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Tatiana Gabaglio, diez años después, se enfrenta a los recuerdos en el Supermercado incendiado, del que apenas salió con vida. |
Tatiana Gabaglio tenía solo 7 años cuando el mundo se le cayó
encima. Perdió una pierna y mucho más en el incendio del Ycuá Bolaños. Diez
años después, ella regresa al local, en un viaje interior sobre lo mucho que la
vida le quitó y le dio a la vez.
#CrónicasDeLaMemoria
Por Andrés Colmán
Gutiérrez
@andrescolman
Hace diez años era domingo y había música en el aire. Había
gritos, risas, ruido: el eco de las voces de mucha gente haciendo compras. Tati
era entonces una niña de 7 años, a quien su vecina invitó a dar un paseo hasta
el Supermercado Ycuá Bolaños, a unas siete cuadras de su casa, en el barrio
Trinidad de Asunción.
Ese domingo 1 de agosto de 2004 era la primera vez que Tati
iba a conocer el moderno y gran local comercial por dentro. La niña tenía los
ojos de quien descubre un nuevo mundo. No sabía que, en pocos minutos más, ese
alegre paseo dominguero se transformaría en un verdadero viaje al infierno. Una
pesadilla que cambiaría su vida para siempre.
Ahora es jueves, diez años después de aquel fatídico
domingo, y Tatiana Judith Gabaglio Rodríguez se ha convertido en una bella y
esbelta jovencita de 17 años, que regresa a aquel siniestro edificio, esta vez
con los ojos nublados de dolor y de tristeza.
Una prótesis reemplaza a su pierna derecha, pero no le
impide subir entre los escombros de las escaleras con agilidad y decisión,
hasta llegar a la entrada de lo que alguna vez fue el gran salón de ventas, y
que ahora es solamente un lúgubre espacio vacío ennegrecido, cubierto de
humedad y de trágicos recuerdos.
Tati se queda parada allí, mirando el sombrío paisaje, seria
y callada. De pronto la vemos estremecerse, sobresaltada por un escalofrío.
-¿Miedo..? – le pregunto.
-No, no es miedo –responde–. Son los recuerdos. Aquí, no
tengo miedo. Aunque este lugar se vea muy oscuro y siniestro, yo aquí encuentro
mucha luz. Aquí me iluminan 400 ángeles...
El horror de aquel
día...
En estos diez años desde el incendio del Ycuá Bolaños,
Tatiana ha contado su historia una y otra vez, pero su más crudo relato es la
que ella misma escribe, con la pasión por las letras que se le ha ido
despertando en este proceso:
"Eran aproximadamente las 11:25 de aquel 1 de agosto,
cuando escuchamos una gran explosión proveniente del restaurante del
Supermercado. En el mismo instante, comenzamos a correr, agarradas de las manos
con mis vecinas", recuerda.
Ella cuenta que empezaron a escucharse estallidos, como de
disparos de ametralladora. Era el cielorraso del local, que se desplomaba sobre
la multitud, mientras el intenso calor del fuego se aproximaba.
"La luz se apagó. Una tempestad de fuego cubrió todo el
lugar, seguido de una humareda espesamente oscura y fatalmente tóxica. En medio
resonó una voz que decía: "¡Cierren las puertas, la gente está
robando...!", narra Tati.
La niña cayó al piso, cerca de una góndola de productos, no
muy lejos de la puerta de salida. Se acomodó allí, cubriéndose la cara para que
no la alcance el fuego. Alrededor todo era caos, corridas, gritos, llanto,
confusión, choques, personas tosiendo a causa del humo. Se escuchaba el fuerte
ruido del crepitar de las llamas.
"Yo insistía en levantarme y no podía. El cielorraso caído
había envuelto mi pierna derecha. Era algo caliente y pesado, que no me
permitía ponerme de pie. Con mis ojos llenos de lágrimas, me enfrentaba al
fuego, absolutamente sola, como muchos. Veía a familias enteras, tomadas de las
manos, víctimas de la desesperación...", relata.
Tati dice que no lograba entender la magnitud del horror,
debido a su corta edad, pero en ese momento entendió claramente que no iba a
conseguir salir, y que se iba a morir, igual que muchas de las personas cuyos
cuerpos se iban amontonando alrededor suyo.
"Escuchaba los gritos de las personas que estaban cerca
de mí, y pensaba que ya no viviría para contar lo sucedido, que mi mundo
terminaría a tan solo 7 años de edad", admite.
En un momento, sepultada por los escombros ardientes y por
varios cuerpos de personas muertas o desmayadas, Tati se dio por vencida y se
despidió internamente del mundo y de la vida.
"¡Papá, dame agua,
por favor...!"
Fue entonces cuando algo especial sucedió.
"De pronto, alguien se me apareció. Era un ángel: mi
tío, que había sido asesinado por unos delincuentes en el año 2001. Él me daba
fuerzas, me decía que no pierda la esperanza, que yo saldría de ese lugar, que
alguien me rescataría", rememora.
A los pocos minutos de esa misteriosa o milagrosa aparición,
Tatiana sintió que una mano humana se abría paso entre los escombros y que unos
potentes brazos tomaban su cuerpecito golpeado y la retiraban de allí.
Era el suboficial inspector Edgar Bogarín Duarte, bombero de
la Policía Nacional, uno de los varios rescatistas que habían ingresado con
mucho coraje en medio del incendio, para ayudar a salir a las personas atrapadas
que aún estaban con vida.
Tatiana recuerda que, al sentir que el hombre la rescataba,
ella le imploró, con un hilo de voz:
-¡Papá, dame agua, por
favor...!
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La
pequeña Tati, con el bombero Edgar Bogarín, que la sacó de en medio del
incendio y le salvó la vida.
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"Yo tenía mucha sed, mi garganta se encontraba seca. El
bombero me dirigió al boquete de salida, rápidamente me acostó en una camilla y
me metió dentro de una ambulancia. En todo momento, el bombero que me había
salvado estuvo a mi lado, me llevaron al Sanatorio Santa Bárbara, que se
encontraba a dos cuadras del lugar. Allí intentaron quitarme el plástico que
tenía adherido a mi pierna derecha, pero no lo lograron", cuenta Tati.
De allí, fue trasladada al Hospital Bautista, donde la
ingresaron al quirófano y amaneció en la Unidad de Terapia Intensiva. Todo ese
tiempo ella se mantuvo lúcida, consciente de lo ocurrido.
"A los siete días del incendio, a mi madre le dieron la
noticia más dolorosa: tenían que amputarme la pierna derecha, para que yo pueda
continuar con vida, debido a la infección y las quemaduras de tercer grado que
me habían provocado las llamas", rememora.
El desafío de vivir,
después del horror.
El incendio del Supermercado Ycuá Bolaños, la mayor tragedia
en la historia contemporánea del Paraguay, dejó un saldo de 400 muertos, 365
sobrevivientes, 206 huérfanos, unas 5.000 familias afectadas de manera directa
y todo un país en shock ante lo ocurrido.
Para quienes lograron sobrevivir, como Tati, las
experiencias más duras, además de tratar de curar las heridas físicas de las
quemaduras, fue buscar sanar las heridas profundas que el fuego les dejó
marcadas en el alma. Fue el desafío de aprender a vivir, después del horror.
"En los primeros tiempos tenía que desenvolverme con
muletas y silla de ruedas. No me gustaba para nada la idea, detestaba estar
así. Pateaba a los médicos y a las enfermeras, no quería saber nada. Odiaba la
vida luego de la tragedia", reconoce Tatiana.
Lo que más le dolía eran las burlas de los otros niños, al
ver que ella no tenía una pierna, o la insensibilidad de mucha gente ante lo
que le había sucedido. Tati llegó a no querer seguir viviendo antes que andar
por la vida mutilada y con el peso de tanta tragedia, pero el cariño de sus
familiares, de tantos otros sobrevivientes del Ycuá Bolaños y de muchos
profesionales y personas solidarias le dieron fuerzas, le contagiaron ánimos y
esperanzas para sobreponerse.
Fue un largo proceso de recuperación y rehabilitación
física, pero principalmente sicológica, siempre incansablemente acompañada por
su mamá Judith y por su mamá del corazón, la sicóloga Carmen Rivarola Mas,
dirigente de la Coordinadora de Víctimas del Ycuá Bolaños, hasta que en octubre
de 2005, Tatiana recibió la primera prótesis que sustituiría a su pierna
derecha amputada, y que le permitió volver a caminar paulatinamente, hacer
ejercicios y practicar deportes.
La sobreviviente del Ycuá Bolaños aprendió a movilizarse con
su pierna artificial, sin complejos y con mucha agilidad.
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La
sobreviviente del Ycuá Bolaños aprendió a movilizarse con su pierna artificial,
sin complejos y con mucha agilidad.
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Ahora Tatiana es toda una campeona. Cursa su último año de
secundaria en el Colegio Técnico Javier, donde llegó a ser presidenta del Centro
de Estudiantes. Juega al básquet, anda en bicicletas, practica artes marciales
(jiu-jitsu) y está en proceso de convertirse en bombera voluntaria, como
brigadista de la Tercera Compañía de Bomberos Voluntarios del Paraguay,
evidentemente inspirada en aquel hombre que le salvó la vida hace 10 años, pero
también en los muchos otros rescatistas que dieron todo de sí para evitar que
las muertes de aquel fatídico domingo sean mucho mayor.
La prótesis la debe renovar aproximadamente cada seis meses,
a medida que va creciendo, y es toda una lucha enfrentar a la burocracia de las
instituciones del Estado paraguayo para poder obtenerla, por su elevado costo,
pero Tati ha aprendido a ser insistente, a reclamar y a denunciar, a utilizar
las redes sociales y los medios de comunicación.
En todo este tiempo, ella se ha convertido en una dinámica
luchadora social y activista de los derechos humanos, dirigente de la
Federación Nacional de Estudiantes Secundarios (Fenaes), incansable batalladora
contra toda injusticia, aunque en su corazón sabe que en la causa de la que
ella fue víctima directa, nunca se hizo justicia verdadera.
"Las penas que impuso el sistema judicial en el caso
Ycuá Bolaños son muy pocas para tantas muertes, para tanta insensibilidad ante
las vidas humanas. Y lo más terrible es que este cruel sistema social
materialista, que prefiere cerrar las puertas para no perder dinero, aunque se
pierdan 400 vidas, continúa intacto", dice ella, con un eco de tristeza.
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Tatiana,
practicando a ser bombera voluntaria en la Tercera Compañía. Quiere ser como
quien la salvó.
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Renacer, como el Ave
Fénix.
La entrevista ha concluido y Tatiana desciende del muro que
hemos utilizado como improvisado asiento. Su agilidad y su equilibrio son
asombrosos. Vuelve a recorrer con la vista el negro espacio vacío que alguna
vez fue un amplio salón comercial poblado de voces y de risas, y por un momento
una sonrisa ilumina su rostro.
"He aprendido a renovar esta vida que Dios me regaló.
Volví a nacer de las cenizas, como un Ave Fénix. Aprendí que la vida vale la
pena, que tener una prótesis nunca debe ser impedimento para lograr las metas
que nos proponemos. Una debe ser optimista ante todo y hacerle frente a la vida,
a pesar de las dificultades", dice Tati, echando una última mirada a ese
oscuro lugar, que de pronto aparece inundado de luz.
Será la luz de los 400 ángeles...