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El reportaje original, publicado en Última Hora en setiembre de 1995. |
En 1995
relatamos la odisea de niños descalzos y olvidados en las escuelitas de Ñeembucú.
En Estados Unidos, la paraguaya Olga Monello se conmovió con el reportaje e
inició una campaña de ayuda. Dieciocho años después, Raúl –uno de aquellos niños–
y Olga cuentan cómo la publicación influyó en sus vidas.
Por Andrés Colmán Gutiérrez
Mirá…
este era yo!–, dice Raúl Merlos Martínez, mientras observa al niño de mirada tímida
y traviesa que lo contempla desde una página de Última Hora de hace diez años.
En la
foto, Raúl tiene apenas 8 años de edad y sonríe con una caja de chocolotada en
la mano. Es el 3 de julio de 2002. Según relata la crónica del periodista
Arnaldo Alegre, el niño llegó caminando descalzo los cinco kilómetros de tierra
y esteral hasta la escuela n.º 2165 Isla Yrybú, en Villalbín, Ñeembucú, a 70
kilómetros al sur de Pilar.
“Raúl
se levanta todos los días, a las 5 de la mañana, para llegar a su escuela, dos
aulas de ladrillo de 5 por 4, una de ellas desamoblada, con pisos de cemento”,
relata el periodista. Pero aquel era un día festivo, ya que la “madrina Olga”
había llegado desde Palm Beach, Estados Unidos, con varias bolsas de regalos.
Al
igual que sus compañeritos, Raúl fue premiado con unos championes nuevos, buzos
deportivos y abrigos, además de cuadernos, libros, lápices y juguetes. Cuando
el periodista le preguntó qué sentía, el pequeño contestó: “No sé qué voy a
decir…”. El reportero relata: “El metro y medio de Raúl no digiere todavía la
palabra futuro. En su diccionario personal, esa palabra está empezando a
escribirse. Hasta ahora, la palabra está muy borrosa…”.
Ahora
es octubre de 2013 y Raúl está a mi lado, en una cafetería del shopping
Multiplaza, en Asunción. Es un joven flaco y alto, de 19 años, con la misma
sonrisa tímida de aquel primer reportaje: “Sí, me acuerdo bien de lo que pasó
aquel día, cuando la señora Olga vino desde Estados Unidos con muchos regalos.
Fue muy lindo saber que allá lejos había alguien que se preocupaba por nosotros”.
Raúl ha
terminado sus estudios secundarios con mucho sacrificio y ahora es empleado en
una fábrica, en Fernando de la Mora, donde vive con uno de sus hermanos. Sueña
con ser periodista deportivo y espera que el año próximo pueda disponer de
tiempo y recursos para ingresar a la facultad.
“Aquella
nota que salió en el diario me motivó a salir adelante. Cuesta mucho, cuando
uno viene de una familia humilde, de un lugar casi olvidado, como sigue siendo
hasta ahora la zona de Villalbín. Yo mantengo contacto con la señora Olga a
través del Facebook y ella siempre se preocupa por saber qué fue de nosotros,
de todos los niños a los que conoció y pudo ayudar. Su actitud generosa me
sirve de ejemplo”, relata Raúl.
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Raúl Merlos Martínez, en Asunción, en el 2013, reconociendo al niño que fue, en uno de los reportajes realizados en su escuelita de Ñeembucu |
LOS
CAMINOS DE LA VIDA.
La
historia de Olga Monello y de las olvidadas escuelitas del Sur empezó en 1995,
cuando Raúl tenía entonces apenas un año de edad. Se inició con otros niños y
niñas, en los polvorientos caminos de Villalbín.
El 1 de
setiembre de 1995, en las páginas 20 y 31 de Última Hora, el autor de esta nota
publicó un reportaje titulado: “Niños descalzos avanzan por los caminos de la
reforma educativa”, parte de una serie que realizamos con el fotógrafo Luis
Enriquez, denominada “Territorios del olvido”, tras un recorrido por los
departamentos de Ñeembucú y Misiones.
La nota
describía el estado ruinoso de las escuelitas de madera y piso de tierra. Había
varias fotos de niños y niñas, en momentos en que se dirigían a sus aulas, la
mayoría sin calzados en los pies.
“Niños
descalzos que avanzan por los solitarios y polvorientos caminos, con sus
descoloridos guardapolvos y sus escasos útiles. Para llegar, algunos deben
recorrer una distancia de más de diez kilómetros. Los más afortunados lo hacen
a caballo. Los demás a pie, a través del polvo, el sol, la lluvia, el frío y la
soledad”, narraba el reportaje.
Contaba
sobre la escuelita San Sebastián, de Villalbín, una precaria construcción donde
el único maestro, Nimio Espínola, impartía clases a 22 alumnos. El docente vivía
en una pequeña habitación, en la misma escuela. Muchos de sus alumnos
desertaban para ir a ayudar a sus padres en la chacra y muy pocos terminaban el
año escolar.
“Aquí
nuestra necesidad inmediata es que tengan un lápiz y un cuaderno. Si
conseguimos que tengan un par de zapatos, para que no sigan viniendo descalzos
a la escuela, ya vamos a avanzar bastante”, decía el maestro.
Aquella
nota –en una época en que aún no había internet– llegó a miles de kilómetros,
hasta la casa de Olga Monello, una docente paraguaya jubilada, casada con un
ciudadano norteamericano, que vive en Palm Beach, Florida.
“La
visión de esos niños descalzos me dolió en el alma. Al leer el reportaje de Última
Hora me sentí conmovida, tan lejos de mi patria, y me dije: ‘Tengo que hacer
algo por ellos’. Hablé con mis amigos y empecé a juntar donaciones: libros, útiles
escolares, ropas, abrigos, calzados. Con mi marido, Joe, nos propusimos viajar
y llevarles esos regalos”, recuerda Olga.
Al año
siguiente, Olga y Joe llegaron al Paraguay. Junto a amigos y familiares
organizaron la primera expedición a Villalbín, visitaron la escuelita del
maestro Nimio y otras escuelas que se encontraban en condiciones similares de
marginación y olvido.
“Fue
una experiencia muy dura, pero gratificante a la vez. Es una zona donde casi no
hay caminos, una desolación total. Ver a niños y niñas que por primera vez se
ponían un calzado deportivo, o que por primera vez podían acceder a un globo
terráqueo, fue muy emocionante. Las sonrisas que vimos reflejadas en sus
caritas compensaba cualquier sacrificio”, afirma Olga.
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Olga Monello y su marido Joe, con los niños, en una de las visitas a una de las escuelitas de Villalbín. |
PERIODISMO QUE AYUDA A CAMBIAR
Desde
entonces, Olga y Joe repitieron sus visitas a las escuelitas del Sur casi cada
dos años, llevando aportes de sus amigos solidarios.
“Es
como una cruzada que iniciamos, que le dio un nuevo sentido a nuestra vida. No
es mucho lo que podemos hacer, pero saber que le podemos brindar a esos niños y
niñas un poco de alegría, un zapato nuevo, los útiles o libros que no tienen,
es algo que no se puede medir”, dice ella, a través de un correo electrónico
desde Palm Beach, mientras prepara un nuevo viaje para el 2014.
Desde
la distancia, Olga ha podido seguir la evolución de algunos de “sus niños”,
como el caso de Raúl y su hermana Pauly, que viven y estudian en Pilar.
Mantiene contacto con ellos a través de la red social Facebook y los alienta a
perseverar en sus estudios. “Me siento comprometida con su futuro. Los he visto
tan huérfanos de oportunidades. Ojalá podamos hacer algo más para ayudarles,
para que aquella semillita que empezamos a sembrar después de aquel reportaje
que nos iluminó la vida, en 1995, empiece a dar frutos”, dice la docente
jubilada.
Raúl
confía en que va a salir adelante, ingresar a la universidad y convertirse en
periodista. “No solamente yo, sino también los otros niños que salimos de las
escuelitas de Villalbín, le debemos al diario Última Hora haber mostrado
nuestra realidad, y que gracias a ese reportaje podamos conocer a personas
increíbles como la señora Olga y su marido. Ella puede estar orgullosa de que
la confianza que pone en nosotros no se verá defraudada”, promete Raúl Merlos
Martínez, mientras mira una vez más al niño que fue alguna vez, y que le sonríe
desde las páginas ya amarillentas del diario.
(Reportaje publicado en el álbum edición
especial Última Hora 40 años, que acompañó a la edición del diario Última Hora,
el 8 de octubre de 2013).