribir en la escuelita de Yhú, en el interior de Caaguazú. Mi maestra de preescolar fue la señorita Porfiria, la de primer grado fue la tía Eulogia, y la de segundo grado la señorita Petrona. Con paciencia y cariño, me enseñaron a descifrar esos símbolos misteriosos a los que llamaban letras y números. En poco tiempo pude comprender que tenía en mis manos la mágica llave de un universo por descubrir.
Dicen que "el primer deber del discípulo es traicionar al maestro". Cuando busco en mi memoria los nombres de quienes me impartieron tantas lecciones, no los hallo en las aulas, sino en la mesa de un bar, en la calle, en las páginas de un libro, en una pantalla de cine o televisión, en las soledades de la geografía, en el calor del día, en el misterio de la noche...
- Aprendí de Ña Doña, mi abuela, que el rigor y la disciplina no son malos cuando van acompañados de cariño.
Aprendí de Manuela, la criada ciega de mi hogar infantil, que inventar historias es una manera de encender la imaginación y construir mundos nuevos.
- Aprendí de Karai Chi'ito, mi papá, que la pobreza y la honestidad pueden convivir juntas con mucha dignidad, y que el amor crece a pesar de la ausencia.
- Aprendí de Ladislao, el amigo de infancia que me salvó de ahogarme en el río Paraná, que la vida a veces te da otra oportunidad.
- Aprendí de una chica rubia de sexto grado que un beso de mujer en la boca tiene sabor a felicidad.
- Aprendí de Robin Wood que el cómic es también arte y literatura de la mejor calidad, y una manera de aprender historia con gran placer.
- Aprendí de Joaquín Sabina que la letra de una canción, cuando está hecha de buena poesía y de humanidad profunda, a veces puede abrirte de un tajo la venas y el alma.
Aprendí de un niño rubio llegado de un lejano asteroide, y de un escritor bohemio que amaba volar entre las nubes, que "lo esencial es invisible a los ojos".
Aprendí de Rafael Barrett que al Paraguay más verdadero hay que buscarlo en los rostros y en el alma de su gente humilde, en esas miradas que callan y dicen mucho.
Aprendí de Augusto Roa Bastos que la mentira es buena para decir la verdad, cuando adquiere forma de buena literatura.
Aprendí de Santiago Leguizamón que el periodismo es una pasión, y que la vida no tiene sentido si están muertos los ideales.
Aprendí de mi mamá Ña Nilda que, por más duros que sean los golpes que nos da la vida, siempre es posible levantarse y seguir adelante.
Aprendí de mi hija Andrea Soledad que el futuro siempre, siempre, es un desafío abierto.
Aprendí de los médicos y trabajadores de salud que ayudaron a salvarme la vida un ardiente sábado de octubre de 2012 que los milagros y los ángeles también existen, y que la Vida tiene un dulce sabor y color de esperanza.
Desde que te tengo de amigo en Facebook he leido unos artículos maravillosos...
ResponderEliminarSaludos desde Bucaramanga Colombia..