martes, 5 de octubre de 2021

A propósito de periodistas y facturas falsas…



Hace un par de años, por una desatención mía y por tener fobia a la burocracia, no me di cuenta de que, además de pagar el Impuesto al Valor Agregado (IVA), ya me tocaba ingresar en el grupo de los que pagan el Impuesto a la Renta Personal (IRP). Cuando me avisaron ya tenía una deuda considerable ante la Secretaría de Estado de Tributación (SET) y no me había tomado el trabajo de juntar facturas para poder deducir. Así que no me quedó más alternativa que procurar fondos (que no tenía) para ponerme al día.

Fue entonces cuando algunas personas que conocían mi situación me recomendaron “comprar facturas” para no tener que pagar tanto. Me dijeron que hay gente que te las provee, ponele una factura por valor de diez millones, pero solo te cobran dos millones. Me dijeron incluso que eran facturas legales, que no iba a haber problemas, que “todo el mundo lo hace”, etc. Por supuesto, con mi esposa, Desirée, ni siquiera consideramos la oferta. Hace mucho que aprendí que, en esta vida y en este oficio, es importante aquella frase heredada del antiguo Imperio Romano: “La mujer del César no solo debe ser honrada; sino también parecerlo”. Nos apretamos el cinto, hicimos préstamos y saldamos la deuda. Me sentí identificado con esa canción de Joaquín Sabina: “El tiburón de Hacienda / confiscador de bienes / me ha cerrado la tienda / me ha robado el mes de abril…”.

Ante la triste situación de algunos reconocidos colegas periodistas que han estado en estos días en el ojo de la tormenta por haber estado involucrado en casos de facturas falsas en su rendición por impuestos, descubiertas por la SET, procesados judicialmente y que se han debido acoger al criterio de oportunidad, pagar los impuestos evadidos, además de multas e incluso donar una ambulancia, es oportuno realizar algunas consideraciones.

Los periodistas, que solemos ser sumamente implacables con los políticos y los funcionarios acusados de hechos de corrupción, no podemos pretender que se nos dispense un trato diferente del que nosotros solemos endilgar a los protagonistas de este tipo de noticias. Más que ninguno, nosotros sabemos lo que es el valor de la información, la necesidad de dar explicaciones a la audiencia, y que todo silencio u ocultamiento será entendido siempre como una indirecta admisión de culpabilidad. Si nuestras aclaraciones no son detalladas y transparentes, si no respondemos a las muchas preguntas que quedan flotando, siempre quedarán las dudas de que nuestra historia no acaba de cerrar.

Cuando los periodistas nos encontramos al otro lado de la situación en que muchas veces ponemos -desde nuestros programas o medios de comunicación- a las personas que están en el banquillo de los acusados, no podemos pretender que la popularidad que hayamos podido ganar sea una coraza de impunidad. Es tan cuestionable el silencio corporativo de algunos miembros del gremio para con los colegas, como la saña encarnizada en que caen otros para hacer leña del árbol caído, ya sea por enconos personales, como por razones de competencia comercial o profesional. El mismo criterio de rigurosidad periodística que reclamamos para tratar el tema de cualquier político corrupto debería valer para cuando los protagonistas de la noticia son personas de nuestro propio oficio.

Siento mucho la situación de personas a las que, por diversas circunstancias, les tomé afecto y en algún momento admiración. Una vez más, recuerdo lo que siempre les digo a mis alumnos de periodismo: “Si pretenden construir una trayectoria de periodistas creíbles, cuiden esa trayectoria en cada momento de sus vidas, en cada detalle, en cada palabra que digan, en cada línea de texto que escriban. Alguna vez tendrán un lindo auto o una linda casa, y existe el riesgo de que los pierdan en un choque o en un incendio, pero siempre tendrán posibilidad de volver a juntar dinero y volver a comprarlos. Pero si en algún momento se les descubre accediendo a un soborno, vendiendo una información, haciendo algo ilícito o éticamente reprochable, toda esa trayectoria que antes construyeron se irá al basurero y será probablemente irrecuperable. La credibilidad perdida ya no se recupera como un auto o una casa”.

Soy un periodista esencialmente de prensa escrita. No tengo el nivel de exposición y popularidad que tienen los de la tele. También me resisto a ser eso que ahora está tan en boga, lo que llaman ser “influencer”, que a muchos colegas muy populares les generan altos ingresos por vender su popularidad. Les recuerdo que no es algo ilegal, pero si es una situación reñida con la ética. No se puede pretender ser un informador serio, conducir programas de periodismo o noticiero de televisión, y en la tanda comercial aparecer diciéndole a la audiencia que tal heladera, tal shampú o tal crema de belleza es mejor que los productos de otra marca, solo porque te pagan (aparte de lo que ya ganás por tu oficio de periodista) por decirlo. ¿Cómo creerte lo que me estás contando como información, si al mismo tiempo me estás vendiendo el producto de la marca que te auspicia? O sos periodista o sos modelo publicitario. Si sos ambas cosas, hace ruido.

Recomienda el artículo 13 del Manifiesto Ético para Periodistas del Paraguay (que elaboramos varios periodistas con Semillas para la Democracia): “Salvaguardar la libertad e independencia de la profesión, evitando vender publicidad. No prestar la imagen para promocionar productos o marcas comerciales. Excepcionalmente, participar en anuncios o campañas benéficas, sin recibir retribución a cambio”.

Igualmente, dice el artículo 7 del Código de Ética del Sindicato de Periodistas del Paraguay (SPP): “El periodista, en orden a salvaguardar su libertad e independencia, mientras trabaje como tal debe evitar hacer publicidad y propaganda, excepto que se trate de anuncios institucionales de utilidad pública”.

Hechas estas puntualizaciones críticas, envío un abrazo de solidaridad a los colegas que han pasado por este duro trance. Ojalá aprendan la lección y logren recuperar sus carreras profesionales, aunque posiblemente ya nada será como antes.


Andrés Colmán Gutiérrez - @andrescolman

 


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