En estos días en que el candidato presidencial colorado Mario Abdo Benítez anuncia su intención de imponer de nuevo el Servicio Militar Obligatorio (SMO) es oportuno rescatar un reportaje de investigación periodística que hicimos y publicamos en Última Hora, en enero de 1996, ilustrando lo fácil que resultaba comprar la famosa “baja”, merced a la gran red de corrupción en la institución militar. He aquí el reportaje:
La portada del diario Última Hora, el lunes 15 de enero de 1996
Por Andrés Colmán Gutiérrez y Mario Franco
Olivetti
(con la
colaboración de Bernardo Agustti y Arnaldo Alegre)
Fotos: Lucas Chávez y Mario Valdez
Comprar
una libreta de baja para evadir el Servicio Militar Obligatorio es
relativamente fácil. A través de una paciente investigación, con el apoyo de
integrantes del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), periodistas de
Última Hora pudieron adquirir un carné del SMO por 300 mil guaraníes en el
copetín Jim West, ubicado a media
cuadra de la Disermov, desnudando una oscura red de tráfico y corrupción en
sectores de las Fuerzas Armadas.
Todo
empezó con el dato que proveyó un informante al Área de Investigación y
Reportajes de ÚH. Según la fuente, en un pequeño copetín ubicado sobre la
avenida Eusebio Ayala casi Choferes del Chaco, a media cuadra de la Dirección
de Reclutamiento y Movilización de las Fuerzas Armadas (Disermov), es posible “comprar la libreta de baja, para no tener
que hacer el Servicio Militar Obligatorio”.
La
estrategia del trabajo de investigación periodística empezó a trazarse. Un
colaborador de nuestras páginas, Mario Franco Olivetti, joven videasta y a la
vez militante del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), aceptó ser la
“carnada” para el operativo.
Mario
iba a presentarse como un chico procedente del interior del país, quien no
deseaba ir al cuartel para no perder sus estudios y su trabajo, e iba a
procurar comprar el carné del SMO.
PRIMER CONTACTO. El
miércoles 1 de noviembre de 1995, a las 8.30, Mario se acercó a local del
copetín. Llevaba una pequeña grabadora oculta entre las ropas. Un periodista de
ÚH estaba mimetizado entre la clientela, para testimoniar el primer encuentro.
Frente al local, desde un automóvil estratégicamente ubicado en la otra acera,
un fotógrafo de nuestro diario registraba la escena con lentes teleobjetivas.
El
copetín Jim West es un local no muy
grande, típico salón con puertas a la calle, cocina al fondo, unas cuantas
mesas en el centro, mostrador a un costado con un visor de milanesas y
empanadas, estanterías llenas de botellas junto a la pared. En la entrada hay
varios hombres tomando tereré. Luego nos enteraríamos de que todos ellos son
gestores para la compra de libretas de baja.
Mario
llegó con su mochila y su pinta de estudiante rockero. Pidió una gaseosa.
Preguntó por el dueño del local. Una chica que atendía el bar le mostró a un
hombre de estatura mediana, de gruesos anteojos, parado detrás del mostrador.
El
joven se le acercó y tuvo lugar el siguiente diálogo, más o menos textual:
–Disculpe, me llamo Mario. Soy estudiante,
de la campaña, de Caaguazú. Un amigo me dijo que a lo mejor usted puede
ayudarme. Lo que pasa es que no me quiero ir al cuartel, porque no quiero
perder ni mi trabajo, ni mi estudio. Quiero ver si hay alguna manera de
conseguir la baja…
El
hombre lo miró con una sonrisa amable. Tenía el aspecto de un tipo bonachón…
–No te vayas a preocupar, socio. Te vamos a
ayudar. Tenés que traerme tu partida de nacimiento y dos fotos tipo carné. Me
tenés que dejar la plata, 250 mil guaraníes. Con eso vamos a empezar los
trámites. Dentro de una semana, yo te voy a dar la constancia, y para fines de
diciembre por ahí ya vas a tener tu baja.
Mario
le dijo que solo tenía 200 mil guaraníes, pero que le iba a pedir más plata a
su tío, y en una semana podría entregar el resto. El hombre aceptó. Le pidió al
joven que anote sus datos en un grueso cuaderno, que contenía los datos de
muchos otros solicitantes.
En ese
momento llegó uno de los gestores, trayendo un pequeño paquete en la mano. Eran
varios carnés del SMO, de color amarillo. El dueño del copetín le mostró uno de
ellos. “Mirá, es un carné como este el
que te voy a entregar”, comentó.
Después
agregó: “Cualquier cosa, llamame a este
número”.
Tomó un
pedazo de papel y escribió con un bolígrafo su apellido y el número telefónico:
“553929, Galarza”.
El
joven agradeció, le estrechó la mano y se retiró de lugar.
El
reportaje despegado en las primeras páginas del diario.
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MÁS PLATA. El martes 14 de
noviembre, alrededor de las 10.00, Mario regresó al copetín. Galarza lo recibió
con una sonrisa.
El
joven le entregó los 50 mil guaraníes faltantes y las fotos. A cambio reclamó
la contraseña. El dueño del local le dijo que los trámites se habían atrasado
un poco. “Dame más tiempo, che ra’a. Vení
la otra semana”, señaló.
A la
siguiente semana, la misma historia. La tal constancia todavía no estaba lista.
El hombre le pidió al joven que volviera después de algunos días, y le dijo en
tono preocupado: “Parece que voy a necesitar un poco más de plata. La próxima
vez te voy a avisar”.
Mario
le dijo que, si la cantidad no resultaba excesiva, podía pedirle a su tío, pero
que necesitaba la baja. “No te vayas a
preocupar, yo te voy a conseguir, seguro”, le tranquilizó el hombre.
Durante
estas dos visitas, pudimos apreciar mejor el fluido movimiento que existe en el
local. En un momento, otros dos jóvenes llegaron a retirar sus libretas de
baja. Algunos clientes conversaban con el dueño del local, otros venían a
buscar a los demás gestores que estaban tomando tereré en la entrada. Varias
personas iban y venían desde el copetín hasta el local de la Disermov, llevando
sobres y carpetas. Algunos oficiales uniformados acudían a desayunar o a
almorzar en el bar, y saludaban a Galarza con gran familiaridad.
Obviamente,
el copetín Jim West era el punto de
contacto, una especie de “oficina disfrazada” de los gestores y traficantes de
libretas de bajas.
Durante
el mes de diciembre, Mario regresó en dos ocasiones pero no pudo encontrar a
Galarza y la chica que atendía el local nada sabía del asunto.
Preferimos
esperar que pasaran las fiestas de fin de año. El miércoles 3 de enero de 1996,
el joven regresó. Esta vez, Galarza le entregó la famosa “constancia”, que
realidad es una boleta de inspección médica, con el logo de Disermov y el
número de serie 007288.
Según
este documento, firmado por Máximo Arguello B., presidente de la Comisión de Exámen
de Conscriptos, el ciudadano Mario Patricio Franco Olivetti “fue inspeccionado por la Comisión
Examinadora de Conscriptos Nº 1, y anotado en el libro respectivo bajo el Nº
7600.7288, resultando exonerado temporal, Artículo 63”.
Demás
está aclarar que los miembros de la tal comisión nunca inspeccionaron a Mario,
ni en sueños…
POR FIN… LA BAJA. El
jueves 11 de enero, alrededor de las 10.00, nuestro compañero regresó al
copetín Jim West con la constancia,
teóricamente para retirar ya su carné del SMO.
Previamente
habíamos sacado copias del documento, debidamente autentificadas por la notaria
y escribana pública Mercedes de Orrego.
Había
cierta tensión en los miembros del equipo periodístico. En el encuentro
anterior habíamos visto a Galarza salir a observar al joven cuando se marchaba,
como si sospechara algo. El propio Mario pensaba que el hombre había olido algo
raro, y temíamos que no nos entregue el documento final.
Sin
embargo, nuevamente Galarza lo recibió con una sonrisa y le entregó enseguida el
carné, diciéndole en son de broma: “Te
salvé, cuate. Me debés una botella de wisky”.
Desde
la acera de enfrente vimos a Mario abandonar en seguida el local, con el carné
en la mano, con un gesto de triunfo. Como muchos otros jóvenes paraguayos, en
menos de tres meses y por solo 300 mil guaraníes, se había salvado de ir al
cuartel, gracia a la red de corrupción montada en la Disermov y en las Fuerzas
Armadas.
(El mismo día de la publicación de este
reportaje en Última Hora, 15 de enero de 1996, el juez Gustavo Ocampos
González, en base a una denuncia presentada por el Movimiento de Objeción de
Conciencia, allanó el Copetin “Jim West” y detuvo a su propietario, Bernardo
Galarza. En el local se encontró una gran cantidad de carnes del SMO, listos
para la entrega. El proceso sin embargo no avanzó en la individualización de
los altos jefes militares implicados, por más que sus firmas estaban en los
documentos. Finalmente, el dueño del copetín fue el único arrestado, y el caso
terminó en el opa rei).
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