Creado en 1967 por el guionista
paraguayo Robin Wood y el dibujante argentino Lucho Olivera, el incorruptible guerrero
sumerio es uno de los íconos de la historieta latinoamericana.
Andrés Colmán Gutiérrez
Mayo de
1967. Buenos Aires, Argentina. Bajo la fría llovizna, un harapiento obrero paraguayo,
oriundo de Caazapá, regresaba caminando desde la fábrica donde se ganaba el
sustento hasta la humilde pensión de Martínez, donde debía semanas de alquiler.
Se detuvo
frente a un kiosko a mirar tapas de diarios y revistas. Le llamó la atención el
álbum de historietas D’artagnan, de la editorial Columba. Era la edición N°
151. En la portada, entre varios títulos, anunciaba: Historia para Lagash; por Robin
Wood.
El
obrero paraguayo caazapeño lo leyó una y otra vez, sin poder creer. Ignorando
las protestas del kioskero, anotó la dirección de la casa editorial y se
dirigió hacia allá, caminando largas cuadras.
La
chica de la recepción lo miró entrar con actitud desconfiada, pero cuando él le
dijo su nombre, se le iluminaron los ojos.
-¡Hace días que le estamos buscando, señor Robin
Wood…! El editor quiere hablar con usted.
El
obrero paraguayo caazapeño fue llevado hasta la lujosa oficina de un señor con
traje y corbata, quien lo radiografió con una mirada de escepticismo, le pidió
la cédula de identidad y finalmente esbozó una sonrisa.
-¿Es usted el que escribió esos guiones que
publicamos? ¿Puede escribir más…? Se los compramos todos. Especialmente el de
ese guerrero, el tal Nippur de Lagash…
Aquel
día, el obrero paraguayo caazapeño recibió un primer cheque, que duplicaba en
varios números el sueldo que cobraba en la fábrica, a la que desde entonces
dejó de concurrir. Fue a un restaurante, pidió un plato de comida caliente, una
botella de vino, se compró ropa nueva, se mudó de pensión… y empezó a escribir.
La primera página de "Historia para Lagash", de 1967, posteriormente coloreada, |
Un guerrero en Sumeria
Así empezó
la historia o la leyenda.
Robin
Wood tenía 23 años de edad, había llegado desde Paraguay, siguiendo el consejo
de su mentor, el docente y político democratacristiano Rómulo Teobaldo Perina,
quien un buen día lo alzó en el tren internacional desde Encarnación y le dijo:
“Andate a la Argentina, aquí no hay nada
que hacer, allá te vas a abrir camino”.
Nacido
en Colonia Cosme, Caazapá, en 1944, descendiente de migrantes australianos, Robin
había trabajado como mozo y obrajero, logrando apenas culminar la escuela
primaria, aunque era un voraz lector de cuanto libro caía en sus manos. Llegó a
escribir cuentos y ganó un concurso literario del diario La Tribuna.
En
Buenos Aires intentó ser dibujante y se inscribió en la Escuela Panamericana de
Arte, donde conoció al ilustrador correntino Luis Olivera. Descubrieron que
tenían en común la fascinación por la antigua civilización sumeria. Lucho le
dijo a Robin que dibujaba muy mal, pero escribía bien y le tentó a crear
algunos guiones de historietas para que él los dibuje.
“Yo nunca había escrito un guion, pero
Lucho me enseñó y probé suerte. Hice dos historias bélicas y una de un guerrero
en la antigua Sumeria. Había que ponerle un nombre al personaje. Sabía que
había dos ciudades importantes en la antigüedad: Nippur y Lagash. Con mucha
obviedad le bauticé Nippur e hice que viviera en Lagash”,
recuerda Robin.
Le pasó
los guiones a su amigo y se olvidó del asunto. La poca plata le impidió seguir
en la Panamericana y perdió todo contacto con Lucho... hasta que, aquella tarde
gris de marzo de 1967, vio por primera vez a Nippur de Lagash en las páginas de
D’artagnan.
Nippur, según el dibujante paraguayo Kike Olmedo, que ahora dibuja Dago. |
Nippur, más que Superman
Historia
para Lagash iba a durar solo un capítulo, en que el general
Nippur, un recto y valiente guerrero, jefe de la guardia del rey Urukagina, fue
exiliado debido a que el dictador Luggal-Zagizzi se apoderó de Lagash a sangre
y fuego, en complicidad con el sacerdote Sumur.
Aquellas
primeras páginas escritas por Wood y dibujadas por Olivera cautivaron a miles
de lectores, que pidieron más y más aventuras. Entonces Robin echó a andar a su
guerrero por los territorios de la antigüedad, en compañía de su fiel amigo
Ur-El, el gigante de Elam.
Los
llevó a Egipto, donde Nippur se enamoró de la hija del faraón, Nofretamon, y despreció
los cegadores brillos del poder.
Llegaron
a Atenas para ayudar a Teseo a vencer al Minotauro. Se metieron en varios
entuertos, pelearon junto a pastores y reyes, enfrentaron a míticos monstruos y
a bellas amazonas.
En cada
aventura, Nippur iba adquiriendo un poco más de sabiduría y de habilidades. Ya
se había ganado varios motes, entre ellos el
incorruptible y el errante.
En su
ensayo La espada y la palabra, el
escritor argentino Martín Caparrós cuenta que leía con pasión a Nippur de
Lagash en su niñez y lo compara con otro legendario personaje de comics,
Superman, concluyendo que el personaje del autor paraguayo era mucho más que el
superhéroe norteamericano.
“Superman podía ver y escuchar todo pero,
en última instancia, no entendía nada: no aprendía. Nippur de Lagash, en
cambio, sabía convertir su experiencia en ideas, conductas, expresiones. Nippur
no pasaba intacto por el mundo, no seguía siendo siempre el mismo: sus
experiencias lo marcaban, tanto que terminaron por costarle un ojo de la cara.
A partir de la mitad de su historia, Nippur fue el tuerto al que una flecha le
había arrancado el ojo izquierdo. Eso lo hizo más reflexivo, más interesante:
el héroe era falible, dudaba y aprendía”, escribe Caparros.
Se
refiere al recordado capítulo Laris sobre
el espejo del desierto, publicado originalmente en julio de 1978, en el que
Robin Wood decidió arrancarle un ojo a su héroe de un flechazo y dejarlo tuerto
para siempre. Un hecho considerado muy revolucionario en la época, en que los
héroes de historietas no podían morir, ni siquiera resfriarse.
Nippur, por el paraguayo Roberto Goiriz, en la serie Hiras, que realizó con Wood. |
Larga vida, Nippur.
Desde
1967 hasta 1998, Robin Wood escribió en total 445 episodios de aventuras de
Nippur de Lagash, que se publicaron en Argentina, Italia y España,
principalmente, ilustrado por varios dibujantes, entre ellos Lucho Olvera,
Ricardo Villagrán, Sergio Mulko, Jorge Zaffino y Carlos Leopardi.
Nippur
vivió mil aventuras, tuvo un hijo, Hiras y una hija, Oona.
En su
última aventura, ya anciano y barbudo, Nippur se perdió en el desierto, con
apenas una alforja, su espada y una lanza.
Reapareció
como personaje invitado en la década del 2000, en la serie Hiras, Hijo de Nippur, que dibujó el paraguayo Roberto Goiriz para
las revista de la editorial Eura, de Italia.
Los
gobiernos de Argentina y Paraguay le dedicaron estampillas de homenaje y existe
el proyecto de una película sobre el personaje, a cargo del cineasta argentino Enrique
Piñeiro.
La
última vez que se lo vio fue en febrero este año, en la forma de un muñeco
gigante, en una de las carrozas del carnaval de Encarnación, cuando el club
Radio Parque le rindió un emotivo homenaje a Robin Wood, ante el aplauso de la
multitud.
Quedan
muchas anécdotas, como la de los padres que decidieron poner el nombre de
Nippur a sus hijos y debieron pelear con la burocracia judicial para que sea
aceptado en los registros oficiales. Uno de ellos está relatado en el libro El cuaderno de Nippur, de la argentina
María Vázquez, quien murió de cáncer y dejó el testimonio escrito de su lucha,
para que su bebé lo pueda conocer cuando grande. En el prólogo del libro, Robin
Wood escribió: “Coloco una flor en su
recuerdo e imagino a mi héroe recibiéndola en otro mundo de valientes y
bendecidos”.
Es,
probablemente, su aventura más bella.
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(Publicado originalmente en El Correo Semanal de Última
Hora, edición del sábado 20 de mayo de 2017).
Nippur, en versión de homenaje por el paraguayo Nicodemus Espinoza. |