Ejemplar del periódico anarquista Le Revolté, fundado por Reclús y Kropotkin, que Moises S. Bertoni atesoraba en su casa del Alto Paraná.
Moisés S. Bertoni es poco conocido como
personaje político. Se lo muestra como científico asceta, cuando en realidad
vino a América motivado por Reclús y Kropotkin, ideólogos del anarquismo, con
la utopía de construir una colonia socialista en medio de la selva.
#CrónicasDeLaMemoria
Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman
Un
ejemplar de páginas amarillentas del periódico socialista anarquista Le Revolté
(El rebelde), fechado el 18 de febrero de 1882, en Génova, sobresale entre las
pertenencias del sabio suizo Moisés Santiago Bertoni, en su pintoresca casa de
madera, erigida en medio de la selva del Alto Paraná, y que hoy se rescata en
el Museo que se reabrirá desde junio próximo en Puerto Bertoni, a 36 kilómetros
al sur de Ciudad del Este.
Al lado
del periódico hay un afiche propagandístico, impreso por la “JJ. LL. de
Cataluña”, que muestra el retrato de un hombre barbudo, con una frase: “La
anarquía es la más alta expresión del orden. Eliseo Reclús”.
Ambos
materiales cuentan una historia hasta ahora poco estudiada y difundida, y que
se refiere a la ideología y militancia política profesada por el gran botánico,
naturalista y escritor.
La
mayoría de sus biógrafos han insistido en mostrar a Bertoni como un científico
asceta que vino a recluirse en medio de la selva para estudiar a los indios, a
los animales y a las plantas, poco interesado en la realidad política, cuando
que es todo lo contrario: fueron precisamente sus ideales políticos,
alimentados en largas discusiones con dos de los mayores pensadores del socialismo
anarquista, Elisée Reclús y Piotr Kropotkin, los que lo empujaron a América,
con la utopía de construir aquí la sociedad perfecta, una colonia socialista
basada en la agricultura.
ENCUENTRO EN SUIZA.
Bertoni conoció y fue gran amigo de Elisée Reclús, el cartógrafo francés y gran
líder del anarquismo, que colaboró con Bakunin en la década de 1861-70.
Afiliado
a la Primera Internacional, Reclús participó de la sublevación de la Comuna de
París en 1870, donde cayó preso. Fue salvado de la condena a deportación
perpetua por Charles Darwin y otros intelectuales europeos, y en 1872 recaló en
Suiza, donde se reencontró con otro gran líder anarquista, el príncipe ruso
Piotr Alekséyevich Kropotkin, también geógrafo y naturalista, y uno de los
principales teóricos del anarquismo.
En
1880, Reclús y Kropotkin se establecen en Clarens, Cantón de Vaud, Suiza, donde
los conoce un chico de 23 años, llamado Mosé Giacomo Bertoni, quien se sentía
apasionadamente atraído por las ideas del anarquismo, así como por la exploración
geográfica y los descubrimientos científicos.
En
largas sesiones de adoctrinamiento y discusión, los dos pensadores hicieron
germinar en el joven suizo el sueño utópico de fundar una comunidad agrícola
socialista, que fuera como construir el paraíso terrenal, en respuesta a la
decadente sociedad capitalista europea. Pero esa hazaña solo podía cumplirse en
otro lugar que no fuera Europa… en América.
El 14
de febrero de 1882, Moisés Bertoni envía una carta a su esposa Eugenia
Rossetti, quien se hallaba en Zurich, comunicándole su deseo de llevarlas a ella
y a sus primeros hijos a una gran aventura hacia el interior de la Argentina:
“El
dado está echado y nosotros partiremos... Sí, querida Eugenia; nosotros
partiremos hacia una supuesta Patria; desdeñaremos una sociedad sifilítica que
sólo las bombas sabrán curar; una sociedad que desde el lecho en el que yace
putañeramente se burla de nuestra ‘superstición’ humanitaria, y que ofrece su
inmundo pan al precio del embrutecimiento. ¡No, por Dios!, la naturaleza no nos
ha dado una conciencia superior para embrutecerla en aquel océano de basura que
desfachatadamente se llama la sociedad moderna”, le dice Moisés.
El 3 de
marzo de 1884, a bordo del vapor “Nord América”, Bertoni embarca con su esposa,
su madre Giuseppina, y sus primeros hijos nacidos en Suiza: Reto Dividone,
Arnoldo da Winkelried, Vera Zasulič, y Sofia Perovskaja.
Junto a
él vienen otros 40 agricultores suizos, a quienes el entusiasta líder
anarquista había convencido de que al otro lado del mar les esperaba el paraíso
en la tierra.
Llegan
a Buenos Aires y Bertoni logra entrevistarse con el presidente argentino, Julio
Roca, a quien entusiasma con su proyecto colonizador. El gobernante le facilita
los medios para establecer su “colonia utópica” en la provincia de Misiones, en
un lugar llamado Santa Ana, hasta donde llegan los inmigrantes a levantar sus
primeras casas. Pero la inclemencia de la naturaleza en forma de una prolongada
sequía, las intrigas de los caudillos locales y el azote de los bandoleros se
transforman en múltiples dificultades que provocan fuertes divisiones en el
grupo humano.
Las
demás familias suizas empiezan a abandonar el sueño de Bertoni, hasta dejarlo
solo con su esposa, sus hijos y su madre. Desilusionado, huye hacia Yabebyry,
otra localidad de Misiones, hasta finalmente cruzar al Paraguay, donde
finalmente encuentra su lugar en el mundo: un barranco a orillas del río
Paraná, en medio de la selva indómita, a donde trasladará su sueño de crear la
sociedad perfecta, un sitio al que en principio denomina “Colonia Guillermo
Tell”, pero finalmente acabará conocido como Puerto Bertoni.
LA UTOPÍA QUE NO FUE. “La
utopía pudo estar aquí”, afirma Francisco Alí Brouchoud, artista visual,
escritor y crítico de arte posadeño, en un artículo acerca de la ideología
política del sabio suizo, publicado en el diario El Territorio, de Posadas,
Misiones, Argentina. Es uno de los pocos autores que reivindican al Bertoni
anarquista y socialista.
“La
imagen que se ha ido construyendo sobre Moisés Bertoni -la de un hombre
preocupado exclusivamente por cuestiones botánicas y meteorológicas- es
completamente parcial, y ha ocultado la dimensión total de su pensamiento e
intenciones”, destaca.
Bertoni
vino primero a Misiones (Argentina) y luego al Alto Paraná (Paraguay) “con la
idea primera de fundar aquí una colonia socialista, Y su genealogía ideológica
entronca con los grandes nombres del movimiento anarquista y comunista europeo,
a varios de cuyos representantes conoció y frecuentó en Suiza, y quienes fueron
los que lo incitaron a emprender la aventura que lo trajo a estas tierras”,
asegura Brouchoud.
En la
misma carta que escribe a su esposa Eugenia, invitándola a acompañarlo a
América, Bertoni también revela las ideas que mueven su utópica aventura: “¿Qué
otra cosa es el patriotismo sino un egoísmo, por más grande que sea, siempre a
favor de una pequeña parte de la humanidad? Para un socialista, ¿qué otra
verdadera patria puede existir fuera de la Tierra, qué otro patriotismo fuera
de aquel que abraza a la humanidad entera?”.
Por la
misma época en que el sabio construía su paraíso familiar en Alto Paraná, otro
anarquista europeo escandalizaba a la sociedad paraguaya con sus ideas
libertarias: el español Rafael Barrett. Pero mientras Barret era cuestionado y
perseguido como agitador social, Bertoni era reverenciado como científico.
¿Llegaron a conocerse Bertoni y Barrett? ¿Tuvieron oportunidad de discutir y
confrontar sus ideas políticas?
En el
Museo de Puerto Bertoni también se guarda actualmente una maqueta que muestra
una aldea rural, con casas y chacras ubicadas en círculos, en terrenos
comunitarios y espacios compartidos. Es la representación gráfica del sueño de
la sociedad igualitaria que Bertoni había dibujado. El sueño que le empujó a
venir a América, que quiso construir en Misiones y que no renunciaba a hacerlo
realidad alguna vez en el Alto Paraná, si la muerte no hubiese venido a
buscarlo el 19 de setiembre de 1929, tras una larga dolencia de paludismo.