Probablemente ya te pasó.
Estás en un lugar público, en un pub o una confitería céntrica, bebiendo algo rico y compartiendo una amena plática con alguien especial, cuando de pronto escuchás ese ruido hinchapelotas:
–Bip bip bip...
El diálogo se corta.
Vos metés la mano en el bolsillo.
La otra persona busca en su bolso o en su cartera.
En las mesas vecinas todos se revuelven, incómodos, manoteando el aparatito.
Hasta que de pronto una chica de la mesa vecina, con una sonrisa sobradora y el teléfono celular pegado a la oreja, avisa:
–¡Es el mío...!
Todos respiran aliviados y guardan de nuevo sus telefonitos, intentando seguir la cosa allí donde lo dejaron.
Pero es inútil.
Ya algo ha alterado el clima especial del momento. Ya algo se ha perdido, irremediablemente.
Podría ser peor, claro. Podría ser en el cine, en el teatro, en un concierto, cuando estás en ese momento mágico que solo puede crear la excelencia del arte, cuando la trama de una obra dramática te lleva al momento clave del suspenso, o cuando estás levitando con la excelencia de una interpretación musical...
Y de repente, cerquita de vos:
–Bip bip bip...
Entonces, el tipo que está cerca tuyo saca su teléfono y susurra: ¡Hola...!
¿No es para asesinarlo?
La cada vez más increíble tecnología digital se nos ha ido metiendo cada vez más en la vida cotidiana, transformando imperceptiblemente nuestros hábitos y costumbres.
Hace más de una década, si veíamos a alguien caminar y hablar a solas en voz alta por la calle, lo primero que pensábamos era que estaba loco de remate.
Ahora no. Ahora decimos: ¡qué capo, tiene un celular de tercera generación!
Ahora el teléfono ya no es solo el teléfono. Es decir, ya no es solo un útil aparatito para hablar con alguien desde cualquier parte del mundo a cualquier otra parte del mundo, aunque esté a millones de kilómetros de distancia (siempre que tengas señal, la batería cargada y saldo, claro).
Ahora el teléfono también es cámara de fotos y videos, procesador de texto, emisor y receptor de mensajes de chat y correo electrónico, calculadora, agenda, despertador, reproductor de música en mp3 o mp4, sintonizador de radio y televisión, oficina móvil... y quien sabe cuanto más.
Se ha convertido también en objeto fetiche: no importa si el que tenés todavía funciona perfectamente, si no es el modelo nuevo que promociona esa actriz de Hollywood en la tapa de la revista, sos un anticuado. ¡Estás out!
Es decir, el celular ha terminado por volverse un objeto imprescindible: no podés vivir sin él, pero tampoco te deja vivir. Es capaz de interrumpirte en el momento más inoportuno, de cortarte la inspiración cuando estás dialogando en un clima íntimo, cuando estás comiendo, durmiendo o haciendo el amor.
A veces uno quisiera hacer lo mismo que hace Robin Williams en el papel del Peter Pan adulto de la película de Steven Spielberg: arrojar el teléfono por la ventana. Sepultarlo en la nieve. Desconectarse por unas horas del resto del mundo para vivir hacia adentro, para volver los ojos y el corazón hacia lo de veras importante.
Pero no es culpa del teléfono... sino de uno mismo.
Los celulares tienen un botón "on/off", de encendido y apagado. ¿Quién se atreve a usarlo?
En realidad, partimos de una falacia. ¿Qué necesidad existe de que estemos disponibles las 24 horas para quien quiera encontrarnos, aunque sea por una boludez? Si algo esencial e importante ha ocurrido, ya nos vamos a enterar, tarde o temprano.
Hay que tomar el teléfono celular como lo que es: solo un extraordinario avance tecnologico. Podés comunicarte mucho más rápido, podés hablar casi desde cualquier lugar... pero si no tenés nada importante que decir, ¿de qué cuernos te sirve? Vas a poder decir las mismas estupideces de siempre, solo que con más urgencia.
Y todavía te puede suceder algo más dramático: que tengas no solo uno, sino varios celulares con bluetooth, conexión VoIP, además de palm, blackberry, laptot con conexión wi-fi a banda ancha de internet y a todos los chiches nuevos que vayan apareciendo... ¡pero no tenes a nadie con quien comunicarte de verdad!
Y ahora te dejo, porque está sonando mi celular.
Y será que el autor, no es prisionero del celular?...aquello de "Hagan lo que digo, no lo que hago", será?
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