lunes, 23 de marzo de 2009

Una historia de amor en el fragor de la batalla

Todo empezó con el desafío de una muchachita adolescente, parada en medio de la plaza, con un fondo de llamaradas, gritos y corridas, en la trágica y heroica madrugada del sábado 27 de marzo de 1999.
-Tenés que escribir un libro sobre todo esto…
Ella tenía 16 o 17 años, vestía jeans y zapatillas, una remera negra con la imagen del Che Guevara, sus bellos hoyuelos pintados con motivos tricolores y una bandera paraguaya atada al cuello, que le colgaba a la espalda como la capa de Batman. La bauticé irónicamente como Batichica Tricolor.
Al igual que muchos de mis colegas, fui atrapado por el vértigo periodístico del Marzo Paraguayo. Los días de la gesta ciudadana los pasé en la Redacción, en la Plaza, en la calle, en las puertas de los cuarteles, en los pasillos políticos, esquivando la represión policial o los proyectiles de los manifestantes, durmiendo muy poco en cualquier lugar, atento a los hechos noticiosos que estallaban continuamente como las explosiones de las bombas.
-Tenés que escribir un libro…
Esa madrugada, la voz quebrada de esa heroica niña fantasmal me hizo adquirir conciencia de que no solo estaba registrando noticias para el periódico, sino que también era el privilegiado testigo de un momento clave en la historia del país, un cronista para la posteridad.
Mi proyecto inicial fue un largo reportaje o novela de no-ficción, como las de John Red, Truman Capote o Rodolfo Walsh, que recogiera las diversas aristas de lo ocurrido. Pero encontré demasiados agujeros negros en la cronología. Muchos protagonistas guardaban silencio por prudencia o temor.
Fue entonces cuando mis criaturas de ficción acudieron en mi ayuda. El reportero Rafael Bastos, protagonista de mi novela “Chaco” (aún inédita), aceptó narrar la historia en primera persona. Desde “El último vuelo del Pájaro Campana” (mi primera novela publicada) llegaron el detective Martín Yacaré y su amiga Claudia Villasanti a dar una mano. La literatura al rescate del periodismo.
No sé si “El país en una plaza” es una novela histórica, como apuntan algunos críticos. Me gusta pensar que es la historia de un amor desigual y conflictivo que nace en medio del fragor de la batalla, entre un periodista veterano y escéptico, y una joven adolescente idealista y militante, mientras en el fondo se desarrolla otra historia de amor más antigua y crucial: la de un país y su gente, en busca de un mejor destino.
La obra se publicó en marzo del 2004, a cinco años de la gesta. Caía una fresca llovizna la tarde desolada en que dejé un ejemplar al pie de la cruz de los mártires, en la vieja Plaza. Era mi modesto homenaje para quienes dieron su vida por dejarnos un país más libre y digno, más allá de la traición y la mezquindad de muchos políticos. Y era mi manera de cumplir con aquella muchachita de hoyuelos rebeldes y ojos soñadores, que en una madrugada de fuego, hace diez años, me desafió:
-Tenés que escribir un libro…
Bien o mal, pude hacerlo.

sábado, 7 de marzo de 2009

A una mujer...


Te levantarás temprano como siempre.
Barrerás el patio.
Limpiarás la cocina.
Prepararás el desayuno.
Bañarás a los niños.
O emprenderás un largo y cansino viaje hasta el Mercado, con una bolsa o un canasto cargados con el peso de la vida misma a tus espaldas, a buscar el afanoso sustento de cada día.
Es probable de que ni llegues a enterarte de que se recuerda el Día Internacional de la Mujer.
O quizás sí.
Si por allí alguien enciende cerca de ti una radio o una tele, quizás te llegue un eco lejano de mensajes y discursos:

Nde ningo kuña guapa.
Kuña mbarete.
Kuña Paraguay hecopete.
Ndereikuaaiva kane’o.


Mujer paraguaya. ¿De qué te sirve tanta alabanza romántica cantada en polcas y guaranias, cuando te han dejado sola en el mundo y no tenés que darle de comer a tus hijos?
¿De qué te sirve ser la gloriosa heredera de Las Residentas, cuando tu hombre llega borracho a casa y te insulta o te golpea por el motivo más absurdo?
¿De qué te sirve que te levanten estatuas o monumentos, o que te dibujen irreal y eterna en el reverso de un billete con largas trenzas morenas, blusa de typoi y un kambuchi de barro acunado entre los brazos, cuando tenés que guardar los pedazos de tus sueños en una cajita, junto a un clavel marchito o un corazón de papel amarillento?
¿De qué te sirve…?
Es el Día Internacional de la Mujer… y podría escribirte muchas cosas.
Que sos la cuna. La ternura. La piel. El beso. El abrazo. El calor de la noche. El frío de la soledad. El nombre pronunciado con amor o con rabia. El misterio. El abismo. La presencia que ilumina. La ausencia que duele. La calma del cariño. El vértigo del deseo. El motivo de un poema. La razón y el sentido de existir.
Si, podría escribirte muchas cosas, mujer.
Pero siempre resultarían insuficientes.