sábado, 9 de mayo de 2009

Todo sobre mi madre



Ella era una humilde niña campesina de Yhú, de 11 años de edad, cuando estalló la guerra civil de 1947. Un pelotón de milicianos ocupó el pueblo y tomó de rehén a los pobladores, mientras los combatientes atracaban con violencia las casas, apoderándose de la comida y de todo lo que hallaban de valor.

Ella permaneció escondida en un sobrado, tapada con un una manta, con el rostro aplastado contra las tablas, temblando ante el riesgo de ser descubierta y violada, mientras las botas y las armas pasaban una y otra vez a poca distancia, entre el eco de las risas siniestras y los desesperados gritos de auxilio. Ella me reveló esa historia íntima muchos años después, en un largo viaje hacia su memoria más profunda, y la sentí todavía estremecerse de terror.

Ella creció con la angustia de esos años de pobreza y exilio interior, cuando vio alzarse la sombra de una naciente dictadura, sin tener idea de lo que significaba. Recogió la sangre de su hermano asesinado por una estúpida enemistad, en un cruce de caminos. Despertó al amor juvenil de un arribeño concepcionero que supo llevarla al altar con sus boleros nostálgicos, y le construyó una casa con sus propias manos, en donde dio a luz a sus cuatro hijos.

Ella sintió que un puñal atravesó su corazón, el día en que su pequeño segundo hijo varón murió en sus brazos de pulmonía, porque en aquel pueblo aislado del mundo no había un solo médico que pudiera prestarle auxilio.

Ella mudó su hogar desde las verdes soledades de Yhú a la calcinada frontera de Canindeyú, solidaria compañera de su marido en cada aventura laboral. Y cuando se quedó viuda y desamparada, una trágica noche de 1979, ella enjugó sus lágrimas y se arremangó la camisa, para que nunca en la vida les falte el pan a sus hijos. No quiso volver a amar a ningún otro hombre, pero se prodigó en amor, amistad, alegría y ganas de vivir.

Su nombre era Nilda Victoria. Era mi madre. Su corazón se le quebró repentinamente, un miércoles 6 de mayo de 2009, en Ciudad del Este, quizás por haberlo usado tanto.

Pido disculpas si este texto adquiere un tinte demasiado personal, pero el particular homenaje a mi mamá es también el homenaje a todas la madres paraguayas, abnegadas y sufridas, heroínas anónimas, las que hacen que este país siga siendo grande y único, a pesar de todos los infortunios.

El sábado último antes de su adiós, en el cumpleaños de su nieta Abi, ella estaba feliz, radiante, porque se había logrado el milagro de juntar a la familia tan dispersa. Le pregunté entonces qué iba a querer como regalo por el Día de la Madre, y me contestó, sonriente: “Yo solo quiero que mis hijos sean felices”.

Así que, perdónenme, no puedo darme el lujo de estar triste.


Es el regalo que le debo a mi mamá.















5 comentarios:

  1. Que hermoso y conmovedor,y si amigo,no estes triste,ya lo dijiste,se lo debes a tu mama...

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  2. Descobri este blog por acaso e gostei imenso de ler. Este texto é comovente, eu sei o que é não ter mãe, mas devemos perpetuar os bons momentos, pois as pessoas que nos são queridas vivem para sempre na nossa mente, no nosso coração.
    Parabéns pelo blog.

    Saudações do Porto - Portugal

    Jupp - www.aimagemdaviagem.blogspot.com

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  3. Sinceramente conmovedora la historia de tu mamá Andres.. un ejemplo de vida a seguir..! es una lástima que no habite mas la tierra fisicamente, pero tene por seguro que en espiritu te acompaña siempre=)
    Saludos desde la capital de la República del Guaira.-

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  4. Que lindo homenaje a tu madre! Doña Nilda seguro desde el cielo te bendice y esta feliz!!

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  5. Gracias por compartir tus recuerdos con nosotros! Siempre es encantador leerte.

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