La decepción provocada por el costoso filme Mangoré, por amor al arte, pone de nuevo
en foco una de las principales necesidades del siempre naciente cine paraguayo:
la escasez de buenos guiones en los proyectos audiovisuales. “En Paraguay no
tenemos guionistas”, justifican. Es una verdad a medias, pero tampoco los directores
y productores –casi siempre enamorados de sus propios guiones, que los conducen
a fracasos- se ocupan de que existan. A los pocos guionistas casi nunca los
convocan a dar trabajo.
Por
Andrés Colmán Gutiérrez -
@andrescolman
En mayo de 2013, luego del estreno de la
película Lectura según Justino, ópera
prima de nuestro meritorio actor compatriota Arnaldo André, escribí un breve
posteo en Facebook, que en ese momento provocó polémica: “…le falta lo que le
sigue faltando a la mayoría de las películas paraguayas de ficción: un buen y
sólido guión”.
Sostenía en dicho texto que “a la mayoría de los
realizadores, en Paraguay, todavía les pasa lo mismo: Se preocupan en
contemplar todos los detalles que hacen a una buena película… menos en buscar
la perfección de la factura del guión. Se enamoran de sus proyectos de historias,
creen que la tienen totalmente resuelta, y son reticentes a sumar aportes que
puedan enriquecerlas desde una técnica más elaborada, más profesional. Le pasó
a Libertad, quizás una de las
películas con mayor y mejor producción del cine paraguayo, pero con un guión
muy malo. Le pasó a Felipe Canasto,
probablemente el film paraguayo de fotografía más deslumbrante, pero con una
historia que no logra meternos adentro. No le pasó, obviamente, a 7 Cajas, el mejor ejemplo de un filme
nacional pensado a partir de una buena idea y de un mejor guión desarrollado,
que puede salir dignamente de la Isla Rodeada de Tierra a competir en las ligas
mayores de la producción audiovisual, a nivel internacional. Ojalá aprendamos,
para no seguir quedándonos solamente en buenos intentos”.
Desde entonces han corrido muchos metrajes en
las pantallas, pasando por la interesante Luna
de cigarras, de Jorge García de Bedoya, y la aún más meritoria Latas vacías, de Hérib Godoy, y aunque
algo hemos avanzado, la carencia de buenos guiones en el cine paraguayo sigue
siendo un tema fundamental.
Las decepciones que está provocando la muy
promocionada y costosa Mangoré, por amor
al arte, no hacen más que reafirmar un tema que debería ser analizado, debatido
y encarado con más seriedad: cómo crear una escuela local de guionistas,
hombres y mujeres, que puedan aportar mejores historias, para elevar el nivel
de los próximos proyectos audiovisuales, y no seguir quedándonos en buenos
intentos, mientras le pedimos casi por caridad al público: “apoyá lo nacional”,
ignorando los muchos vicios y defectos.
El
guión, ignorado o poco valorado.
Aunque ahora hay universidades y escuelas en nuestro
medio, que enseñan diversas aristas del oficio audiovisual, entre ellas el de
escribir guiones, todavía no se ven buenos resultados.
Nuestro mayor escritor de ficciones, Augusto Roa
Bastos, aprendió a escribir guiones de cine más por necesidad que por vocación,
en sus años de exilio en Buenos Aires (años 50 a 70 del siglo pasado), cuando
otros escritores notables como Tomás Eloy Martínez, le recomendaron dedicarse a
dicho “curro” para “ganarse unos pesos”.
Roa inició haciendo “concesiones muy comerciales”
a la industria, adaptando en 1957 su propio cuento El trueno entre las hojas a la forma de un folletín tele-novelesco,
para que el popular cineasta Armando Bo dirija una película homónima, en donde
la escena más recordada es la de la diva Isabel Sarli bañándose desnuda en un
arroyo.
Más allá de otros olvidables guiones, como el de
la película Sabaleros, Roa aprendió
el oficio y dejó excelentes textos para películas, como Shunko (1960) de Lautaro Murúa, o la impactante Hijo de Hombre (o La Sed, 1961), de Lucas Demare, basada en un capítulo de su célebre
novela.
Desde entonces, pocos escritores paraguayos han
sobresalido en el oficio de guionista de ficciones.
En 1993, el gran escritor Helio Vera aceptó escribir
los guiones de los 20 episodios de Verdad
Oculta, una pionera serie policial dirigida por Ray Armele, que se emitió
primeramente por Canal 9. Por considerar quizás que era más un “trabajo de
encargo”, realizado con urgencia y con méritos más comerciales que artísticos,
Helio no quiso firmar con su nombre verdadero y figuró con el seudónimo de
Héctor Vargas. Sin embargo, con su ajustada simplicidad y su abundante colección
de clisés, la serie revela la maestría de un escritor y aún hoy se deja ver
como una deliciosa obra de culto.
Otro caso singular que debe rescatarse es el de la serie de ficción televisiva -ahora legendaria- "Sombras en la noche", que se emitió por Canal 13 desde 1993 hasta 1996, combinando los mitos guaraníes con el folclore, el misterio y el terror. Hecha con la precariedad marcada por el estilo "a lo Paraguay", tuvo sin embargo buenos guiones con historias atrapantes, nacidos principalmente del genio de Hernán Jaeggi, con el aporte de Carlos Tarabal.
Otro caso singular que debe rescatarse es el de la serie de ficción televisiva -ahora legendaria- "Sombras en la noche", que se emitió por Canal 13 desde 1993 hasta 1996, combinando los mitos guaraníes con el folclore, el misterio y el terror. Hecha con la precariedad marcada por el estilo "a lo Paraguay", tuvo sin embargo buenos guiones con historias atrapantes, nacidos principalmente del genio de Hernán Jaeggi, con el aporte de Carlos Tarabal.
Mi
experiencia con “Mis Ameriguá” (1993).
Fue en esos años cuando me tocó aceptar mi
primer empleo profesional como guionista. Hasta entonces solo había escrito
guiones de historietas y estaba intentando sacar a luz mi primera novela (El
último vuelo del Pájaro campana), alejado temporalmente del periodismo para
cerrar un breve ciclo como comunicador institucional en la Municipalidad de
Asunción, cuando el recordado Carlos “Patapila” González Brum me invitó a
sumarme a tiempo completo al staff de su empresa Alta Producciones, para escribir
los guiones de El Ojo, el primer
ciclo de periodismo investigativo en la TV paraguaya (Canal 13), con la conducción
de Menchi Barriocanal, y un equipo técnico que reunió a talentos como Juan
Carlos Maneglia, Tana Schémbori, Paz Encina, José Elizeche, Malu Vázquez, Marcelo Martinessi, entre otros.
No conozco otro caso en Paraguay de un escritor
que haya trabajado durante más de dos años como guionista a tiempo completo,
cobrando un buen sueldo fijo por ello.
Escena de la película "Miss Amerigua", de Luis R. Vera. |
Los guiones que me tocó realizar fueron más
periodísticos y documentales, para El Ojo,
y para otro bizarro programa de entretenimiento que desarrollamos luego, Noche tranoche, con Mario Ferreiro, para
Canal 9, con la dirección de Tito Chamorro. En el medio de esas ocupaciones
cotidianas, empecé a escribir algunos proyectos de ficción, como una serie de
acción televisiva que iba a llamarse Latino
King, la historia de un animador de música tropical, que quedó en el congelador
por falta de recursos.
Fue el borrador de uno de esos guiones el que en
1993 llegó a manos de Luis R. Vera, el director chileno que en esos momentos venía
con mucha asiduidad a Asunción, quien me comentó que iba a rodar su primera
película paraguaya, Miss Ameriguá, y me preguntó si estaba dispuesto a
colaborar con el guión, ya que le había gustado mi planteamiento para Latino King.
Obviamente, le dije que sí. Empezó así mi
primera aventura de escribir un guión “de cine de verdad”, que resultó bastante
singular. Luis ya tenía fecha para rodar la película, pero aún no había
desarrollado su guión. Tenía un bosquejo general de historia y personajes, una “escaleta”
de dos o tres páginas y muchas buenas ideas, pero faltaban las situaciones y
los diálogos. Nos escapamos durante un fin de semana al Hotel Condovac de San
Bernardino, donde en mi entonces pionera powerbook Apple Macintosh, entre
tragos de cerveza junto a la piscina y algunos pausas para admirar a las
chicas, acabamos de darle forma a la acción fílmica.
No hay manera de precisar que porcentaje del guión me
correspondió realizar. Si recuerdo que me preocupé de darle “sabor paraguayo” a la
historia e inventé el mito indígena del caracol azul, que fue el que más ponderaron
los críticos de la película. También recuerdo la presión de escribir luego en carrera contra el tiempo, ya
que Luis y su equipo ya estaban filmando en Areguá, mientras yo escribía en un
hotel vecino los diálogos de la escena siguiente. Además recuerdo mi decepción
cuando el director muchas veces se “olvidaba” de mencionar a su co-guionista en las presentaciones
con la prensa, atribuyéndose todo el logro, aunque luego si se preocupó de que mi
nombre figure en los créditos finales del film, como de retribuirme con una
suma de dinero que no estaba originalmente presupuestada.
Aprendí muchas cosas de aquella experiencia.
Viendo la película hoy, más de dos décadas después, reconozco lo que nunca
tendría que haber escrito, y las diferencias entre lo que se escribe y luego se
ve en pantalla. Luis me invitó a colaborar aquella vez en el guión de su siguiente
película, La isla, que iba a rodarse en Europa, pero empezó una absurda pelea
con los productores paraguayos de Miss Ameriguá, de la que no quise participar,
y –como diría Mangoré- “me abrí”.
Desde entonces, mi oficio de guionista estuvo canalizado en proyectos más documentales y periodísticos –obviando aquella
bizarra experiencia que significó escribir guiones del día a la noche para la inclasificable
serie Colegio de Señoritas, de American TV para Canal 13-, hasta el más reciente
corto documental Desmontando Curuguaty, dirigido por Osvaldo Ortiz Faiman, para la organización Serpaj Py.
En agosto de 2014, cuando se realizó una
exhibición especial por los 20 años de Miss Ameriguá, me reencontré con Luis
Vera, quien tuvo la gentileza de invitarme y de reconocer mi aporte al guión. Me habló
entonces con mucho entusiasmo de Mangoré como su película más ambiciosa y supe
que este nuevo guión lo había escrito él íntegramente. “Con los años, uno aprende mucho
con este oficio”, me dijo. Y realmente deseé que fuera así.
Esta mañana escuché que Denisse Hutter decía en
Telefuturo que el guión de Miss Ameriguá le parecía mejor que el de Mangoré, y me
entró de nuevo una gran desazón.
En
busca del guión perdido.
Hay demasiadas falencias en Mangoré, por amor al arte, que no justifican los un millón
quinientos mil dólares que dicen que costó la película.
Obviamente, un alto presupuesto no necesariamente
garantiza que una película será buena, pero probablemente sea el momento de
darnos cuenta de que la carencia de buenos guionistas es uno de los principales
desafíos a enfrentar, si buscamos que la industria audiovisual se desarrolle de
mejor manera en nuestro país.
Para ello hay que romper esa tendencia a creer
que sos el genio que lo podés hacer todo solo: dirigir, escribir, producir, actuar...
Tu idea original puede ser muy buena, pero si no buscás la ayuda de quienes
pueden ayudarte a contarla mejor, algo te puede faltar, y ese “algo” puede
significar el fracaso de tu proyecto.
Conozco a pocos directores que a la vez pueden ser
buenos guionistas. Juanca Maneglia lo demostró con 7 Cajas –y con muchos de sus precursores cortos-, pero incluso él recurrió
al oficio siempre preciso del gran Tito Chamorro para enriquecer su historia. A
ver cómo le va en su siguiente película con Tana, Los buscadores.
También Pacita Encina ha demostrado ser muy
buena escribiendo sus propios guiones –Hamaca Paraguaya, Viento Sur y la ahora
en proceso Ejercicios de la Memoria-, aunque lo suyo sea una exquisita vertiente
de cine-arte que seguramente no arrastra multitudes a las salas, como lo ha hecho 7 Cajas, pero se lleva el primer premio de la crítica en Cannes.
El ovetense Hérib Godoy, que en sus primeros cortos
demostró ser buen escritor, buscó la ayuda del internacional Nestor Amarilla
para el guión de su ópera prima Latas vacías, y el resultado acabó siendo más
que interesante, aunque hayan quedado muchos detalles que afinar.
La divertida Luna de Cigarras, en donde el
director Jorge Díaz de Bedoya tuvo el apoyo del también actor Nathan Christopher Haase
para escribir su historia, también nos dejó con esa sensación de que “pudo
estar mejor escrita”.
(No menciono aquí a los y las guionistas de
documentales, que los hay varios y muy buenos).
Así que aquí estamos… algo desencantados, debido a la gran
expectativa que nos crearon respecto a Mangoré y un poco hartos de que nos pidan que
perdonemos las falencias porque “es una película paraguaya” y “hay que apoyar
lo nacional”.
Podríamos sumarnos al coro de críticas, o tomar
el tema como un desafío….
¿Y si trabajamos en una escuela de guionistas…?
¿Y si aportamos cada uno desde lo poco o mucho que
sabemos, y vamos creando como un banco de valores y experiencias, que ayuden a
enriquecer las próximas historias audiovisuales que se están planteando…?
Por allí anda mi amigo Javier Viveros, que ya
demostró ser un muy buen cuentista, que aprendió muy bien el oficio de
guionista de cómic con la serie Pólvora y Polvo y Epopeya, y que tiene muchas ganas
de ser también guionista de cine, habiendo incluso ganado el certamen Roa
Cinero adaptando un cuento de Blas Brítez, y que Jorge Díaz de Bedoya se
propone filmar con el título El supremo manuscrito.
No sé… quizás si nos juntamos uno de estos días
a tomar un par de birras y a echar más ideas sobre el asunto, algo podemos
avanzar…