Roa Bastos, el día en que reencontró el portón de su casa de infancia, en 1994, tras 54 años de ausencia. |
El portón, reconstruido junto al Museo de la Estación, en Iturbe, |
Un desvencijado portón de madera es todo lo
que resta de la casa de infancia de Augusto Roa Bastos, en Iturbe. La comunidad
lo cuida como su más valiosa reliquia, junto al museo de la vieja Estación del
Ferrocarril. El escritor y el portón tienen su propia historia.
"Los padres del niño Augusto Roa
Bastos solían cerrar con un candado el portón de su casa, para que él no salga
a vivir sus aventuras con los mita'i del pueblo, pero él se escapaba igual a la
hora de la siesta, gracias a eso pudo experimentar todo lo que cuenta en sus
mágicos relatos", recuerda la ex maestra de literatura Reina
Gallinar, a la sombra del corredor de su casa, en Iturbe.
La
docente coordina actualmente el Centro Cultural Comunitario en la antigua
Estación del Ferrocarril, donde está la Biblioteca Augusto Roa Bastos, y en el
patio, en medio del jardín, alumbrado por reflectores en horas de la noche, se
encuentra la reliquia literaria más preciada: Un rústico y desvencijado portón
de madera, reconstruido bajo un pequeño tinglado.
"Ese es el portón de los sueños de don
Augusto, lo único que queda de lo que fue su casa de infancia, en su pueblo de Iturbe...",
explica la profesora Reina.
El despertar al realismo mágico campesino
Augusto
Roa Bastos nació en Asunción, el 13 de junio de 1917, pero cuando tenía apenas
2 años de edad, su mamá Lucía viajó con él en brazos al entonces remoto y
aislado pueblo de Iturbe (que originalmente se llamó Santa Clara), en el
Departamento del Guairá, a 210 kilómetros de la capital, donde su padre Lucio
trabajaba como empleado del ingenio, que entonces se denominaba Azucarera
Nacional.
Al
futuro literato le tocó vivir "la
experiencia de un chico de pequeña burguesía capitalina, que se traslada cuando
no tiene todavía uso de razón, a un lugar en el que se estaba instalando un ingenio
de azúcar: una región semisalvaje, en donde pasaban carpincheros, en donde
había pequeñas compañías de unas cuantas familias, niños con enormes vientres,
anquilostomiasis y todas las endemias habidas y por haber...", según
le contaría años después al escritor Rubén Bareiro Saguier, en un libro sobre
su vida y su obra.
Como
empleado de la azucarera, a don Lucio le permitieron habitar una antigua casona
dentro de los predios de la empresa, a unos 50 metros de las orillas del río
Tebicuary-mí, junto a un recodo con playa de arena blanca, donde Roa imaginó
varios de los cuentos de su posterior libro "El trueno entre las
hojas".
La
casona de los Roa Bastos estaba rodeada de un cerco de alambre y separada de la
barranca del río por un pequeño portón de madera, pintado de color verde, al
que el niño adoptó como su símbolo de transición hacia la libertad, hacia la
realidad, hacia la aventura, hacia el mundo que poblaría su prolífica obra
literaria.
"El portón marcaba una frontera
prohibida. Un límite que no se podía traspasar y desde el cual no había
retorno", describe en su novela Contravida.
El
portón reconstruido junto al Museo de la Estación, en Iturbe,
Aquel
portón, que lo estaba esperando
Tras
haber regresado al Paraguay de un largo exilio, luego de la caída de la
dictadura en 1989, Augusto Roa Bastos pudo también retornar finalmente al
pueblo de su infancia en el año 1994, luego de casi 54 años de haber estado
ausente.
Roa
Bastos, el día en que reencontró el portón de su casa de infancia, en 1994,
tras 52 años de ausencia.
Fue un
regreso en muchos sentidos, para terminar de escribir su novela Contravida, que
es un viaje interior, en proceso deconstructivo de toda su producción
literaria, como también para grabar escenas del documental que el cineasta Hugo
Gamarra estaba realizando sobre la vida y obra del escritor.
"En aquel viaje, Roa Bastos encontró
que la casa en la que vivió su infancia ya no existía, pero estaba aún el
portón de madera en la entrada al terreno. Recuerdo que se emocionó mucho y
cuando intentó abrir, se le quedaron pedazos en la mano, de tan vieja que
estaba la madera. Tuvimos que armar de nuevo ese portoncito",
recuerda la profesora Reina Gallinar, quien actualmente está terminando de
escribir un libro sobre la infancia del escritor en Iturbe.
El
portón fue el elemento simbólico que dio título a la película documental que el
cineasta Hugo Gamarra filmó durante aquella visita, y que fue lanzada
originalmente en formato VHS, en 1998.
"Aquel fue un regreso muy emotivo de
Roa, de reencuentro con su pueblo Iturbe y con las raíces de su obra. Tuvimos
el privilegio de poder documentar ese momento mágico",
apunta Hugo.
El
portón tuvo que ser desmontado y vuelto a armar en medio de un jardín, en el
patio de la antigua Estación del Ferrocarril de Iturbe, donde actualmente
funciona el Museo Maestro Ildefonso Franco, un ilustre docente iturbeño. La
Municipalidad también le dio el nombre "Portón de los sueños" a una
de las calles principales de la ciudad.
"Para Iturbe, Roa Bastos es el
principal patrimonio cultural. Lástima que no se haya podido mantener en pie la
casa en la que vivió con sus padres cuando era niño, pero quedó este portón,
que lo cuidamos como nuestra mayor reliquia",
destaca el actual intendente de Iturbe, Darío Cabral.
El
autor de "Yo el Supremo" lo describe así, con su voz que sobrevive,
en los minutos iniciales de la película de Hugo Gamarra: "Un pequeño portón que no pertenece ni a la realidad, ni a la
fantasía, ni a la naturaleza, ni al mundo secreto del hombre, porque ese portón
está ahí desde el comienzo de los tiempos...".
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