Recuerdo
una anécdota que explica muy bien la idea que Koki Ruiz tiene acerca del arte.
Estábamos
en el anfiteatro al aire libre de La Barraca, en Tañarandy, Misiones, hará unos
5 o 6 años atrás, con mi socio y compañero de andanzas periodísticas René
González, una noche de Jueves Santo, asistiendo al ensayo y a la prueba de
luces de los cuadros vivientes que se mostrarían al público a la noche
siguiente, y René enloquecía por tomar fotos de cada maravilla que se iba
revelando en cada fugaz encendido de luces: obras y cuadros de Da Vinci, Dalí,
Gaudí, Miguel Angel… que cobraban vida de modo alucinante, representados por
los jóvenes lugareños, en medio de deslumbrantes decorados.
A
nuestro lado estaba Koki, dirigiendo todo, y René le pedía, por favor, maestro,
que no apaguen tan rápido las luces, por favor esto, por favor aquello,
mientras seguía disparando su cámara de modo frenético, hasta que en un
momento, Koki lo mira, le toca el hombro, y le dice:
-¿Sabés qué…? Me encantan
tus fotos. Tomá todas las que quieras, pero me gustaría que en luego guardes
tus cámaras por un instante y te pongas a contemplar las obras, porque esto no
va a durar físicamente, es un arte fugaz, pero sí va a durar por siempre en tus
emociones y en tu memoria….
René no
se olvida de aquellas palabras de Koki, ni yo tampoco, porque encierran la
clave de los 23 años de experiencia artístico-social-cultural en Tañarandy, y
que ahora tuvo su expansión y su máximo apogeo con la construcción del Retablo
de Maíz -o “Altar de Maíz” como lo llamaron originalmente-, para la misa del
Papa Francisco en Ñu Guasu, una obra que despertó la admiración de todos, y fue
alabado por enviados de grandes medios internacionales como The New York Times,
The Washington Post, CNN, L’Osservatore Romano, entre otros.
Por
eso, aunque este miércoles 15 de julio empiecen a desarmar el retablo –en contra del
reclamo generalizado de la gente, que pide que se conserve al menos una semana
más, o que se busque la forma de preservarlo y guardarlo en un museo- les digo
que esta gran obra artística no va a desaparecer, porque va a permanecer por
siempre en la memoria y en las emociones de todo un pueblo, que la hizo suya
desde el momento en que se esbozó el primer dibujo o se recolectó el primer
coco, o se cosechó la primera mazorca de maíz, o se arrancó desde alguna chacra
la primera calabaza.
BARROCO
EFÍMERO: EL ARTE QUE SE HACE CON LA GENTE.
Alguien
le dijo una vez a Koki Ruiz: tu arte es un “barroco efímero”.
A él le gustó la
idea y se la quedó, bautizando así a su manera de concebir el arte social.
Se lo explicó
hace algunas semanas al filósofo y periodista Juan Andrés Cardozo, cuando visitó
durante la construcción del retablo en el taller El Molino, en San Ignacio:
-Cualquiera
puede ser un artista. La cuestión no pasa, sin embargo, por saber pintar o
dibujar. Tampoco por una auto-consagración, ni el elogio del grupo filial,
amical. La estética es socialmente vivida y realizada. El arte es la proyección
del talento que nace de una concepción del mundo y adquiere una creatividad
social. Esta poética social me ha llevado a trabajar para la re-presentación
existencial de la realidad humana y transhistórica. Partiendo originariamente
de un imaginario colectivo y de una práctica genuinamente social. En esta
dimensión aparece la veracidad estética peculiarmente universal, cimentada en
una acción y valoración públicas.
Es
decir, el arte de Koki está estrechamente ligado a la participación de la gente
y al proceso social que eso desencadena en una comunidad, como en este caso la
pequeña aldea rural o compañía de Tañarandy, la que tiene su propia historia
como “tierra de los irreductibles”.
Aunque Koki
es un gran pintor y escultor, que a veces se encierra en su estudio a crear en
solitario cuadros de gran valor estético -con cuyas ventas financia gran parte
de la intervención artística en Tañarandy-, la mayor parte del tiempo está
trabajando con los pintores populares, como lo hizo con el inolvidable Cecilio
Thompson, que dejo su sello naif en todo Tañarandy, o con el siempre vigente
Teodoro Meza, el del hiper-realismo en las paredes de la capilla local; o
formando a nuevas generaciones de artistas, desde el inicial taller Felipe
Santiago Apocatú a los actuales equipos de La Barraca y El Molino, de donde ha
surgido toda una nueva generación de artistas, como sus hijas Macarena y
Almudena, o la brillante Chely Thompson (hija del desaparecido Cecilio), o
Ramonita Meza, hija del pintor popular Teodoro, quien junto a Macarena hizo los
enormes cuadros con semillas de San Ignacio y San Francisco para el retablo de Ñu Guasu.
Gran
parte de los integrantes del mismo equipo de jóvenes y colaboradores de Tañarandy
y San Ignacio, que cada año trabajan por el montaje de las puestas en escena para
la Semana Santa, son los que trabajaron incansablemente junto a
Koki para construir el retablo del maíz, haciendo una versión modificada y actualizada
–y muchísimo mayor- de aquel primer Altar de Maíz que fue presentado hace más
de un año, en la Semana Santa de 2014, en Tañarandy.
Son una
veintena de hombres y mujeres, principalmente jóvenes, que pusieron talento,
pasión y empeño incansable durante más de dos meses, para concluir la
construcción del retablo por piezas en Misiones, trasladarlo a Ñu Guasu y
terminar de montarlo un par de días antes de la llegada del Papa.
En su mayoría
trabajaron día y noche, bajo la lluvia y con el frío, quedaron engripados, pero
nunca se rindieron: Muñe Rodríguez, Roberto Cardozo, Jesús Ortega, Rolando
Corvalán, Derlis Romero, Ramona Meza, Dasy Galarza, Analía Thompson, Gloria
Vázquez, Lourdes Medina, Norma Ortega, Fidel Ramírez, Samuel del Puerto, Mirna
Bordón, Norberto Bordón, Julio Cardozo, Carlos Bogado, Antonio Rodríguez,
Marcial León, Joel Oviedo, Edgar Maldonado y el comandante Koki.
Lo
interesante es que nunca estuvieron solos o solas. Desde que se supo, primero
toda la región de Misiones, y luego todo el Paraguay, se fueron sumando, en
distintos niveles. Desde los productores campesinos que donaron el maíz y las
calabazas, los que entraron a los campos, machete en mano, a cortar miles de
racimos de cocos. Los que venían al taller del Molino a traerles comidas y
refrescos, a ver si necesitaban algo, o simplemente darles aliento. Los que
empezaron a escribir sus nombres en los cocos, hasta llenar los 200 mil. Los
herreros, carpinteros, constructores. Los que pusieron los camiones y
organizaron las caravanas. Y la gente que salió en forma masiva a la ruta, con
banderas, pañuelos y fuegos artificiales a expresar su entusiasmo, el día en
que se trasladó la obra hasta Ñu Guasu.
Pero la
historia del retablo no empezó con el anuncio de la visita del Papa, sino mucho
más atrás. Empezó hace 23 años, con aquella primera procesión entre los
candiles encendidos, en los caminos de La Barraca, en la Semana Santa de 1992,
cuando todavía muy poca gente sabía quién era Koki Ruiz, ni que existía un
lugar en el mundo que se llama Tañarandy.
Me
siento honrado de haber sido parte de esa historia casi desde sus inicios. De
haberla podido contar en tantos reportajes para Última Hora y principalmente en
el libro “Tañarandy: La revolución del arte”, que hicimos con texto mío y las
fantásticas fotos de René González, en 2012. De ver como otros colegas y
amigos, comunicadores y fotógrafos, se iban sumando a extender la leyenda de lo
que estaba ocurriendo en esa pequeña comunidad.
En esta
última etapa, me ha maravillado el trabajo –además del de René-, del querido
Zenoura, y sobre todo el de Joel Oviedo, el gran fotógrafo misionero que tiene
el más completo registro fotográfico de todo el proceso, y sé que se están
preparando para hacer un aporte fundamental que ayude conservar en la memoria esta
gran epopeya.
Me congratulo
con Koki, gran amigo y maestro. Él nos contaba en el libro que su sueño de
juventud era emigrar a París o Nueva York, donde estaban las vidrieras del
arte, para dar a conocer su obra, pero cuando quedó atrapado por el embrujo de
Tañarandy decidió quedarse allí, y tratar de ser profeta en su tierra. Hoy su
arte –y el de su gente- ha encarnado definitivamente aquella frase célebre de
León Tolstoi que habíamos rescatado en el libro: “Pinta tu aldea de blanco y
serás universal”.
Y así
como en otros puntos he cuestionado la utilización política de la figura del
Papa por parte del presidente Horacio Cartes y su entorno, sin embargo aplaudo
que él, y sectores de la Iglesia y del Gobierno, esta vez hayan apostado por
rescatar y dar realce a la obra de Koki Ruiz. Es un gesto estatal que
reivindica plenamente a un modo de concebir el arte y la cultura, que hasta
ahora se ha mantenido al margen de lo oficial, o más allá de lo oficial.
Es una
práctica de arte social que nació en Tañarandy, pero que hoy es de todo el
Paraguay, ofrecido al mundo entero.
Sé que
nada de esto cambiará la forma de ser y el modo de concebir el arte de Koki. Sé
que seguirá creando arte y haciendo revolución con la gente, desde la gente,
para la gente. Arte efímero, pero esencial. Y aunque el retablo de maíz ya no
esté en Ñu Guasu desde este miércoles 15 de julio, no va a desaparecer. Seguirá
estando en el mejor lugar donde se guardan las cosas que amamos: en nuestro
corazón, y en nuestra memoria.
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Les dejo
un par de enlaces a reportajes anteriores, por si quieren saber más sobre la historia
de “la revolución del arte” en Tañarandy, y en particular sobre la historia del
Altar del Maíz:
Las
fotos que incluyo, algunas son mías, otras de René, de Zenoura y de Joel.
Gracias a ellos por la gran amistad y la solidaridad compartida, siempre.