viernes, 22 de octubre de 2010

Ella no sabe a quien votar



Ella revuelve el café con una cucharita y se lleva la taza a los labios con un gesto de ansiedad. Afuera cae una tenue llovizna, las gotas de agua golpean contra el vidrio de la ventana. Siluetas humanas, rostros apurados y difusos cruzan fugazmente la vereda. El centro de Asunción se ha vuelto caótico y gris al atardecer, pero adentro hay una agradable atmósfera de calidez y melancolía.
–Y dale, che ra'a... ¿Qué me contestás…?
Ella tiene una mirada limpia y soñadora tras los cristales de sus anteojos. En su rostro fresco y sin maquillajes se dibuja una sonrisa tímida, todavía adolescente. Sus manos delgadas juegan con la servilleta de papel, inventando figuras etéreas, surrealistas.
Afuera, una anciana gesticula amenazadora frente a un taxista. Sus gritos no se oyen, pero se percibe toda la furia en la boca desencajada, en las manos que bailan con gestos enérgicos sobre la cabeza del chofer, como una película muda de Chaplin.
–No sé... –le digo–. Es complicado…
Ella baja los ojos, probablemente desilusionada. Quiere respuestas certeras y precisas, algo que me cuesta ofrecer en esta lluviosa tarde asuncena en que me ha citado en el Café Literario para pedirme que la ayude a despejar una duda existencial.
Ella es hija de una pareja amiga. Una encantadora chiquilla a la que conozco desde que su mamá la alimentaba con biberones ideológicos, cargándola en brazos a los festivales de protesta y a las manifestaciones políticas contra la dictadura. Ha heredado el idealismo marxista de sus padres, el culto a Guevara y a las canciones de Silvio y Serrat, aunque entremezclados con su pasión por el trash metal y el hip-hop, las novelas de Stephen King, los productos cibernéticos, y una contradictoria adoración al consumismo en los shoppings.
Ella tiene ahora 19 años. Va a votar por primera vez en las próximas elecciones, pero… no sabe a quién.
–Ndéra, na... Tenés que darme algún consejo...
Ella está convencida de que soy un tipo que conoce a fondo la realidad, alguien que tiene la película muy clara sobre el panorama político. Entre las páginas de su agenda guarda recortes de diario con viejos artículos míos, textos que hablan sobre la importancia de que los jóvenes se comprometan con el país y se metan de lleno a participar en la construcción de una nueva sociedad, esas candorosas líneas que uno ha ido escribiendo según pasan los años, sin pensar que de pronto podrían aparecer allí, sobre la mesa de un café en una tarde lluviosa, cual incómodas evidencias acusadoras.
–¿Y entonces, compa? ¿Me vas a decir algo...?
Ella ya ha dejado bien en claro que por los colorados no va a votar ni ka'úre. Sabe que, más allá de quien sea el candidato o la candidata, existe una estructura de poder que sostiene largas décadas de injusticia, corrupción, miseria e ignorancia. Pero dice que tampoco se siente motivada a darle su voto a una oposición que no acaba por convencerla, aun con el milagro de la unidad en la diversidad. Tampoco quiere que su voto se haga inútil votando en blanco, o por algunas de las tantas listas marginales y puramente testimoniales de candidatos que tienen mucha dignidad pero ninguna chance electoral.
–Así que... ¡porfi, plis, tirame un cable a tierra...! ¿Qué hago...?
Afuera llueve. Un mita'i descalzo y empapado recorre como un fantasma entre los autos atascados en el tráfico, pidiendo monedas ante las ventanillas cerradas que se resisten a abrirse.
Adentro, yo llamo al mozo y pido otro café.